Hay dos caminos fáciles para examinar el asunto del estadio “Corregidora” en la ciudad de Querétaro. El primero consiste en afirmar que el mal es de muchos y que lo mismo existe en los estadios con calefacción central en Alemania, Inglaterra y Holanda, que en los espacios deportivos calientes de Brasil, Colombia, Panamá y, aunque con otros climas, en Argentina.
El otro camino es la politización, en el mal sentido del término. Politizar el tema se traduce en echarle la culta al antiguo régimen o al nuevo gobierno mexicano. Esta segunda vía es fácil en extremo, dada la polarización que ya comienza a afectar a nosotros los mexicanos. Politizar, en el mal sentido del concepto, es atribuir los males del futbol a los adversarios ideológicos correspondientes.
En efecto, el problema es mundial y no se corresponde con un determinado esquema de gobierno o de una ideología que presida a los poderes. Lo mismo se da en monarquías milenarias que en países gobernados por regímenes democráticos plenos o en proceso de consolidación. Cabe aclarar que no hay barras bravas en Corea del Norte, ni en Nicaragua ni en Cuba.
Tampoco las hay en sistemas bajo el signo de la dictadura militar. Desafortunadamente —o afortunadamente, según— se da mayormente en los países con libertades. Decir que es un consuelo penoso no quita fuerza al argumento de que es un problema muy extendido.
Respecto a la politización del tema, podemos decir que precisamente la solución está ahí. Es decir, en recurrir a la política entendida como la actividad cívica por excelencia y como un mecanismo social para el diálogo y los acuerdos.
Si la violencia en el futbol se ha globalizado, la respuesta debe ser un arreglo global en todos los sentidos: la FIFA tiene la palabra para alcanzar un nuevo consenso en materia de reglas para el juego. Los gobiernos tienen la acción para las normas fuera de la cancha.
La violencia es mala para los negocios, a menos que se trate del negocio de la violencia en sí. A todos los actores les conviene un arreglo y los protagonistas de la política tienen una tarea para cumplir.
Evidentemente, hay culpables y éstos deben ser llamados a cuenta por las autoridades correspondientes. Sin embargo, el mayor peligro consiste en que todo se quede ahí, en la barandilla de los jueces o de los ministerios públicos. Es un asunto de la cultura y esos problemas se resuelven con educación y más educación.
Seguramente, en el conflicto de Querétaro y en los de distintas partes del mundo hay personas desarraigadas. Seguramente hay individuos más proclives a la violencia que otros y esta proclividad es multicausal. Puede ser la condición económica, la condición moral, las manipulaciones de los medios en torno al futbol o, simplemente, una combinación de factores.
En materia de violencia, como en todo, la generación espontánea no existe y es necesario buscar las verdaderas causas, para encontrar las verdaderas respuestas.
La política debe constituir la partícula de unidad en este y en otros problemas del país. La política debe convocar a aficionados, directivos, autoridades deportivas, empresarios y, por supuesto, al gobierno.
En el teatro del futbol, Querétaro fue una de las primeras llamadas: evitemos que comience la función ominosa. A los mexicanos, en su mayoría, nos gusta el futbol; no dejemos que la violencia nos deje en la banca. No dejemos que la violencia nos deje fuera del mundial. Politicemos, en el buen sentido, el problema.
@Bonifaz49


