Para los romanos, el final de un día o de un año era un tiempo para maldecir o recordar bienaventuranzas. Así fuera un periodo de alegrías o de angustias, el final del día o del año no debería pasar desapercibido.

En ese orden, quiero invitarlos a hacer algunas reflexiones. De ninguna manera voy a hacer una crónica triunfalista, ni un recuento de los daños, hoy es un buen momento para reflexionar sobre las verdaderas esencias de nuestra realidad económica y social. Es una buena ocasión para reflexionar, no para justificar nada, sino para buscar el trasfondo de nuestros problemas en esos planos.

En mi opinión, los males económicos de la República se han formado durante diferentes etapas históricas. Somos un país al que el capitalismo llegó tarde y de una manera desigual. Somos un país de economía de mercado y el proceso de su formación nos dejó improntas sobre las cuales es necesario estar atentos.

En México no hubo una acumulación pertinente de capitales. Después de la Revolución, no se formó una clase empresarial con capacidades para promover una economía de mercado pujante y libre de ataduras externas. Por eso mismo, el Estado fue el factor decisivo para la formación de los capitales a través de sus aplicaciones en las distintas ramas de la economía. Por eso mismo, la afirmación en el sentido de que en México la economía es política no carece de razones.

El Estado, que toma cuerpo en el Gobierno, propició ciertamente una acumulación de capitales privados, ya sea por subsidios, por créditos, por acciones proteccionistas o creando espacios para la oferta de satisfactores generados en el país. Esta acumulación de recursos no fue destinada a la inversión en áreas estratégicas, sino que se orientó hacia los renglones especulativos y una buena parte se fue al consumo suntuario.

La inequidad debe examinarse a partir de la historia. Decía don Jesús Silva-Herzog que muchos de los empresarios mexicanos tienen el síndrome de los niños mimados. La clase empresarial en el país fue mimada y creció como un niño frágil, comodino y de casi nulas iniciativas.

El sector privado mexicano, el que forma los gremios económicos más fuertes, suele tornarse respondón cuando el gobierno amenaza con poner algún orden en el proceso productivo. Hoy clama por nuevas ventajas. Quiere que el Gobierno absorba los costos de la pandemia sin que las ganancias disminuyan y, una vez más, se presenta como la única víctima de esta tragedia entre los mexicanos.

Es del sector privado desde donde provienen las críticas más acerbas y las descalificaciones en grados mayores. Por supuesto, estas críticas tienen un mercado abierto en los distintos grupos de interés que se relacionan con los medios nacionales e internacionales de difusión.

En realidad, los programas sociales de la 4T, hablando en términos pragmáticos, ha constituido una derrama de ingresos que tiene un fuerte impacto sobre la demanda interna. Esta demanda, que no es menor, ha influido en el mantenimiento del gasto que, a su vez, eleva la capacidad adquisitiva relacionada con los productos hechos en México o importados por corporativos mexicanos.

El 2021 nos dejó una relativa recreación de los comportamientos empresariales de otros tiempos. Lo bueno sería que el sector privado mexicano asumiera nuevos retos y se integrara con toda la sociedad para percibir el futuro que, de ninguna manera será fácil.

Ahora bien, el esfuerzo para ese crecimiento debe ser compartido en todo momento y en cualquier circunstancia. Los empresarios no pueden esperar que el Gobierno lo haga todo, ni que el peso de la recuperación de la economía nacional caiga sobre los sectores menos afortunados.

Al igual que los ciudadanos de Roma, los mexicanos debemos usar el fin del año para buscar las causas de nuestros problemas económicos. Solamente en la medida en que lo consigamos podremos aportar más para un futuro nacional con menos apremios.

@Bonifaz49