La imposición de Rosario Piedra en la presidencia de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, exhibe la sistemática ruta hacia la abolición de las prácticas e instituciones democráticas y autónomas.

Es un camino lógico para una coalición política enemiga del proceso democrático, al que desdeña considera contrario a los intereses del pueblo.

No es un asunto de la personalidad del líder y la sumisión de su sucesora, esos elementos existen, pero no explican la causa de fondo de esa práctica política autoritaria muy enfilada al totalitarismo.

La visión autocrática de esa tendencia es internacional e histórica.

Es la que se auto considera como representante del pueblo contra los intereses de la oligarquía, en el lenguaje de AMLO o en el de las del viejo lenguaje dogmático del marxismo dictatorial, la que se proclama como “vanguardia de la clase proletaria contra la burguesía y el imperialismo”.

Esa otrora poderosa corriente política, ideológica y militar sufrió un colapso hace 35 años con la caída del Muro de Berlín. A pesar de ese fracaso histórico, los sobrevivientes del naufragio de esa corporación casi eclesiástica, siguen sin aceptar su derrota y las consecuencias trágicas que sufrieron los que vivieron en el llamado campo socialista del modelo soviético, incluyendo a China, Europa del Centro y Este de Europa, varios países de Asia y África y las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela en Iberoamérica.

La democracia burguesa para esa corriente, es una mera coartada de la burguesía para sostenerse en el poder. Por ello no tienen el menor respeto por sus instituciones y procesos democráticos, salvo para usarlos para ascender al poder en la que llaman fase de acumulación de fuerzas.

En México, esa corriente se fusionó con la del viejo nacionalismo de la ideología de la revolución mexicana y se tragó a las izquierdas que alguna vez fueron independientes.

La llamada Cuarta Transformación es esa fusión, bajo el comando del caudillo AMLO.

Su estirpe priista más la suma de las izquierdas totalitarias produjo el fenómeno que gobierna al país hace seis años y a la Ciudad de México 27 años. En todo ese lapso no promovieron reformas sociales, ni siquiera moderadas sino fortalecieron lo que llaman neoliberalismo.

El caudillo tiene bajo su sombra al gobierno actual y no permite el menor desliz de sus instrucciones.

Se empecina en sacar adelante su llamado Plan C para abolir todas las instituciones democráticas y en ordenar a sus subordinados el cumplimiento de todas sus órdenes sin el menor matiz de diferencia, como se vio grotescamente en la imposición de Rosario Piedra.

Mientras  todos eso sirve de máscara, los salarios contractuales siguen bajo un tope  desde hace  más de cuarenta años, el charrismo sindical sigue controlando a los sindicatos y no se genera el empleo necesario permanente y digo por lo cual tenemos a más del 51 por ciento de la población en edad de trabajar, en la llamada “economía informal”, es decir sin salarios, sin días de descanso, sin vacaciones, sin reparto de utilidades, sin aguinaldo, sin servicios médicos gratuitos, sin programas de vivienda, sin educación suficiente  y de calidad en  todos los niveles. La UNAM y todas las universidades públicas viven bajo regímenes anticonstitucionales violando el artículo Tercero al que han intentado mutilar para quitar la autonomía universitaria, con maniobras burdas.

Esa capa política, una verdadera casta, medra con la máscara de izquierda y aplica una política contraria a los intereses populares, en general, y contra los trabajadores de la ciudad y el campo, tanto a los tradicionales como a los nuevos en los servicios o en áreas no conocidas como el fenómeno del uberismo.

No es suficiente decir que millones votaron por MORENA, solamente por las limosnas que les otorgó AMLO y les mantendrá Claudia Sheinbaum o porque los demócratas no propusieron cuestiones económicas, limitándose a las cuestiones políticas que le interesan a menos gente aquí y en China.

Eso es colocar a la carreta delante de los bueyes.

La sistemática abolición de las prácticas e instituciones democráticas, está llevando al país al abismo.

El rechazo de la presidenta a escuchar a sus críticos, puede generar una crisis política muy grave.

Nunca será tarde para conquistar el diálogo como método esencial de gobernar.