En México, hablar de violencia de género no es una metáfora ni una exageración. Es una necesidad urgente. Es también una forma de resistencia. Porque en este país, cada palabra pronunciada por una mujer (ya sea en las redes sociales, en los tribunales, en los medios o en un estadio de fútbol) tiene el potencial de incomodar, de ser silenciada, de ser castigada.

En semanas recientes, tres hechos lo han dejado brutalmente claro: la impresentable sentencia del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación contra una ciudadana por opinar sobre una diputada federal; la inadmisible orden del Tribunal Electoral de Tamaulipas para censurar al periodista Héctor de Mauleón en El Universal; y los lamentables videos del futbolista Javier “Chícharito” Hernández, que trajeron al centro de la conversación un machismo disfrazado de autoayuda.

Tres hechos aparentemente inconexos que, sin embargo, comparten un mismo sustrato: la resistencia del poder (institucional, mediático y cultural) a ser cuestionado cuando lo ejercen mujeres, y la facilidad con la que ese mismo poder perpetúa formas de violencia simbólica o normaliza discursos misóginos cuando provienen de figuras masculinas.

En ese contexto, la reciente sentencia de la Sala Superior del Tribunal Electoral, que obliga a una ciudadana sin cargo público a pedir disculpas durante 30 días por haber opinado sobre una diputada federal, no solo resulta desproporcionada; es una distorsión perversa de la figura jurídica que busca proteger a las mujeres en política.

La ciudadana no incurrió en violencia política de género: emitió una crítica, debatible como toda opinión, sobre los vínculos de poder que sostienen algunas carreras políticas.

En lugar de proteger la participación femenina, el Tribunal castigó la crítica ciudadana. Se confundió ¿por ignorancia, conveniencia o ambas?, el derecho a disentir con violencia política de género. Se usó la ley como garrote. Y se pervirtió el feminismo institucional para blindar a una legisladora del escrutinio público. El resultado: se institucionalizó la censura, se castigó la palabra, se envió un mensaje intimidatorio a cualquier otra mujer que se atreva a hablar con claridad.

El retroceso no termina ahí. Recientemente, el Tribunal Electoral de Tamaulipas ordenó al diario El Universal implementar una suerte de censura previa a los textos del periodista Héctor de Mauleón, a raíz de sus columnas sobre la diputada morenista Úrsula Salazar. La resolución incluyó la designación de una “censora” encargada de revisar los textos antes de su publicación para evitar referencias que (según el Tribunal) pudieran constituir violencia política de género.

El hecho no tiene precedentes recientes en una democracia constitucional: un tribunal electoral intentando interferir en la línea editorial de un medio nacional, imponiendo vigilancia previa sobre un periodista crítico.

La gravedad del episodio no puede minimizarse: se pretende imponer un mecanismo para silenciar, desde el aparato judicial, utilizando el marco jurídico de protección a los derechos de las mujeres para limitar el derecho a la libertad de expresión y al ejercicio periodístico. Se distorsiona nuevamente el concepto de violencia política de género para blindar del debate a figuras públicas, confundiendo crítica con misoginia, y desvirtuando los fines de una herramienta legal que fue conquistada tras décadas de lucha feminista.

Y mientras desde las instituciones se castiga la crítica y se promueve la autocensura, desde el espectáculo y el deporte se reproducen discursos francamente peligrosos. Javier “Chícharito” Hernández, ídolo y referente para miles de jóvenes, publicó recientemente una serie de videos que contienen una apología del patriarcado disfrazada de reflexión emocional.

En uno de los más virales, se puede escuchar al futbolista decir: “Mujeres, están fracasando, están erradicando la masculinidad haciendo a la sociedad hipersensible. Encarnen su energía femenina: cuidando, recibiendo, nutriendo, multiplicando, limpiando, sosteniendo el hogar, que es el lugar más preciado para nosotros, los hombres”.

Y continúa: “No le tengan miedo a ser mujeres, a permitirse ser lideradas por un hombre que lo único que quiere es verlas felices, porque nosotros no conocemos el cielo sin ustedes. Responsabilizarlas de su energía también es amarlas”.

Para rematar con un llamado a los hombres: “Hombres, estamos fallando en la falta de compromiso, poner a nuestra pareja al último, no tener palabra y no priorizar hábitos para volvernos admirables. Entiendo que nos da miedo hablar y expresarnos verdaderamente de lo que sentimos, porque están tratando de erradicar la masculinidad… ustedes, mujeres, tienen que aprender a recibir y a honrar la masculinidad”.

Estas frases, difundidas por múltiples plataformas y replicadas por miles, no son solo desafortunadas: son profundamente misóginas. Perpetúan la idea de que las mujeres existen para “nutrir” y “sostener” a los hombres, que su realización está en el hogar, y que deben “permitirse ser lideradas”.

Es una visión que borra la autonomía, reduce a las mujeres a funciones de soporte emocional y doméstico, y reafirma una masculinidad hegemónica que se siente amenazada por el avance de los derechos de las mujeres.

Pero si eso ya es suficiente para alertar, hay otra capa aún más preocupante en el discurso del futbolista: la utilización superficial de conceptos complejos como “opresión patriarcal”. ¿Qué entiende por “patriarcal”? ¿A qué se refiere cuando dice que fue víctima de opresión patriarcal? ¿Está hablando de la división sexual del trabajo? ¿De la construcción de la masculinidad hegemónica? ¿De los estereotipos de género que también dañan a los hombres? Difícil saberlo. Lo que sí queda claro es que muchos de estos conceptos se utilizan con ligereza, porque se han popularizado en redes, sin que exista una verdadera reflexión crítica sobre su significado. Y ese es el riesgo: que términos como “patriarcado” se vacíen de contenido o se utilicen para justificar lo contrario de lo que nombran.

Importa cuestionar estos discursos. Porque cuando vienen de figuras con millones de seguidores, son consumidos como verdad. Muchos adolescentes, hombres jóvenes, e incluso mujeres, adoptan estas posturas sin pasarlas por el filtro del pensamiento crítico. Por eso fue especialmente relevante que múltiples voces se alzaran de inmediato para cuestionar lo dicho: desde la Secretaría de las Mujeres, periodistas y editorialistas, hasta creadores de contenido, el Club Deportivo Guadalajara (Chivas), e incluso la presidenta Claudia Sheinbaum.

Todos reprobaron con claridad el mensaje de Chicharito, no por su relevancia futbolística ni por su fama mediática, sino por el impacto que puede tener en miles de jóvenes que lo siguen y replican sus palabras. Porque estos discursos dañan: perpetúan roles de género opresivos, afectan la autoestima y los vínculos de niñas y mujeres, y refuerzan un modelo de masculinidad hegemónica que también lastima a los propios hombres al negarles otras formas posibles de ser, sentir y relacionarse.

La violencia contra las mujeres no siempre se ve. A veces se disfraza de sentencia judicial, de censura institucional o de video viral. Por eso es urgente nombrarla. Porque cada vez que una mujer es obligada a disculparse por opinar, se socava nuestra libertad. Cada vez que se impone un silencio desde el poder, se mutila el derecho a la verdad. Cada vez que se celebra la misoginia disfrazada de autoconocimiento, se perpetúa una cultura de violencia que empieza con las palabras, pero termina en los cuerpos.

No hay neutralidad posible frente a esto. No basta con no ser parte del problema. Hay que ser activamente parte de la solución. Desde el derecho, desde los medios, desde el deporte. Hay que alzar la voz cada vez que una sentencia traiciona la justicia. Cada vez que una censura se instala. Cada vez que un micrófono reproduce estereotipos que lastiman.

¡Lo personal, como bien lo dijo la activista feminista Carol Hanisch desde los años 60, es y sigue siendo político! Lo simbólico también es violencia, incluso si se acompaña de voz serena, ropa blanca y fondo de piano.