Oriundo de un estado con una enorme tradición plástica y visual, desde el gran David Alfaro Siqueiros, Luis Y. Aragón (Chihuahua, 1930) ha producido una obra poderosa y singular, que por su creatividad y su trayectoria está inscrita en la historia del arte en México desde mediados del siglo XX. Todo un personaje, pues sus talentos son varios y diversos, el curso de su generosa y multiforme producción constituye un testimonio vital de su compromiso con la cultura y la identidad de su tierra natal presente en sus formas y sus tonalidades, de un extenso país que en su variedad concetra un crisol inagotable de fisionomías y de saberes.
Consciente de su verdadera y férrea vocación desde muy joven, Luis inició su formación artística profesional en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”, donde tuvo la enorme fortuna de aprender de cerca con maestros de la talla de Manuel Rodríguez Lozano y Raúl Anguiano. Esta base sólida le permitió desarrollar un estilo único que combina con singular maestría técnicas y materiales tanto pictóricos como escultóricos, lo visual y lo táctil, la dimesionalidad y la tridimensionalidad. Muchas de sus mejores obras pictóricas llegan a mostrar este relieve que la redimensiona, y viceversa, muchas de sus mejores obras escultóricas crecen con el manejo de los colores y tonalidades en ellas, como lo hecho en su plenitud creativa en ese especialmente mágico lugar que es el Centro Ceremonial Otomí en el Estado de México.
Alumno destacado indirecto de los grandes muralistas que abrieron brecha y generaron una escuela imborrable, y un lector y estudioso voraz de la historia y las tradiciones que implican identidad, uno de los rasgos más destacados de sus murales es no solo su monumentalidad visual, sino además cuanto conllevan de significado. Su mural “La barca de la vida”, por ejemplo, es una reflexión a la vez filosófica y poética sobre la existencia y el transitar humano, mientras que “Escultura al Educador Latinoamericano” representa un homenaje a la formación y su papel determinante en la sociedad y en el individuo, en el entendido de que el arte, como bien escribió Horacio, debe ser dulce e utile. La escultura “Madre agua” y el mural “Los Tlacuilos” son otra clara constancia de su capacidad para trabajar con grandes dimensiones, de la sensibilidad del artista para integrarlas a su entorno. Presente en numerosas e importantes exposiciones y bienales dentro y fuera del país, su participación en encuentros como la “Nueva pintura mexicana” en 1960 trazarían la ruta de su valiosa aportación a la vanguardia mexicana, sin renunciar a ese siempre alentador cruce de esas dos vías imprescindibles que Pedro Salinas decía deben coincidir en el arte, la tradición y la originalidad.
Además de su labor como artista, Luis ha sido un educador y un promotor del arte en su comunidad, se encuentre donde se encuentre, porque ha sido un creador que vive a plenitud dentro y fuera del arte, como dos espacios de retroalimentación indispensables para el trabajo estético. Su participación en conferencias y otros acontecimientos culturales dan testimonio de su naturaleza incansable, incluido por supuesto el “Encuentro Binacional de Artes Visuales Luis Y. Aragón” que lleva su nombre, en tributo a un artista que nunca se desconectó del todo de su terruño, aun en los muchos años que vivió en Francia y en la Ciudad de México. En este sentido, ha sido un artista generoso, desprendido, porque un creador también debe de propiciar comunidad, como una forma insustituible de extender su legado.
Después de haber regresado desde hace ya varios lustros a su terruño, y entre otros merecidos reconocimientos a su genuino apostolado docente y a la trascendencia de su obra, se ha hecho acreador al Premio Tlacuilo y al Gawi Tonara que él mismo diseñó a petición del gobierno del estado de Chihuahua. A medida que su obra tanto pictórica como escultórica continúa siendo apreciada y estudiada, se reconoce, entre otros de sus muchos valiosos atributos, su peculiar capacidad para explorar las posibilidades de la forma y el color, desafiando las convenciones de ambas disciplinas, fusionando elementos de la pintura y la escultura en una experiencia visual única e irrepetible; representa ya un sello distintivo de su obra, de su poética, de su aportación al arte. Miembro del Salón de la Plástica Mexicana, una distinción que refleja su relevancia en el ámbito artístico nacional, su trabajo ha sido un puente entre generaciones de artistas, inspirando a nuevos creadores a explorar sus propias raíces y desarrolar su personal estilo, a trazar su propio camino, siempre de la mano de su ilustre maestro.
Admirador de la obra multifacética de Luis Y. Aragón desde hace muchos años, de su sostenido magisterio, desde que lo conozco he disfrutado mucho además del humanista sabio y el amigo espléndido, del hombre divertido y ocurrente, del hijo (me tocó conocer todavía a su padre, otro personaje) y el padre (y abuelo) protector, por lo que ha sido un verdadero privilegio poderlo tratar. Con muchos grandes afectos compatidos, ambos quisimos y admiramos mucho de igual modo, por ejemplo, a la talentosa e inteligente investigadora Alma Montemayor, así como al no menos brillante y erudito polígrafo Enrique Servín.