Considerado el más europeo de los clásicos rusos, Iván Turguéniev (Rusia, 9 de noviembre de 1818-Francia, 3 de septiembre de 1883) estudió en Alemania y Francia, donde se enamoró de la cantante de ópera Pauline García de Viardot. A ella escribió cientos de cartas a lo largo de casi 30 años, casi como un diario. Transcribo un fragmento de la del 30 de abril de 1848, fechada en París (tomada de la antología Literatura epistolar, Conaculta-Oceáno, 1999).
Buenos días, señora. Cuando por la mañana me asomo a la ventana… ¡pero si esto es un verso! Y como ha venido solo bien estará darle un compañero…
“Puede ser no ver nada, ¡y algo más puede ser!” Puro estilo Hugo. Pero quería decir otra cosa; quería decir que cuando (¡oh, qué maldita pluma!) uno se asoma al balcón por la mañana y respira el aire primaveral, no se puede evitar el deseo de ser dichoso. La vida, ese pequeño destello rojizo en el océano mudo y sombrío de la Eternidad. Ese momento lírico que nos pertenece, etc. etc., es cosa bien común, y no obstante, bien verdadero. (Mañana voy a comprar otras plumas; estas son detestables y me echan a perder el placer de escribirle). Bueno, vamos a ver (creo que por fin he encontrado una aceptable), ¿qué hice yo el sábado? Leí un libro del que he hablado a menudo en términos muy elogiosos sin conocerlo, lo confieso: Les Provinciales de Pascal. Es admirable desde todos los puntos de vista. Buen sentido, elocuencia, vis cómica. Y es, no obstante, la obra de un esclavo, de un esclavo del catolicismo —“los querubines, gloriosos compuestos de cabeza y de plumas”, “ilustres rostros volantes siempre rojos y ardientes”, del jesuita Le Moine, me han hecho reír a carcajadas.
Fui después a la exposición de figuras simbólicas de la República o, para ser más exacto, de los setecientos bosquejos que simbolizan esa figura y volví indignado, como todo el mundo. Es una abominación. ¡Qué concurso! ¿Dónde estás, jurado?
Pasé la velada en casa de T…, de quien ya le he hablado. Tuvimos una conversación más o menos interesante, pero muy penosa. No sé si usted conoce esas casas donde es imposible hablar con tranquilidad de espíritu, en que la conversación se convierte en una serie de problemas que hay que resolver con sudor de su frente, en que los dueños parecen no saber que a veces la atención más delicada sería no ocuparse de los invitados, en la que hay algo viscoso en cada palabra. ¡Qué suplicio! Una conversación así es como un relevo de postas en el que uno hace de caballo.
Al acostarme leí el Voyage autour de ma chambre, de Maistre, que tampoco conocía. El tal viaje me ha gustado muy poco. Es una imitación de Sterne, hecha por un hombre de mucho ingenio, y he observado que, cuando se trata de imitaciones, las más espirituales son siempre las más detestables, si se toman en serio. Un tonto copia servilmente; un hombre de ingenio sin talento imita pretenciosamente y con esfuerzo, con el peor de los esfuerzos, con el de querer ser original. ¡Triste espectáculo el de un pensamiento cautivo que se debate! Me causan horror sobre todo los imitadores de Sterne: egoístas, sensibleros que emplean un estilo relamido y repulido, mientras afectan un aire de naturalidad y sencillez (Topffer es un poco de este género).
La expedición de mi amigo Herwegh ha sido un fracaso completo. Se ha hecho una carnicería con esos pobres obreros alemanes; el segundo jefe, Bornstedt ha sido muerto y se dice que Herwegh está de vuelta en Estrasburgo, con su mujer. Si viene por aquí le aconsejaré que lea el Rey Lear, sobre todo la escena entre el rey, Edgar y el loco, en el bosque…


