La primavera anuncia un tiempo diferente, de renovación y esperanza. El reverdecer de la naturaleza nutre el optimismo, en especial ahora, cuando la gente está cansada de la pandemia y anhela que el estado general del mundo mejore para beneficio de todos. En efecto, es de esperar que la vacunación masiva impulse la recuperación de la salud pública y, con ello, la confianza política y diplomática necesaria para detonar acciones de alcance global, comprometidas con la solución a problemas estructurales y rezagos sociales que son vergüenza de la humanidad. Sin embargo, no es tan sencillo como parece. De ahí la importancia de recordar las palabras de Martin Luther King, quien dijo que hemos aprendido a volar como pájaros y a nadar como peces, pero no hemos aprendido el arte de vivir juntos, como hermanos.
La humanidad, que se ufana de los avances de la ciencia y la tecnología, es hoy víctima de su propia negligencia, porque ha propiciado una seria alteración del entorno natural. No hay duda; de seguir por el mismo camino de abuso a la madre tierra y sus recursos, tarde o temprano terminarán por agotarse y nadie podrá escapar a sus consecuencias. El Covid-19 es una señal de alerta muy seria en ese sentido. Como ocurre con este tipo de emergencias, el virus ha trastocado agendas nacionales e internacionales y se ha convertido en el eje de la agenda global. Esta última, con su caudal de asuntos pendientes, ha debido priorizar y ahora gira alrededor de una pandemia que ha puesto en jaque a la economía mundial y alienta desencuentros por el control de las vacunas.
En este complejo trance, la Organización Mundial de la Salud ha cumplido un papel destacado, al formular propuestas de políticas públicas y recomendaciones sanitarias para contener la situación. De esta forma, ha confirmado que el andamiaje internacional que sucedió a la Segunda Guerra Mundial, aunque sujeto a los caprichos del poder, es perfectible y tiene las virtudes necesarias para encauzar los anhelos de la comunidad mundial. En todo caso, el gran reto del sistema multilateral estriba en atender las necesidades de los países de menor desarrollo relativo, que carecen de recursos para afrontar necesidades básicas y una situación tan delicada como la que ahora vivimos.
Cierto, el Covid-19 plantea un serio desafío a la paz y la seguridad mundiales. A sus rezagos estructurales, un importante número de naciones de la periferia agregan hoy las tensiones y componentes perniciosos de la pandemia, en detrimento de tejidos sociales ya de suyo lastimados y de economías nacionales incapaces de remontar la creciente pobreza. En su informe “Perspectivas económicas mundiales” de enero último, el Banco Mundial prevé que en 2021 la economía se recupere moderadamente y crezca un 4 por ciento, después de la contracción del 4.3 por ciento del año pasado. Según la misma fuente, se trata de la cuarta recesión más profunda en los últimos 150 años, solo superada por las que siguieron a las dos guerras mundiales y la Gran Depresión de 1929. Aunque muy complejo, el escenario parece que tendrá solución, si bien todo indica que dependerá de la solidaridad internacional y de que, en efecto, nos reconozcamos todos como hermanos y habitantes del mismo y frágil planeta. Alea Iacta Est.
Internacionalista