La primera novela de Dennis Lehane (Massachusetts, 4 de agosto de 1965) Un trago antes de la guerra, es el inicio de la saga de novelas negras protagonizadas por Kenzie y Gennaro que lo mantienen en el gusto de los lectores. La novela es ya un clásico del género, a la vez que una crítica puntual a la violencia y el racismo. Transcribo las primeras líneas de la edición de Salamandra, traducida por Ramón de España.
Mis primeros recuerdos están relacionados con el fuego.
Vi arder Watts, Detroit y Atlanta en el telediario de la noche, vi océanos de manglares y frondas de palmera en llamas de napalm mientras Walter Cronkite hablaba de desarme lateral y de una guerra que había perdido el rumbo.
Mi padre era bombero y no pocas noches me sacaba de la cama para que viera las últimas coberturas informativas de los incendios que había combatido durante la jornada. Todavía olía a humo y a hollín, aún emanaba de él ese denso hedor a grasa y gasolina, pero no me importaba, esos olores me resultaban agradables sentado en su regazo, en nuestro viejo sillón. Cuando aparecía en el televisor, corriendo delante de la cámara, se señalaba con el dedo: una sombra difusa recortada contra rojos furiosos y amarillos resplandecientes.
Me fui haciendo mayor, pero siempre tuve la sensación de que los incendios crecían conmigo, y así ha sido hasta hace poco, con el de Los Ángeles, cuando el niño que llevo dentro se preguntó si al final las cenizas y el humo se desviarían hacia el noreste y llegarían hasta Boston y nos contaminarían el aire.
El verano pasado ocurrió eso. Estalló una vorágine de odio a la que pusimos distintos nombres —racismo, pedofilia, justicia, rectitud—, pero esas palabras no eran más que lacitos y envoltorios de un regalo envenenado que nadie quería abrir.
Murió gente el verano pasado. La mayoría, inocentes. Algnos más culpables que otros.
Y hubo gente que mató. Ninguna de esas personas era inocente. Lo sé. Yo fui una de ellas. Seguí el delgado cañón de una pistola, y me encontré con unos ojos llenos de miedo y odio, y en ellos vi mi propio reflejo. Apreté el gatillo para hacerlo desaparecer.
Escuché el eco de mis disparos, pude oler la cordita, y entre el humo seguí viendo mi imagen reflejada, sabiendo que nunca se desvanecería.
Oí el eco de mis disparos y me llegó el olor de la pólvora, pero en la nube de humo seguí viendo mi reflejo, y supe que siempre lo vería
1.- El bar del Ritz-Carlton da a los Jardines Públicos y se requiere corbata para entrar. He contemplado los jardines desde otros lugares privilegiados sin llevar corbata y que nunca he senntido que me faltase nada, pero tal vez los del Ritz sepan algo que ignoro.
Por lo general voy con unos vaqueros y alguna camiseta estampada, pero etaba allí por trabajo, de modo que el tiempo era suyo, no mío. Además, últimamente voy un poco retrasado con la colada, con lo que mis vaqueros podrían haber echado a andar solos hacia el metro antes de llegar a ponérmelos. Así pues, saqué del armario un traje cruzado de Armani azul marino —uno de los muchos con que me había pagado un cliente sin fondos—, encontré zapatos, camisa y corbata a juego, y en menos que canta un gallo estaba listo para salir en la portada de GQ.
Examiné mi reflejo en el ventanal de cristal ahumado del bar mientras cruzaba Arlington Street. Tenía un porte elegante, brillo en la mirada y ni un pelo fuera de sitio. El mundo era un lugar maravilloso.
Novedades en la mesa
De Ursula K. Le Guin, En el otro viento (historias de terramar 5), editado por Planeta, 2024).