Casi en todo el mundo proliferan proyectos de reforma educativa. Más allá de la teoría o de la posición política, de si la proponen gobiernos, instituciones intergubernamentales u organizaciones de base, casi siempre exhiben el propósito de modificar tradiciones que suponen frenan el progreso de la educación. Estos hábitos engloban prácticas pedagógicas, rutinas institucionales, métodos de enseñanza y modos de organización de las escuelas. También —y eso va en el centro de la mayoría de las apuestas de cambio educativo— las actividades de los maestros y lo que se supone que los alumnos deben aprender.
En las arengas por la reforma —aunque a veces se mencionan— se evade hablar de los efectos concretos de las escuelas; olvidan —recordó Jaques Delors, cuando en 2013 evocó los cuatro pilares de la educación— que las escuelas son instituciones robustas, con reglas de comportamiento difíciles de modificar; también son las guardianes de la cultura, cisternas que conservan el conocimiento que la humanidad acumuló a lo largo de la historia. Cito: “Pero es cierto que la escuela tiene que hacer frente a mayores exigencias y encontrar el equilibrio adecuado, en términos de enseñanza, entre lo que no cambia y lo que cambia” (traducción libre).
Bajo el liderazgo de Marx Arriaga, director general de Materiales Educativos, más que bajo la conducción de Delfina Gómez Álvarez, la Secretaría de Educación Pública prepara un cambio en la estructura, actividades y organización curricular de la educación básica. En lugar de los ciclos conocidos de inicial, preescolar, primaria y secundaria, plantea establecer seis fases de aprendizaje.
Además, como denuncian los firmantes del manifiesto, “En defensa de la educación” (La Crónica de Hoy, 20/04/2022), la SEP propone un reordenamiento completo de la actividad educativa sin diagnóstico claro de los problemas relevantes y sus causas profundas. Se quiere pasar de la educación moderna, la cual —dice la SEP— dispensa a los intereses empresariales y políticos dominantes, a una educación que sirva a los grupos sociales oprimidos y tenga como centro organizador, no al alumno, sino a la “comunidad”.
Si esa interpretación —basada en los documentos de la misma SEP—es correcta, el proceso de enseñanza y aprendizaje tendrá como entorno principal, no la escuela, sino la “comunidad”. El conocimiento científico perderá relevancia. Instruirse en matemáticas o ciencias tendrá igual o menos valor que cultivar creencias, tradiciones, rituales y fiestas de la comunidad.
Un diagrama sencillo que divulgó la SEP presenta la organización curricular de seis fases: Primera, educación inicial; segunda, educación preescolar; tercera, primero y segundo grados de primaria; cuarta; tercero y cuatro grados de primaria; quinta, quinto y sexto grados de primaria; y, sexta, los tres grados de secundaria.
Como puede observarse, excepto en la secundaria, es un reordenamiento drástico, pero planteado al vapor y sin estudios de ninguna especie. Cierto, se organizaron un montón de asambleas, pero no hubo discusiones sustantivas ni participación sensata; parecían mítines de campañas políticas, con arengas para mostrar devoción al presidente López Obrador, no concilios sobre educación.
Y parece que ya todo está en camino. Pero si las reformas de los gobiernos de Salinas de Gortari, Calderón y Peña Nieto tuvieron más frustraciones que logros, ésta de la cuarta transformación camina al fracaso rotundo, pienso. Si bien aún no hay una oposición vociferante (nadie compite con las mañaneras), la inercia de la costumbre enterrará esa intención en cuanto termine el sexenio o, a lo mejor, ni vuelo toma.
Las tradiciones magisteriales, la forma de enseñar y los valores adquiridos en las normales tienen arraigo en las escuelas. Para muchos maestros los métodos de enseñanza y los modos de evaluación están ligados a una ética de trabajo estable —hasta densa, como parte de la vocación— que, a pesar de críticas y exhortaciones, no modificaron en el pasado por mandatos de gobiernos reformistas. Es un medio de resistencia pasiva no dinámico, pero eficaz.
Tan igual o más difíciles de permutar son las rutinas institucionales erigidas en poco más de 100 años de historia de la SEP. Estas usanzas se ligan a leyes, pero obedecen más a reglas informales que los actores del entramado escolar asumen cada día. Cierto, las instituciones mudan, pero lo hacen más a marcha pausada y por tramas internas, no por incentivos externos. A menos que estén enlazados a estímulos materiales, como fue el caso de la Carrera Magisterial.
Además, la crítica de académicos, investigadores, periodistas y organizaciones de la sociedad civil que se manifiesta en la prensa, los medios y las redes, adquiere cada vez más penetración. Incluye a intelectuales de la izquierda democrática que lucharon porque AMLO llegara a la presidencia, pero las acciones y la conducta del presidente sembraron desencanto en ellos. Todos continúan con su labor de zapa en la plaza pública.
La Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación despliega una oposición activa, más por la defensa de sus intereses de facción, pero se convierte en aparato que trastoca la acción del gobierno. La facción mayoritaria del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación no se manifiesta en contra de manera pública, pero brincará a la palestra en cuanto el proyecto de nuevos planes y libros de texto amenace las condiciones de trabajo de los maestros. Y será cada vez más afanosa conforme avance el sexenio.
Como advirtió Delors, la solidez de la institución escolar la hace resistente al cambio. Más aún cuando no hay una reflexión sobre lo que cambia y lo que permanece. En fin, si la fuerza de la costumbre frenó los intentos de modernización neoliberal, también forja una barrera infranqueable a pujos de “comunalismo” y desinstitucionalización del sistema escolar.
Retazos
Agradezco la hospitalidad de Beatriz Pagés y su equipo en Siempre. Múltiples tareas me impiden continuar con regularidad con mis artículos quincenales. Si Beatriz y su gente me lo permiten podré colaborar de forma esporádica. Un abrazo.
Referencia: Jacques Delors, “The treasure within: Learning to know, learning to do, learning to live together and learning to be. What is the value of that treasure 15 years after its publication?” International Review of Education (2013), no. 59: 319-330.


