El retrato hablado de Donald Trump incluye su ambición expansionista, con miras nada ocultas a Groenlandia y sus 2 millones de kilómetros cuadrados; al Golfo de México, con su millón y medio (según desde dónde se considere golfo), el Canal de Panamá, con sus 80 kilómetros; sus provocadoras afirmaciones sobre la Franja de Gaza y lo que pueda añadirse en los próximos eventos. Por supuesto, en el retrato hablado se deben incluir sus insinuaciones sobre una fantasmal anexión de México y de Canadá. Todas estas ocurrencias parecen ser producto de una mente desquiciada, pero las apariencias a veces son engañosas.

En realidad, estos aparentes productos de una mente fuera de control son parte de un esquema estratégico de narrativas con alta eficacia. Sin embargo, estos excesos discursivos deben complementarse —para mayor efecto— con acciones tales como la deportación discrecional de migrantes; el envío de indocumentados esposados de pies y manos; la reapertura de Guantánamo como prisión; el doblamiento del gobierno colombiano y los tratos escalofriantes con el presidente Bukele en El Salvador.

También, hay que citarlo con cuidado, con la proximidad de su portaaviones más sugerente en las costas mexicanas. El fondeo de un barco de reabastecimiento por los mismos rumbos y el sobrevuelo en aguas internacionales, pero muy cercanas a zonas complicadas de nuestro país, de un avión “observador”. Esto es, el presidente Trump, además de sus excesos verbales, también nos muestra su afilada dentadura en los hechos. Trump, contra lo que a menudo se dice, no es “pura boca” y, por eso mismo, debemos irnos con mucho cuidado.

Irse con mucho cuidado es mantener la cabeza fría, es cuidar el lenguaje, aunque sin humillarse, para evitar caer en el juego de las provocaciones en donde Trump es un auténtico puntero. Responder en el mismo tono a las amenazas del presidente norteamericano es jugar un juego en el que es imposible ganar.

Por eso mismo, la actitud de la presidenta Claudia Sheinbaum es la adecuada y, seguramente, la única adecuada. Este comportamiento y lenguaje presidencial ha recibido el reconocimiento de altas personalidades de nivel internacional y de algunos críticos en nuestro país.

Es necesaria la cabeza fría, la serenidad y la paciencia (la fórmula de Kalimán), pero debe acompañarse de medidas emergentes tangibles; por ejemplo, para atender a los migrantes que nos regresen del territorio estadounidense. Por supuesto, no se trata solo de albergarlos en nuestras ciudades de la frontera o de darles para su pasaje en autobús a sus lugares de origen.

En México las acciones van más allá y la presidenta ha convocado a los empresarios —una convocatoria que ya era necesaria— para trabajar unidos y, en primer término, crear los espacios de trabajo que se necesitan. Hoy, más que otras veces, se requiere de inmediato comprometerse con el Plan México. Por supuesto, el compromiso debe ir más allá de las declaraciones y debe partir de poner recursos prontos para la inversión. El problema comenzó con la búsqueda de trabajo: las soluciones comenzarán con una inversión inmediata.

El refrán es muy claro “la cabeza fría y el corazón caliente”. Ya tenemos lo primero, pero hace falta lo segundo. El corazón caliente es la voluntad de unidad con compromiso. Es la decisión de apostarle a la economía mexicana que hoy tiene riesgos que no se pueden negar. Seguramente Donald Trump no come lumbre, pero puede arrojarnos sus fuegos que no siempre son fatuos.

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