El Istmo de Tehuantepec, la distancia más corta entre el Océano Pacífico y el Golfo de México, es de 220 kilómetros. La región del Istmo tiene una extensión de 25 mil kilómetros cuadrados y se localiza en las entidades federativas de Veracruz y Oaxaca. Como región económica, tiene un alto potencial en la producción de energía eólica, petróleo crudo, gasolinas, gas natural y varios minerales, tanto para hoy como de naturaleza estratégica para los próximos 100 años. Actualmente, en cifras redondas, tiene 600 mil habitantes distribuidos en 21 municipios. Por su tamaño, su población y sus recursos constituye una zona estratégica para el desarrollo mexicano de ahora y del futuro próximo.
Desde hace más de dos siglos, se ha pensado en el Istmo como una posibilidad para la comunicación entre los dos océanos. Desde el imperio español se suponía que era posible trasladar hombres, sobre todo en caso de guerras, y productos tanto para el consumo como insumos para producirlos en las cercanías a sus mercados. La historia es larga y se incluyen intereses económicos, de estrategia militar, de seguridad territorial y aún de piratería por parte de ingleses u holandeses. En tiempos más recientes se planteó construir ahí un canal interoceánico, justamente en los años posteriores a la terminación del Canal de Suez y anteriores a la iniciación y terminación del de Panamá.
La construcción de los canales, sobre todo el de Panamá fue un verdadero drama humano y, sobre todo, financiero. Por eso mismo, la idea de hacer otro en América, ya fuera en Nicaragua o México perdió muchos de sus atractivos. Ya bien entrado el siglo XX se hicieron las últimas conversaciones, ni siquiera propuestas, con el gobierno porfiriano y, en esas pláticas comenzó a cobrar cuerpo el tema de los ferrocarriles.
Los gobiernos de la Revolución no estaban para esos planes y durante casi un siglo la idea transoceánica de México durmió el sueño de los justos. Solo hasta los noventas del siglo XX hubo nuevas menciones al tema, pero sin ir más allá de dar concesiones a agentes particulares para que hicieran los proyectos e iniciaran los trabajos reales. Los efectos de esas concesiones dadas sin tomarlas en serio, sin medir sus alcances en el futuro, están ahí y son visibles por sus múltiples trampas y contradicciones.
El Presidente López Obrador, desde sus años de campaña, sostuvo la propuesta de recuperar la idea de la comunicación transístmica, pero bajo el sino de la soberanía nacional. Es decir, con inversiones que respondieran a los intereses mexicanos y no a las ganancias del dinero sin patria.
Ese es el esfuerzo que hace hoy el gobierno y, por supuesto, ese no es un esfuerzo sencillo ni mucho menos. Se trata de una inversión de muchos dígitos y es una acción de Estado, que vá más allá de un sexenio específico. Se trata de un programa de desarrollo regional y no de construir, como con frecuencia se afirma, un muro para evitar las migraciones tanto de centroamericanos como de mexicanos.
Es una obra de interés nacional y, por qué no decirlo, de seguridad nacional, porque la seguridad no depende solamente de las tropas acantonadas ni de los cuerpos de espionaje: se construye con proyectos a fondo para mejorar el nivel de vida de la población. El ferrocarril transístmico no es una nueva muralla para impedir el paso, sino un recurso para que muchos mexicanos de la Región Sur Sureste consoliden su progreso en la tierra que los vio nacer. Unas vías para el tren nunca serán muros.
@Bonifaz49


