Soy un genio, de verdad que lo soy,
¡me salen por la boca palabras que ni yo mismo entiendo!
David Grossman, Cabaret

Su intelecto sueña con reformas sociales altruistas,
pero sus deseos brutales lo hacen destrozar cada avance que su país logra construir (traducción libre).
Barbara Kingsolver, The Lacuna

Fan Guori y Thomas Popkewitz analizan paradigmas y perspectivas de la política educativa a escala global. Estos autores no se les pueda catalogar de neoliberales ni de conservadores, tienen historia de análisis de la escuela desde la izquierda democrática, críticos severos del capitalismo y del neoliberalismo. Para ellos, más allá de la ideología, la “[…] política educativa es un código de conducta, una normativa para la existencia y una herramienta empleada por una entidad política para gobernar la causa de la educación”.

En el gobierno de la 4T, el funcionariado es invisible, el presidente atrae los reflectores para sí y no permite que nadie más sobresalga. Por consiguiente, toda la política gubernamental está impregnada de su retórica y dichos. Su mañanera es un ejercicio de pedagogía del poder. El código de conducta del presidente López Obrador descansa en su tecnología de la autoridad que se erige sobre dos pilares: mando único —centralizado en su persona— y mensajes cargados de simbolismo donde él es siempre parte del relato. Invade la plaza pública cada mañana con conferencias de prensa donde pontifica, dicta línea, debate —en realidad agrede— con quien no esté de acuerdo con él. No obstante, con todo y que desprecia a las instituciones, utiliza instrumentos jurídicos para alcanzar sus propósitos de transformación que, en el espíritu parece más un proyecto restaurador de ciertos rasgos del régimen de la Revolución mexicana, en especial el de la centralización del poder, aunque introduce innovaciones y carga de más palabras y símbolos al artículo 3.

Acaso la 4T sea mucho más que palabrería y concentración de recursos económicos y políticos bajo el control del presidente López Obrador. Con reformas constitucionales, promulgación de leyes y decretos se construye un andamiaje para sustentar un régimen autoritario. Hoy, para fines prácticos, el Poder Legislativo es un apéndice del Ejecutivo; que también colonizó en parte a la Suprema Corte y eliminó órganos autónomos o los sustituyó por instituciones subordinadas —como el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación por la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación y el Servicio Profesional Docente por la Unidad del Sistema para la Carrera de las Maestras y (los) Maestros— y tiene en la mira al Instituto Nacional Electoral, a la UNAM al CIDE y universidades autónomas.

Todo apunta a que hay en él un espíritu refundacional de aquel régimen. Un hombre fuerte en la presidencia que busca institucionalizar su hacer con una narrativa política — personalista— que implica un ejercicio vertical del poder y menosprecio a instituciones formales y a órganos de autoridad. Construye una configuración legal que fundamenta el “conmigo o contra mí”, los “de adentro y los de afuera”. Y, por sobre ello, nada de autonomía “Me voy a convertir en guardián para que se respete la libertad de los ciudadanos a elegir libremente a sus autoridades”. Por eso los ataques con alevosía contra organismos que no enlazan con su proyecto personal.

Nadie ha dicho que gobernar sea fácil, excepto López Obrador. Tomar decisiones que afectan a millones de ciudadanos es una responsabilidad que demanda, como decía Max Weber, vocación de poder y de servicio. Los gobernantes que nada más se abocan al ejercicio del poder y a satisfacer apetitos personales o de grupo tienden a convertirse en tiranos. Por el contrario, los mandatarios que trascienden conjugaron con aptitud la política como vocación con la eficacia en la gobernación; en otras palabras, enlazaron carisma (personal), tradición y racionalidad burocrática (el mando en las instituciones).

Cavilo que al presidente López Obrador no le interesa el sistema escolar, excepto para distribuir becas y ordenar nuevos libros de texto que ensalcen a sus héroes favoritos y denuesten a los conservadores como traidores a la patria. Mas él se mira a sí mismo en esos héroes. Usa el atril del Palacio Nacional como un púlpito cívico para “transformar la conciencia de los mexicanos y acabar con el neoliberalismo”. Él es el vicario del edén incandescente que dispersa un mensaje paradisíaco al pueblo bueno y castiga a los adversarios con un lenguaje arbitrario e insultante; a veces con palabras que sólo entienden los iniciados.

Según las encuestas de popularidad, pocos ponen en duda su afán de servir a la ciudadanía (primero los pobres). Tampoco hay muchos reparos en cuanto a su carisma y capacidad de comunicación con las masas, más de 20 años de líder de movilizaciones sociales lo curtieron. AMLO hace gala con frecuencia de que conoce la historia de México y sus tradiciones políticas. Sin embargo, no me cuesta trabajo suponer que servir al pueblo es un artilugio retórico. Su vocación es el ejercicio del poder y, si es absoluto, mejor. Su gobierno es ineficaz y truculento; al final de su mandato, no sólo el pueblo bueno sino la sociedad toda sufrirá las consecuencias. Tendremos un presidente popular y un país al borde de la bancarrota. La pedagogía informal de la mañanera, pienso, tiene un objetivo principal: glorificar al caudillo, al mesías tropical, como lo definió Enrique Krauze. No se trata de gobernar la causa de la educación ni producir un método para la existencia democrática. AMLO anhela que los mexicanos lo recuerden como el mejor presidente que México haya tenido jamás. Razono que no se le hará. La historia es pérfida (Ortega y Gasset) y lo juzgará por sus hechos, no por sus promesas.

Referencia: Fan Guorui y Thomas S. Popkewitz. 2020. Handbook of Education Policy Studies: Values, Governance, Globalization, and Methodology, Volume 1, Singapur: Springer Singapore, p. xi.