La palabra es la primera herramienta del gobierno y la propaganda el vehículo privilegiado para que cumpla esa función. En la irrelevancia de los espacios institucionales para las formaciones políticas minoritarias y la ausencia e intrascendencia de sus propuestas, el contraste con adversarios viables y creíbles está ausente. Nuestro país ha transitado antes por un escenario similar que, en parte, está en proceso de restauración: la corriente dominante, la corriente ampliamente mayoritaria en control de las instituciones públicas.
El presidencialismo exacerbado -doble énfasis- reclama el diseño y la construcción urgente de la persona en el timón; del liderazgo. La concentración del poder parecería reclamar naturalmente la figura indiscutible de quien encabeza y expresa los anhelos del pueblo, al grado de confundirse con su significado y encarnarlo. El arte de la oratoria y sus giros necesarios de histrionismo, ayudan. La actuación pública lo requiere. No hay dos personas en el podio de la oradora y cuando se comparte, la tradición ha acuñado que al final habla quien tiene el mando.
En otras palabras, el poder no se comparte; se ejerce. La dirección la marcan las ideas y su postulación para la acción por quien las ha cultivado y las asume. Estas revelan el pensamiento y los fines discernibles por el simple conocimiento de lo dicho y de su análisis, en abstracto y en contraste con los actos. Las ideas políticas pueden ser articuladas y reclamadas por toda persona; son de postulación libre como patrimonio de la humanidad.
Se les agrupa, se les ordena, se les sistematiza, se les bautiza y rebautiza en el tiempo, en la circunstancia y en el contexto. Y se les sintetiza y emblematiza como corrientes de pensamiento para convocar voluntades. Son espacios estructurados que ofrecen certidumbre para hacer frente a los asuntos de la comunidad política.
La identidad de pensamiento y la coincidencia en las ideas no sólo es explicable en la deliberación pública sobre el rumbo de la formación estatal moderna, sino reconocida y ordenada constitucionalmente en nuestro país como componente esencial de los partidos que reciben dinero público para solicitar el respaldo de la ciudadanía a favor de sus candidaturas y sus propuestas.
En esa saludable identidad y coincidencia política para la vida del Estado, ¿cómo ha de funcionar la dialéctica entre la continuidad y el cambio? ¿Entre el instrumento que se refrenda y el que se adapta o reinventa? ¿Y ante hechos y circunstancias distintas o de novedad que necesitarían respuestas y pautas diferentes o sin precedentes específicos?
Con motivo de los cien días iniciales del periodo presidencial a su cargo, la Dra. Claudia Sheinbaum Pardo autorizó un acto público en el Zócalo de la Ciudad de México para hacer uso de la palabra y aportar material para la propaganda. Ejercicio renovado en la ruta de la construcción del personaje y oportunidad para conocer y ponderar la visión que la titular tiene de la gestión. En sus palabras, la voluntad de rendir cuentas y estar con el pueblo.
En el contexto, un marco forzado. Los cien días contra sí mismos; no hay obligación del corte de caja en un período tan breve en el cual muy poco, salvo las intenciones, puede evaluarse, ni tampoco se planteó una situación de emergencia el 1 de octubre último para mover con agilidad y rapidez los asuntos del Estado, y sobre cuyo curso y resultados alcanzados o en proceso haya que dar cuenta. Sólo el número emblemático del 100 que está en la cabeza de toda persona por ser la proyección en el sistema de medidas de los dedos de las manos.
Escuchar y leer el discurso permite ubicarlo a caballo entre “reprise” de la toma de protesta y embrión de informe de gobierno. En una parte se da cuenta de lo hecho, incluida la información seleccionada sobre el estado de las finanzas públicas al iniciar el mandato; y, en otra, de lo prometido. Algunos hechos fungen como el aval propio de que lo prometido va a cumplirse, como el inicio del programa de apoyo económico directo para las mujeres de 60 a 64 años.
Es -explicable- más la reiteración, el anuncio y el desarrollo breve de lo que se desea hacer, como la marca “Bienestar” de ciertos productos a precios accesibles o la inversión en obras hidráulicas para prevenir inundaciones; pero todo en un agrupado de temas: (i) lo social, la asignación presupuestal a personas beneficiarias, así como la ampliación de la oferta educativa media superior y superior y la atención del deterioro del sector público en materia de salud; (ii) el papel del Estado en la economía, no sólo como rector a través de las finanzas públicas o como inversionista fundamental en infraestructura pública (trenes, carreteras y vialidades y obras hidráulicas), sino como responsable de sectores estratégicos (petróleo y electricidad) y empresariales con compromiso social (diseño y fabricación de automóviles, transportación por ferrocarril y aérea y comercialización de productos básicos); (iii) la seguridad, como renovado reconocimiento sobre la gravedad del problema y la enunciación posible de los ejes de la estrategia (atender las causas, fortalecer la Guardia Nacional, hacer inteligencia e investigación y exigir coordinación de los tres órdenes de gobierno), pero con el apunte sobre ajustes con lo heredado; y (iv), lo internacional restringido a la posición voluntarista de que habrá una relación de cooperación con los Estados Unidos.
En lo político-político resintió que se le demande afirmar con acciones el liderazgo institucional de la restauración de la presidencia supra poderes. Asumió que pedirlo es una posición machista. Implicó que la traza es la del “humanismo mexicano” y que la guía es de su predecesor, no de ella. No es la naturaleza del cargo. Al acotarse propicia el movimiento real del vértice político.