Con las novelas para adolescentes Anthony Horowitz (Reino Unido, 5 de abril de 1955) conquistó a miles de lectores. Es autor de los guiones de adaptación de novelas de Agatha Christie protagonizadas por Hércules Poirot, también de historias de Robin Hood y Guillermo Tell, y secuelas de Sherlok Holmes. Entre sus historias para adultos, Asesinato es la palabra (2019) traducido por Julia Osuna Aguilar para la editorial española Catedral, es un juego de misterio donde el protagonista-escritor, alter ego del autor, es contratado para escribir acerca de un caso de un investigador, pero termina investigando él mismo. Transcribo las primeras líneas.

Disposiciones funerarias. Justo pasadas las once en punto de una mañana de primavera de cielo raso, en uno de esos días en los que la luz del sol es casi blanca y nos promete un calor que no llega a darnos, Diana Cowper cruzó Fulham Road y entró en una funeraria.

Era una mujer baja con aspecto de ser muy pragmática: había determinación en su mirada, llevaba el pelo muy corto, se le notaba hasta en los andares. Al verla venir, el primer instinto era apartarse y dejarla pasar. No parecía antipática, sin embargo. Tenía sesenta y pico años y una cara redonda que resultaba agradable. Vestía ropa cara, con una gabardina en tonos claros abierta para dejar a la vista un suéter rosa y una falda gris. Llevaba un grueso collar de cuentas y piedras que costaba saber si era caro o no y varios anillos de diamantes que sin duda lo eran. Por las calles de Fulham y South Kensington había muchas mujeres como ella. Bien podía haber ido de camino de una galería de arte o a comer con alguien.

La funeraria se llamaba Cornwallis e Hijos. Hacía esquina en una hilera de adosados, y tenía un letrero, en tipografía clásica, tanto en la entrada como en el lateral, para que se viera desde todos los frentes. Ambos carteles estaban separados por la presencia de un reloj de estilo victoriano, colocado sobre la puerta de la calle, cuyas agujas se habían detenido, muy oportunamente, a las 11:59, a un minuto de la oscura medianoche. Bajo el nombre, también en ambos carteles, aparecía la leyenda: pompas fúnebres independientes. negocio familiar desde 1820. Había tres ventanas que daban a la calle, dos con cortinas y una tercera sin nada, sólo un libro de mármol abierto y con una cita grabada: “Las penas nunca vienen como espías de avanzada, sino en batallones” [Hamlet]. Toda la carpintería –los marcos de las ventanas, el frontal, la puerta principal– estaba piuntada de azul oscuro casi negro.

Cuando la señora Cowper abrió la puerta, resonó con fuerza, una sola vez, una campana que pendía de un anticuado mecanismo de resortes. Se vio en una pequeña recepción con dos sofás, una mesa baja y varias estanterías con libros que inspiraban esa peculiar sensación de tristeza que dan los libros no leídos. Una escalera subía al resto de plantas. De la sala salía un pasillo estrecho.

Casi al mismo tiempo apareció por las escaleras una mujer regordeta, con piernas rotundas y zapatos cerrados de cuero negro. Sonreía amable y cortésmente, con una sonrisa que daba a entender que sabía que estaban ante un asunto delicado y doloroso pero que sería solventado con calma y eficacia. Se llamaba Irene Laws. Era la secretaria personal de Robert Cornwallis, el director de la funeraria, y hacía también las veces de recepcionista.

–Buenos días. ¿Puedo ayudarla en algo? –preguntó.

–Sí. Me gustaría contratar un funeral.