Y también tener en cuenta que aquí en la Ciudad de México hay más bombardeo de medios de información, aquí es donde se resiente más la guerra sucia, aquí es donde se puede leer la revista esta del Reino Unido, The Economist, o sea, aquí está todo…

Andrés Manuel López Obrador, 7 de junio de 2021 (en la mañanera)

 

Una de las apuestas de la educación, quizá desde las ciudades-Estado de Grecia, es la formación de ciudadanos, de personas aptas para vivir en sociedad y ser parte de una comunidad de valores compartidos. A lo largo de la historia, digamos, desde la consolidación del capitalismo, las ideas para alcanzar esos fines, dentro de los Estados-nación, se concentró en la asignatura de civismo o educación cívica o educación ciudadana. En México, desde finales del siglo XX se le denomina formación cívica y ética.

Filósofos, educadores y científicos sociales, de Emile Durkheim a Paulo Freire, de Francisco Ferrer Guardia a John Dewey, hicieron intentos por brindar conceptos para definir e interpretar el qué, el para qué y el cómo del civismo. No hay una teoría unificada, aunque en términos generales ésos y otros autores coinciden en que es vía la escolaridad como se socializan o reproducen los valores cívicos de una sociedad.

Si bien el civismo es un empeño de naciones, es cada vez más una afán global y conceptos o simples “ideas viajeras” predominan en los planteamientos curriculares. Y, como expresó Karl Marx, las ideas dominantes, son las de las clases dominantes. No son las únicas ni homogéneas, pero si constituyen el “conocimiento oficial” o hegemónico.

Con el advenimiento de la globalización las concepciones domésticas sobre el civismo, que tenían como fundamentos el patriotismo y una visión idílica de la historia, mudaron de manera paulatina y los valores originarios dejaron de ser absolutos. Se conjugan con tendencias globales, no con una sola. Pero no pierden el carácter nacional.

Bradley Levinson revisó investigaciones y compuso una tipología de las tres perspectivas sobresalientes: la de los valores perdidos, la del ciudadano crítico y la de rendición de cuentas. Y aplica esos conceptos para analizar el surgimiento y ejecución de la asignatura de educación cívica y ética en la secundaria mexicana.

Pido en préstamos sus nociones y altero el orden, para contender con la narrativa —que no discurso— del presidente López Obrador.

La perspectiva de la “rendición de cuentas”, exige una mayor transparencia en la gestión pública y formas de evaluación válidas y neutrales para valorar la “calidad” educativa. Los objetivos de transparencia y calidad exigen transformaciones tanto institucionales como personales.

La del “ciudadano crítico” destaca la importancia de crear hábitos democráticos profundos y una cultura política que apoye la transición democrática a largo plazo; exige una nueva sensibilidad participativa entre los ciudadanos. Esta intervención supone un espíritu de diálogo respetuoso y de cuestionamiento, en el que jerarquías sociales y normas existentes son objeto de crítica constante.

La postura de los “valores perdidos”, llama la atención sobre la desintegración social, como el aumento de violencia, corrupción, el divorcio y el desprecio de la autoridad adulta. La conjetura de esta perspectiva es que los valores tradicionales de respeto, honestidad y obediencia habían caído en desuso. Había un fuerte sentido de la jerarquía social que desapareció con la globalización y las complejidades de la transición democrática.

Hay una cuarta corriente que, aunque sin sustento teórico tiene presencia en varias sociedades: mantener a las masas en la ignorancia para que no exijan ni protesten. La educación formal es un desperdicio —excepto para las fuerzas armadas— y vale más no tener escuelas. Así califica Gregorio Morán (El maestro en el erial; Tusquets, 1995) a esa oscura y atroz etapa de la cultura franquista.

Como todas las tipologías ideales, no se muestran puras en la realidad; siempre hay combinaciones complejas, pero una toma la ventaja. Sostengo que el presidente López Obrador se afana en poner en la palestra la narrativa de los valores perdidos.

No requiero de un estudio pormenorizado de sus piezas oratorias o escritos, él lo expresa terminante en el primer párrafo de la presentación que hizo de la obra de Alfonso Reyes, La cartilla moral: “La decadencia que hemos padecido por muchos años se produjo tanto por la corrupción del régimen y la falta de oportunidades de empleo y de satisfactores básicos, como por la pérdida de valores culturales, morales y espirituales”.

Pudiera pensarse que evoca aquella sociedad patriarcal del régimen de la Revolución mexicana, donde cada uno ocupaba su lugar en la jerarquía social y todos bajo la égida del presidente (imperial). Esa visión romantiza la candidez de las masas: “tenemos un pueblo obediente”, pontificó el 28 de octubre de 2020.

No obstante, en ocasiones rebasa ese idealismo y hace afirmaciones como la del epígrafe de esta columna. Parecería que prefiere al pueblo bueno, pero ignorante, que no lea la prensa, ni tenga pensamiento independiente. Me da la impresión de que piensa que el estado de inocencia es la fuente de la felicidad; el conocimiento es motivo de desventura.

No tengo competencia en psicología como para explorar el subconsciente, pero conjeturo que ese raciocinio acaso explique su desdén por la ciencia y los expertos.

Quizá la motivación para que la SEP sacara una convocatoria para reelaborar libros de texto de historia y formación cívica y ética, historia, español y otras materias en tiempo récord. La búsqueda de materiales que perfilen la educación cívica para formar al ciudadano obediente. Pero ya dijo Marx Arriaga que no se pudo. Ese es otro de los valores perdidos.

Referencia: Levinson, Bradley U. (2005). Programs for democratic citizenship in Mexico’s Ministry of Education: Local appropriations of global cultural flows. Indiana Journal of Global Legal Studies, 12(1), 251-284.