Richard Wagner (Lewipzig, Alemania, 22 de mayo de 1813-Venecia, Italia, 13 de febrero de 1883) fue mal alumno, pero de manera autodidacta aprendió piano y composición. Su modelo a seguir fue Beethoven del que estudió de manera minuciosa las partituras de los cuartetos y sinfonías. Desarrolló innovadoras teorías musicales, volcado en la composición operística. Aunque alcanzó éxito, fama y dinero, el desorden financiero lo mantuvo siempre con preocupaciones pecuniarias. Su biografía quedó registrada en una copiosa correspondencia. Transcribo las primeras líneas de su carta a Fran Lizt, uno de sus frecuentes interlocutores, escrita desde De Reuil, Francia, el 29 de junio de 1849.
Mi querido Lizt: hace casi un mes que dejé a mi mujer, y ella no me ha dado aún señales de vida; estoy sumamente triste y descorazonado. Es necesario que yo encuentre un nuevo hogar, de lo contrario no sé lo que será de mí; mi corazón es más grande que mi razón.
He discutido seriamente con Belloni; lo he inducido a comprender mi situación actual, por consiguiente, he tomado la resolución indicada por las circunstancias.
Mi presencia en París es absolutamente inútil en este momento: mi asunto es escribir una ópera para París; me siento incapaz de cualquier otra cosa. Pero un trabajo de esa índole no puede improvisarse; aún marchando las cosas del mejor modo posible, serán necesarios seis meses para la composición de la pieza, y dieciocho meses más hasta llegar a su representación. En París, y sin la tranquilidad de alma necesaria, me resulta imposible trabajar. Es imprescindible que encuentre otro rincón donde me sienta cómodo y donde pueda prometerme una comodidad permanente. Como tal, he elegido Zurich. He propuesto a mi mujer que venga, junto con su hermana pequeña, a reunirse aquí conmigo, y que traiga los últimos restos de nuestro moblaje. Tengo en esta ciudad un amigo, Alejandro Müller, quien me ayudará a instalarme del mejor modo posible. Yo iré allá cuando pueda. Una vez reunido con los míos, me entregaré por entero a mi trabajo. Desde allí enviaré a Belloni el libreto de mi ópera parisiense, quien la hará trasladar al francés por Vaez. Éste podrá tener terminada su labor por el mes de octubre; entonces dejaré a mi mujer por un breve tiempo e iré a París; buscaré por todos los medios hacerme cargo de la composición de la ópera en cuestión; haré quizá también representar alguna cosa, y en seguida retornaré a Zurich para componer la música. Hasta tanto emplearé mis ocios en la composición de mi último dráma alemán: La muerte de Sigfrido. En seis meses te enviaré esta ópera comletamente terminada.
Es necesario que me someta a un trabajo riguroso, de lo contrario estoy perdido. Más para trabajar, en este momento me hace falta calma, y un hogar. Teniendo a mi mujer junto a mí en la gentil ciudad de Zurich, hallaré lo uno y lo otro.
Yo no tengo más que un objetivo, y hay una sola cosa que puedo y deseo hacer siempre con placer, con amor: es trabajar, que quiere decir para mí: escribir óperas. Soy incapaz de hacer otra cosa; desempeñar un papel, ocupar un cargo, no lo podría jamás, y engañaría a quien le prometiera desarrollar cualquier otro género de actividad.
Procuradme, pues, un pequeño contrato anual, lo suficiente como para asegurar a mi mujer y a mí una existencia tranquila en Zurich […]