“Necesitamos unos diez Andrés Manueles”, dice uno de tantos asistentes al zócalo el 1 de diciembre de 2021. Muchos más repiten palabras semejantes. Una necesidad de creer en algo, tan poderosa que es capaz de borrar la realidad, logra el fenómeno de una aprobación de casi 70 por ciento al gobierno de AMLO.

Señoras muy humildes, jóvenes de ropaje popular y hombres maduros y ancianos, repiten que “ahora si el gobierno está con los de abajo, combate a la corrupción”.

La demagogia produce la magia de suplir la realidad con palabras repetidas miles de veces desde el poder y sus aparatos.

Un discurso de lugares comunes, plagado de mentiras, sin referirse a la realidad crítica de la vida pública, la economía, la salud, la violencia, los feminicidios, los casi cien mil desparecidos, los cincuenta mil muertos en la guerra continuada y legalizada a través de la Guardia Nacional; ni media palabra sobre los cientos de miles de migrantes; nada sobre la miseria de varios millones más de personas en pobreza extrema; mentiras burdas en relación a las libertades.

Todo ese impresionante aparato demagógico, consigue su propósito: elevar casi a niveles de culto religioso al presidente, como un gigante vencedor en la lucha contra los demonios.

El “zócalo democrático” repleto con decenas de miles.

No es tan relevante si la mayoría fueron “acarreados” y una minoría llegó por su propio pie, dado que casi el 99.9 por ciento estuvo en ese “zócalo democrático”, convencido de la inmensa y heroica labor del presidente “a favor de los de abajo”, el presidente de “primero los pobres”.

Muy poco le importa a esa gran multitud, si hay casos evidentes de corrupción en los altos miembros del gobierno de AMLO y sus familiares más cercanos, ni si el gobierno “decreta” mantener en secreto la concesión de contratos a los grandes millonarios del país, los mismos que antes eran considerados como “la mafia del poder”.

Tampoco les importa a los seguidores del presidente la tragedia de salud de más de medio millón de muertes por el Covid-19 y una cantidad desconocida de muertes por el colapso del sistema de salud. Tragedia humanitaria producto, en gran medida, de las políticas absurdas del gobierno.

Se requeriría un “contra informe” de varias horas para mostrar la realidad omitida por el presidente en su tediosa perorata.

No es necesario. Basta decir que se trata de un catálogo de mentiras o de medias verdades.

EL tema, es que ese discurso demagógico cuenta con casi un 70 por ciento de aprobación según algunas encuestas y consigue la euforia de cientos de miles reunidos en el zócalo y las calles adyacentes.

El reloj no se detiene. Día con día la distancia entre la estrujante realidad y la euforia del presidente, crece a pasos agigantados.

No sabemos cuál será el desenlace final.

Las experiencias históricas y las actuales de gobernantes similares y sus desastrosos resultados, no las entienden las señoras emocionadas por haber estado “cerca del presidente”, aunque el estrado estuviera a varios metros de distancia y hubiera vallas en forma de una gran cruz, tampoco importaba que los “monitores” o “agitadores” promovieran los gritos “no estás solo, no estás solo”

El dato indiscutible es que la gente gritaba eufórica “es un honor estar con Obrador”

No sirve mucho analizar este fenómeno con “categorías” y “palabras” envueltas en un celofán seudo intelectual, al contario. Para una política gregaria de impulsos primarios, la palabrería arrogante de los “analistas” confirma la gran “congruencia” del discurso y la política “patriótica” del presidente Andrés Manuel.

La gran tarea para el pensamiento político es construir un proceso, que consiga colocar los temas de la discusión política bajo formas sencillas capaces de dialogar con los millones de seguidores en vías de ser fanáticos de AMLO.

Ese camino debe evitar usar las descalificaciones al gobierno expresadas en los chistoretes o las caricaturas vulgares del presidente, los integrantes del gobierno e incluso sus familiares.

Sin descuidar el estudio del fenómeno de la demagogia a nivel internacional, es conveniente repensar en el contenido de una cultura dominante a lo largo de más de un siglo, cuya vigencia se expresa en los elementos de la oratoria del presidente; en la versión de la historia que divulgan sus intelectuales orgánicos mediante los  poderosos instrumentos del Estado, como lo son los libros de texto gratuitos, los canales de televisión y radio públicas y su creciente presencia en los  programas de “opinión” de las cadenas privadas de televisión, cuyos dueños  son parte el Consejo Asesor del presidente.

Ese inmenso caudal de demagogia, tiene un poderoso sustento en la cultura estatista-nacionalista.

Los delirios de grandeza del presidente son proporcionalmente correspondidos por el fanatismo de sus seguidores.

Le encanta “al pueblo” un “presidente cercano” que grita al “carajo la corrupción”, pero que se pone furioso contra las denuncias de oscuros orígenes de la riqueza de sus familiares, llegando al extremo de emplear expresiones de tirano contra periodistas como Carmen Aristegui, a pesar del abierto apoyo dado a AMLO durante varias décadas.

Cuando en los terribles manicomios- centros de tortura contra los enfermos que no deben existir- algún enfermo tenía delirios de grandeza y llegaba a considerase “Napoleón”, la conseja popular consideraba ese grado de enfermedad mental como irreversible.

El problema que tenemos en nuestra vida política nacional, es que una proporción muy importante de la gente considera al presidente como “Napoleón”.

 

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