La secularización avanza y permite identificar, con mente abierta y liberal, fenómenos que antes se veían a través de prismas dogmáticos. La evolución del pensamiento social y los avances de la ciencia y la tecnología han ido dejando atrás explicaciones del mundo a partir de lo sagrado y, como resultado, nadie en su sano juicio busca ya el paraíso terrenal. Incluso una visión conservadora, como la del Catecismo de la Iglesia Católica de Juan Pablo II, señala que en realidad el cielo no es un lugar sino algo más personal, que se lleva en el corazón. Aunque paradójico, con esa tesis el papa polaco dio la razón a los enciclopedistas del Siglo XVIII francés. De forma similar, el arte sacro del Renacimiento y del Barroco, tan lleno de expresiones sobre el paraíso y la Jerusalén celestial, contrasta con la austeridad ornamental de los templos de hoy, cuyo anguloso diseño desplaza a las cúpulas, antigua expresión arquitectónica de la ascensión al cielo.

La secularización también tiene consecuencias en otros ámbitos, incluso en la política internacional. En la búsqueda de la paz justa y duradera a la que tenemos derecho todos los pueblos, esa secularización descarta que se invoque a Dios para hacer la guerra y propicia una lectura de las Sagradas Escrituras desde la perspectiva de la ciencia política, la sociología y el derecho. Así lo acredita el Deuteronomio (17.14-20), que adelanta ideas originales de gobernanza, democracia e igualdad ante la ley de todas las personas. En el caso concreto de la paz y la condena del conflicto, algo semejante puede decirse del profeta Isaías (2-4), quien afirma que: “No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra”. Por lo que hace a su vocación universal, la propuesta bíblica de unidad de todos los pueblos del orbe, bien puede considerarse como precursora de la globalización.

En efecto, las ideas del cristianismo histórico, adquieren significado diferente cuando se analizan con criterio secular. Dicho criterio posibilita el estudio creativo, laico y liberal de los textos sacros y, con ello, la reinterpretación de conceptos antiguos con potencial para responder a problemas actuales, nutrir las relaciones internacionales, fortalecer a los organismos multilaterales y preservar a la especie de la amenaza de autodestrucción.

Mucho se ha dicho sobre la influencia que habría tenido la fe presbiteriana de Woodrow Wilson para la propuesta de sus famosos “Catorce Puntos”, a la postre claves para la creación de la fallida Sociedad de Naciones. De manera semejante, la reacción de condena de las diferentes confesiones cristianas a los bombardeos atómicos en Hiroshima y Nagasaki, así como al uso de armas químicas en la guerra en Indochina, acreditan la vocación natural de rechazo al armamentismo y a favor de la paz, que es propia de las Sagradas Escrituras. En el caso de América Latina y El Caribe, tal vocación pacifista la recogen sacerdotes y laicos católicos comprometidos con el Concilio Vaticano II y con la opción preferencial por los pobres, auspiciada por la CELAM de Puebla, en 1979. Enhorabuena que hoy, con o sin dogma, la secularización ofrezca un recurso intelectual para analizar los textos sacros con frescura y menos pasión, para recuperar argumentos y sabidurías milenarias que permitan posicionar, como eje de la agenda global, los temas de la paz y del desarrollo con justicia.

Internacionalista.