Hace pocos días, justamente el 15 de octubre, se conmemoró el Día Internacional de las Mujeres Rurales 2011. Lo que cabe destacar es que ésta no es una fecha precisamente celebrativa, aunque sí constituye una oportunidad para reflexionar sobre el asunto de las mujeres que viven o sobreviven en los espacios rurales.

Como es bien sabido, el escenario para las mujeres de las regiones rurales no es halagador ni mucho menos. Incluso se han hecho esfuerzos por parte de gobiernos y organismos internacionales, públicos o particulares, para mejorar las condiciones de vida. Sin embargo, estas acciones no han sido suficientes y muchas solamente han sido temporales. Por ese motivo, la situación mundial para estos grupos de población arroja números que son verdaderas luces de advertencia.

Nuestro país no es una excepción. A pesar de los esfuerzos hechos en diferentes tiempos, y aún más en el presente Gobierno, en México hay 27 millones de habitantes que viven —a veces sobreviven, como ya se ha dicho— en  las áreas rurales. De esta población, el 50.1 por ciento son mujeres cuyas condiciones de vida hilvanan un escenario preocupante para decir lo menos. En aquellos espacios se condensan todos los elementos de la marginación y las improntas del abandono o del olvido.

Los números de esa realidad son lacerantes. Las palabras “marginación”, “pobreza”, “abandono” e “injusticia” dejan de ser recursos discursivos para volverse una realidad cotidiana. Quien visite algún punto geográfico rural del país, tal vez no requiere revisar las estadísticas actualizadas.

Y son precisamente las mujeres quienes cargan esas circunstancias con mayor intensidad. Predominantemente, en los espacios en donde viven los mexicanos indígenas. Ahí, a la falta de recursos materiales para vivir, se le añade la discriminación y el aislamiento cultural que causan tanto o más daño que la pobreza económica.

El 15 de octubre es una buena oportunidad para hacer un recuento de lo que nos falta por hacer y de proponer que las mujeres de las regiones rurales se sitúen en un lugar preferente de la agenda nacional. Es tiempo de convertir la perspectiva de género —teóricamente intachable—en un instrumento político real y oportuno de Estado, para llevar a las zonas rurales la presencia y acción puntual de las instituciones.

El Día Internacional de las Mujeres Rurales, es una excelente ocasión para revisar las condiciones culturales en algunas regiones con población indígena. Es necesario valorar lo positivo, pero también lo que es urgente cambiar, por supuesto con el consenso promovido en las poblaciones con etnias originarias. Ahí está una de las grandes tareas para los agentes del proceso educacional mexicano.

Si llevamos una mejor justicia social a las regiones rurales, sobre todo a las de población indígena, podremos unirnos a la celebración del 15 de octubre. Mientras tanto, debemos compartir la preocupación, pero sobre todo, las acciones en el terreno de los hechos. Los desafíos son abundantes, muy urgentes y muy diversos. Las instituciones tienen la palabra.

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