En los próximos días tomará posesión de la presidencia en Chile Gabriel Boric y continúa la invasión del ejército ruso en Ucrania, dos acontecimientos en los extremos opuestos que desafían a las izquierdas a nivel internacional.

Boric significa el probable renacimiento de unas izquierdas diferentes a las conformadas en torno al castrismo y sus sucesores, es significativo que no estén invitados a su toma de posesión ni Cuba, ni Venezuela y mucho menos Nicaragua, ese gesto simbólico puede dar origen a una renovación de los comportamientos de las izquierdas no solamente en Chile sino en el conjunto de América, del Bravo a la Patagonia.

La invasión rusa ha puesto en crisis a las izquierdas gestadas en la Guerra Fría, “campistas” les llaman en Argentina por seguir los parámetros de los “dos campos: el socialista y el del llamado mundo libre”. Muchas izquierdas de ese tipo apoyan a Vladimir Putin por el simple hecho de encabezar una potencia enemiga de los Estados Unidos. No les importa que Putin sea un oligarca multimillonario y practique una política muy reaccionaria y represiva dentro de Rusia y un remedo de política zarista en relación con sus vecinos, incluyendo a Ucrania, pero no solamente, sino sus pretensiones ante los países bálticos de Letonia, Lituania y Estonia son abiertamente anexionistas, lo mismo hacia Bielorrusia y en el sur con Georgia y lo mismo hacia los países de Asia Central que fueron parte de la URSS.

En Europa, donde surgió el concepto de “izquierda” y también el pensamiento comunista, anarquista y socialista, comienza a haber un intento de explicación del porqué de la pérdida de la identidad de las izquierdas.

Roger Martelli, pensador francés, publicó un interesante ensayo en febrero del 2021, donde plantea: Por su parte, la esperanza social se vio sacudida por las trágicas conmociones del siglo XX. El comunismo político ha sufrido el estancamiento de un modelo soviético, voluntarista y estatista, que durante demasiado tiempo constituyó una base importante de identificación. Las disidencias del movimiento comunista, encerradas en los recuerdos ilusorios del bolchevismo ruso, nunca han podido salir de la marginalidad. El tercermundismo, atrapado en las redes del neocolonialismo y sus sustitutos, no ha producido un modelo emancipatorio alternativo. En cuanto al socialismo europeo, que durante mucho tiempo extrajo fuerza del Estado del Bienestar, no consiguió relanzarse de forma sostenible tras el colapso de los equilibrios de poder posteriores a 1945. En resumen, la izquierda no ha podido reformular la base simbólica que la sostuvo durante al menos un siglo.

Esta “prisión” del pensamiento enjaulado en los recuerdos nostálgicos del sovietismo, entre los militantes de los partidos comunistas y las fantasías de sus disidentes, que añoran la fase bolchevique ha impedido la reconstrucción de un nuevo rumbo para las izquierdas en el siglo XXI.

Lo triste es que las izquierdas han sucumbido ante las derechas como también lo señala Roger Martelli “La izquierda ha perdido la batalla de las ideas. Afirmar su poder contra todos los demás, proteger su identidad, garantizar su seguridad: la trilogía del miedo ahora gobierna el debate de ideas. El problema es que la izquierda en general ha capitulado. Pudo hacerlo, por defecto, al explicar que el verdadero debate estaba en la cuestión «social». También lo hizo en nombre del postulado de que no debemos dejar el terreno a la derecha y a la extrema derecha.

En el caso de nuestro continente, las izquierdas perdieron su identidad anticapitalista y cedieron ante los denominados populismos o también llamados gobiernos progresistas. Ese fue el caso ante Lula y los gobiernos presididos por él y por Dilma Roussef y los casos patéticos de las dictaduras de Chávez y Maduro en Venezuela, la dictadura de la pareja diabólica de Ortega y Murillo en Nicaragua y por supuesto la larga dinastía castrista en Cuba. Pero también ha estado presente en el conjunto de gobiernos peronistas en Argentina y en cierta medida en el proceso boliviano encabezado por Evo Morales.

Aunque cada caso tiene su propia historia y matices muy específicos, se puede decir que en su conjunto constituyeron o constituyen una falsa victoria de las izquierdas revolucionarias. Por supuesto que las izquierdas no pueden reducirse a sus expresiones partidistas, coincido también con Roger Martelli cuando nos dice que “La izquierda no se redujo a su formato partidario, constituyó históricamente un vasto complejo que asociaba, de manera cambiante, lo social, lo político y lo simbólico y que tenía al movimiento obrero como centro de gravedad. Pero hoy en gran medida ha perdido la batalla de las ideas, mientras que la indignación se desconecta de los horizontes de cambio social, sin los cuales corre el riesgo de volverse puro resentimiento”.

Ese fenómeno de las izquierdas reducidas al resentimiento tiene mucha validez en el caso de Morena y AMLO, dado que, ante la ausencia de una propuesta de cambios programáticos, solo se sostiene su identidad, en el discurso demagógico de culpar de todos los males del país a un fantasmal “neoliberalismo”, cuando se aplica una política económica claramente neoliberal. Por eso la aberración de sostenerse como abanderado de una “causa” bajo lemas del tipo de “primero los pobres”, cuando toda la política gubernamental que se ha aplicado a empobrecido a millones e incluso aumentó en número y porcentaje la pobreza extrema.

No es suficiente explicar este fenómeno, el de Morena y AMLO, por la debilidad o mejor dicho ausencia de unas izquierdas con implantación en el movimiento obrero, aunque esa sea una de las taras históricas del movimiento socialista y comunista en México, no lo es porque han surgido nuevos actores, en la jerga de cierto marxismo dogmático, se les llamaba los “sujetos revolucionarios históricos”

Eso se puede ver claramente en el movimiento feminista, también en el de los pueblos originarios y su caso más simbólico el EZLN, también en el histórico movimiento estudiantil y en los actuales, está presente en muchas otras expresiones de lucha de nuestros días como lo son los ambientalistas y otras que se están gestando como la semilla de movimientos entre los trabajadores en el capitalismo de plataforma, que viven en condiciones muy precarias repartiendo comida, manejando taxis y distribuyendo otros productos por medio de la llamada uberización del capitalismo actual.

“Pero, a diferencia de las movilizaciones del movimiento obrero, las de la actualidad no encuentran el coagulante simbólico que articulaba la indignación con la expectativa de una lógica social más igualitaria y atenta a la dignidad de cada individuo. Por la falta del «principio de esperanza», tan caro al filósofo alemán Ernst Bloch, y de una identificación más nítida de la causa de los males sociales, la indignación lucha penosamente por agruparse, se vuelve de buen grado contra chivos expiatorios y puede derivar en resentimiento de repliegue y exclusión. Sin que haya una manipulación directa y masiva, los conflictos más recientes se han deslizado así hacia un desarrollo político más favorable a la extrema derecha que a una izquierda que asume un discurso de crítica social”.

No todo está perdido. La esperanza que ha despertado la victoria de Gabriel Boric en Chile y la expresión de rechazo a la invasión rusa en sectores de izquierda como los troskistas y el EZLN, pueden estar incubando un nuevo pensamiento y poner las bases de un nuevo camino que no quede atrapado en las falsas disyuntivas, como la que trata de imponer el gobierno: con AMLO o con la derecha conservadora.