Narrador y periodista, en algunos de sus relatos Marco Aurelio Carballo (Tapachula, 20 de septiembre de 1942-CDMX, 1 de agosto de 2015) incursionó en el género negro. Es el caso de “El último tranvía”, includido en la antología La casa ciega, de la editorial Edaf, 2005. Transcribo las primeras líneas.
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- Oyó el ruido de la puerta al abrirse tras él y se volvió con lentitud porque la máquina estaba a punto de expulsar los billetes. Había otro cajero automático, pero aquel par de tipos exudaban intenciones ominosas. A la izquierda, por el ventanal, vio de reojo la patrulla estacionada sin nadie dentro. Un coche negro estaba delante, a bordo del cual llegaron los malencarados, seguro. Aquello no podía sucederle a él, pensó, y menos ese día. Sintió las sacudidas del corazón como en el karate.
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Llegaron y se pusieron de acuerdo con los policías, sospechó. Mitad y mitad del botín. Sólo debían desaparecer un rato. ¿Por qué no se iban a desahogar la vejiga en el Vips?
El plan, elaborado y perverso, requería de granos de inteligencia y de astucia, de capacidad para improvisar y de intrepidez. ¿La tenía aquel par de…?
Eran dos jóvenes morenos de pelos largos y sucios. Uno de ellos tenía granos rojizos en la cara y el otro un perfil raro, la nariz le llegaba hasta los labios. Sonreían , y él trató de hacer lo mismo, pero aquellas sonrisas ni eran amistosas ni eran para él. No significaban algo así como hola, licenciado, buenos días…
Eran de burla. Lo miraban de arriba abajo.
¿Se reían de su ropa, de sus zapatos?
–Je, je –rio el de la nariz a lo Javier Bardem y una pistola en la mano derecha, cuyo brazo colgaba–. Mira, carnalín, al payaso…
–¿Ya lo marcaste? –preguntó el de los granos, que empuñaba una navaja de muelle a la altura del cinturón grueso, negro y de hebilla plateada–. ¿Ya pusiste tu pin? Hazte a un lado, pinche payaso…
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- “Dianita entra un rato”, le había dicho su hermano Gustavo, “descansa…” Dagoberto no debía tardar, aunque ya conocían cuán responsable era. Diana calló al distinguir el tonillo venenoso de la ironía. Faltó que Gustavo le dijera: “Hermanita, siéntate, porque de pie te vas a cansar…”
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Diana había visto el drama en las películas. ¿Iba a sucederle a ella? ¡Cómo! Lo habitual es que la mujer llegue tarde, o no llegue, como en la segunda película de Julia Roberts y Richard Gere…
Debía pensar en serio. Lo suyo era la misma vida real. Su última oportunidad, pero también la de Dagoberto con ella. Él lo sabía.
Tanto tiempo que esperaron y las vivisitudes sorteadas por su temperamento, por el temperamento de Dagoberto y por el de Gustavo.
Dagoberto no bebía ni fumaba. ¿Entonces? ¿Otra mujer? Él juró que eran aventuras con las cuales iba a terminar desde que fijaron la fecha clave, y ella lo creyó.
Que ni osara confundirla con sus prostitutas. Lo discutieron y a él le quedó bien claro. Cuando menos ella lo supuso así.
Tampoco estaba en edad de ser desconfiada, ¿o era al revés?, ¿cuanta más edad más desconfianza?
Odiaba darle la razón a su hermano, a Gustavo. Toda la vida se había metido en sus cosas y Diana estaba harta. Eran celos absurdos.
También injusto y machista. ¿Acaso opinaba ella sobre los amores de su hermano? A ella le daba lo mismo Chana que Juana, ji ji.
Gustavo iba más allá en la descalificación de los pretendientes. Se los había espantado a veces recurriendo a métodos nada civilizados. Aprendidos en los bajos fondos de Acapulco.