En la negociación diplomática, los resultados van de la mano de las buenas formas y de la observancia de las partes a valores universales y al Derecho Internacional. La claridad de objetivos es también un activo que debe procurarse para evitar la ambigüedad, aunque sea constructiva. Esta reflexión importa en tiempos como los actuales, cuando la nueva administración estadunidense impulsa modalidades de negociación transaccional y una agenda que cuestiona el modelo westfaliano de equilibrio del poder. En tales circunstancias, donde las cohesiones construidas en la segunda posguerra se debilitan aún más, el sentido común señala que hay que buscar entendimientos y evitar intransigencias. En un entorno global incierto y de riesgo, las amenazas son poco útiles porque restan valor a la buena diplomacia (contundente y prudente), que analiza escenarios y descarta medidas radicales porque rompen consensos estructurales y traen consecuencias indeseables y disruptivas.
La congruencia política y la flexibilidad diplomática son de utilidad para robustecer la infraestructura institucional y el andamiaje jurídico en el que ocurre la convivencia global. Cuando se observan, es posible desactivar escenarios de crisis, generar acuerdos donde no parecía posible, gestionar la decadencia del sistema multilateral y ordenar el ejercicio del poder. La Primera y Segunda guerras mundiales y los desencuentros de la bipolaridad, que en más de una ocasión pusieron a la humanidad al borde de una conflagración catastrófica, son ejemplos de los riesgos que se corren cuando la unilateralidad se antepone al pragmatismo pacifista. Evitar el retorno a este trágico escenario es, precisamente, el objetivo que persiguen la buena política y la buena diplomacia. En el primer caso, para impulsar al interior de los Estados la agenda amplia de Derechos Humanos ,y fomentar el desarrollo sostenible. En el segundo, para fomentar en el plano internacional la justicia económica, la tolerancia y la inclusión; en fin, para proteger al planeta de todo tipo de abusos.
Las altisonancias retóricas de Washington asustan a la opinión pública. No obstante, alertan sobre formas que, más allá de escándalos mediáticos, llevan implícito un efecto boomerang, que puede alcanzar a sus promotores porque la interdependencia es inescapable y porque vulneran los valores comunes que sostienen la plataforma de toda negociación. Así las cosas, la comunidad de naciones debe estar atenta a los estertores del gigante. Dicha interdependencia es un hecho contrario al unilateralismo y a realidades estratégicas concretas, que exigen abordarse con mesura. Viene a la mente el dicho del recordado Premier de Tanzania, Julius Nyerere, de que cuando los elefantes pelean, la hierba queda pisoteada. En lo personal, añado que si las raíces son sólidas, esa hierba no muere. Parafraseando a tan destacado líder africano, apostemos entonces por el fortalecimiento de la raíz de la paz que armoniza intereses nacionales; la paz que conviene porque visualiza el futuro de la humanidad con horizonte amplio y no en coyunturas cortoplacistas.
El autor es doctor en Ciencias Políticas e Internacionalista.