Ignacio Trejo Fuentes

Miguel Ángel Granados Chapa fue mi profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam a mediados de los años setenta. Su clase era muy concurrida porque los alumnos leíamos sus artículos en Excélsior, considerado entre los mejores periódicos del mundo, y eso nos impresionaba. Luego, por costumbre, me hice seguidor de su Plaza Pública, que publicó en distintos diarios.

No puedo decir que fui amigo cercano de Miguel Ángel, pero se estableció cierta simpatía entre ambos por la sencilla razón de que nacimos en Pachuca, Hidalgo (tierra, también de la magnífica poeta Margarita Michelena, del crítico literario Alberto Paredes y del músico Homero Aguilar, entre otros). El profesor era muy serio en clase, y en medio de las materias periodísticas que impartía nos daba noticias de obras literarias que consideraba de lectura imprescindible, y aseguraba, con razón, que la mejor manera de aprender a escribir es leer infatigablemente.

(Otros autores hidalguenses son Ricardo Garibay, Federico Arana, Agustín Ramos, Gonzalo Martré, Arturo Trejo Villafuerte, Agustín Cadena, Yuri Herrera y —según yo el principal— Gabriel Vargas, el autor de La familia Burrón).

Varias veces me tocó estar junto al maestro para presentar novedades editoriales de amigos mutuos, y entonces afloraba su amor por la literatura: leía con pasión, pese a su compromiso de leer periódicos y revistas, y de escribir su columna diaria. Lo vi también cuando era director de Radio Educación; y no entendí muy bien su determinación de volverse político práctico, como cuando aspiró a la gubernatura de nuestro estado. Pero seguí leyéndolo, y admiré siempre su prosa.

Me encontraba con él en coloquios de diversa índole, y nos saludábamos afectuosamente. Me dio gusto cuando le fueron concedidos premios nacionales de periodismo, y cuando le reconocían sus méritos en actos públicos (la medalla que otorgan las autoridades del Distrito Federal, por ejemplo).

No sé gran cosa de su vida personal, aunque conozco a su hijo Tomás, asimismo periodista y escritor. Supe de su larga enfermedad, y por eso me conmovió su último artículo en el periódico Reforma, mediante el cual se despidió de sus lectores. Luego, murió. Y recurriendo al lugar común diré que su ausencia será ostensible y dolorosa, porque no cabe duda de que fue uno de los mayores periodistas de este y otros países. Quienes no lo leyeron con asiduidad pueden hacerlo en las hemerotecas, concretas o virtuales. Y por supuesto deben acudir a los muchos libros que escribió, sobre todo los de índole política.

El periodismo, Hidalgo, México, están de luto. Que este texto sirva como reconocimiento a su enseñanza. Descanse en paz.