Ya he mencionado en otras ocasiones, cómo el gran capital financiero internacional, frente a la crisis estructural que se inicia en los setentas del siglo XX, buscó recuperar su tasa de ganancia a través de un conjunto de estrategias, de las cuales, en el terreno económico la más importante ha sido el proceso de globalización. Al mismo tiempo, para llevar al cabo sus fines, emprendió dos ofensivas fundamentales, una contra los trabajadores, tanto de sus propios países, como de los menos industrializados, con el objetivo de disminuir costos y de esta manera elevar la tasa de ganancia. La otra fue contra los países subdesarrollados, para explotar la fuerza de trabajo más barata, y para apropiarse de los recursos naturales de los subdesarrollados.
Para llevar adelante esta última ofensiva se aprovechó el problema de la deuda que estalló a principios de los ochentas, empezando por cierto en México, que fue el primer país de América Latina que tuvo que reconocer una situación de insolvencia. Fue entonces cuando se impusieron a través del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, las políticas neoliberales y las reformas estructurales, que tenían como finalidad garantizar la libre movilidad del capital a través de las fronteras nacionales.
Se provocó así la financierización de las economías, esto es el crecimiento desmedido del sector financiero, y también la expansión de la inversión extranjera en nuestros países. Se trataba de una necesidad del gran capital internacional, porque la tasa de ganancia había descendido en sus países y les era urgente encontrar nuevos campos de inversión en los países subdesarrollados donde las tasas de ganancia son más altas Desde el lado de acá, los distintos gobiernos, enfilados en el neoliberalismo, creyeron o fingieron creer, que la inversión extranjera era el factor más importante para el crecimiento de la economía. Así, los grandes consorcios transnacionales se fueron apoderando de nuestros recursos naturales.
No voy a referirme ahora al caso de la electricidad o el petróleo mexicanos, sino en particular a la minería. La situación en este campo es escandalosa. Para empezar, hay que decir que durante los años del neoliberalismo, se otorgaron tantas concesiones a empresarios mexicanos y extranjeros que hoy la extensión de tierras concesionadas representa el 12 por ciento del territorio nacional. Esas concesiones tienen una vigencia de 50 años, prorrogables a 100. Además, y éste es quizás el aspecto más agresivo, la ley establece que cuando se trate del proyecto de explotación de una mina, éste tiene prioridad sobre cualquier otro uso del suelo. Esta norma ha servido para el despojo de las comunidades, a menudo indígenas, pues se les deja prácticamente en la indefensión. Durante muchos años, los impuestos que debían pagar las empresas por la explotación de las minas se contaban, sin metáfora, en centavos. Hoy, cuando se han elevado, (aunque no lo suficiente) numerosas empresas, en especial dos canadienses, se niegan a pagarlos. Según algunas estimaciones, las empresas mineras, tanto nacionales como extranjeras, pagaron alrededor del 6 por ciento de sus ganancias en impuestos, o sea una tasa cinco veces menor que la que deben cotizar las empresas de otros ramos, y también menor a las tasas a que están sujetos los trabajadores, cuyas tasas van del 10 al 25 por ciento, según el salario.
Es sabido que en la extracción del oro ha habido una gran presencia de consorcios canadienses. Hace unos días, La Jornada reportaba que “las empresas canadienses dominan el mercado, pues de sus seis minas extraen anualmente alrededor de 35 mil kilogramos; 60 por ciento del total de oro; en tanto, las mexicanas, sacan 17 mil 300 kilos, 30 por ciento y las estadunidenses, 6 mil 800 kilos, 10 por ciento del total, según la información oficial.”
Un estudio muy conocido advierte que las mineras canadienses han extraído más oro en sólo 10 años que todo lo extraído en los tres siglos de la etapa colonial de México.
En efecto, como señalaba al principio el saqueo de los recursos naturales, como parte de la ofensiva del gran capital contra los países subdesarrollados, en el caso de las mineras extranjeras es escandaloso.