Nadie es capaz de predecir lo que sigue


Regino Díaz Redondo

Madrid.- Si la turbulencia que nos envuelve y ciega ha puesto en el tapete la disyuntiva de que o resolvemos de inmediato, sin aplazamientos, ipso-facto, los mercenarios asuntos que nos afectan a todos o la Unión Europea, y por tanto la moneada única, tendrá que buscar una fosa común en algún lugar donde puedan ser aceptadas la Eurozona y su moneda común.

Es inconcebible que en un continente lleno de cicatrices por sus enfrentamientos, pero de neuronas por sus creaciones, ocurra lo insólito impensable hace escasamente cuatro meses.

Sin tiempo para más tumbos

Verbos y adjetivos se entremezclan a la hora de hacer un análisis sobre esta situación increíblemente caótica en que estamos sumidos y casi ahogados, tanto los responsables como las víctimas.

Ya no hay tiempo para seguir dando tumbos de una iniciativa a otra. Tampoco para improvisar, aprovecharse, presionar o sacar dividendo de donde había el dinero, fraternidad, ideologías y confianza.

El barullo es tal que resulta difícil, por no decir imposible, deducir lo que pasa o pasará en unas cuantas horas.

La decepción de los europeos ha llegado a extremos insoportables. Si hoy Grecia anuncia que recurrirá a un referéndum para saber si sus ciudadanos apoyan las medidas que la Unión Europea acaba de obligarles a tomar, mañana el helénico Georgios Papandreu se pavonea en el parlamento, da marcha atrás — al menos momentáneamente— y explica sin rubor que si la oposición política de su nación está de acuerdo en respaldar esas imposiciones, él retiraría su amenazante recurso democrático.

El anuncio griego desquició los mercados, hundió las bolsas, enfureció a gobiernos del euro y sacó a flote la punta del iceberg al que ya se aproxima nuestro indestructible barco insignia.

El choque inesperado por los países que construyen y destruyen Europa fue tal que movilizó a todas las organizaciones internacionales de este continente y de los Estados Unidos, para lograr que nuestro portaviones no se hunda y que el contagio de la desesperación no llegue hasta ellos.

Por ello, se juntaron en Cannes, Estrasburgo y Bruselas gente de todos los países conocidos y por conocer. Allí, desde el presidente norteamericano Barack Obama hasta los jeques árabes tuvieron reuniones severas, serias, positivas y preocupantes.

Gente enardecida

Allí, por decirlo de otra manera, se jugó a la ruleta rusa. No es cierto que las conclusiones de banqueta que alcanzaron los mencionados dirigentes, que sostienen el mundo en sus manos, hayan resuelto nada definitivo.

Por lo pronto, algunos concebimos que no era tan descabellada la decisión griega de citar a un referéndum, porque no olviden que fue en ese país donde nació la democracia y se practicó en épocas pasadas. Tampoco debemos olvidar que la gente ha salido a la calle enardecida porque está consciente que los recortes que ha empezado a hacer el gobierno no benefician ni beneficiarán a alguien.

Papandreu se mueve con el viento. El joven griego —de alguna forma hay que llamarlo— se acordó de repente que sus antepasados prosperaron porque hubo momentos en que el pueblo decidía qué hacer para obtener progreso.

Además, Papandreu no quiere asumir solo la responsabilidad del ajuste social que le imponen. O todos juntos o ninguno.

Pero, ¡ay!, la canciller alemana Angela Merkel, el presidente francés Nicolas Sarkozy, el Eurogrupo, el FMI, la OCDE, el Banco Mundial y las olvidadas hermanas de la caridad, han empezado a sentir el aire que llega de la periferia continental.

De ahí que los germanos se hayan convertido de la noche a la mañana en defensores a ultranza del euro: “La moneda única es la base de nuestro desarrollo. Nadie podrá destruirla”. Se ha dicho, en diferentes foros y en menos de dos días.

Por fin se dieron cuenta que la prosperidad debe tener una base aunque sea de ignorantes que sostengan su preeminencia para poder seguir disfrutando de los bienes que a todos nos corresponden.

Jean Claude Juncker, presidente del Eurogrupo, ha dicho decenas de veces que si no se acude al rescate de Grecia la nación suspenderá pagos. De lo que se olvidó, o no quiso mencionar porque lo sabe con claridad, es que el pánico se lo han impuesto los bancos que tienen deuda basura y se sienten afectados al extremo de que su estabilidad corre riesgo.

Ya nadie habla de la quita del 50% de lo que debe el gobierno heleno, porque esto ya se da por logrado. Ahora se trata de que la situación en esa zona tiene una enfermedad tan desconocida y penetrante que puede y está contagiando a otros países de sus alrededores, y avanza con paso firme hacia los que se creían a salvo de la inundación financiera.

Soberbia del eje franco-alemán

El 2 y el 3 de noviembre, los dirigentes —individuos de carne y hueso, pero de inaccesibles neuronas, que muchas tienen— hicieron un alto en su camino y la falsa sonrisa apareció entre sus labios como una condescendencia, para los que están aferrados al mástil de la salvación.

Por lo pronto, la Unión Europea ha bloqueado ya (no dudo que lo desbloqueará mañana) la entrega de 8 mil millones de euros a Grecia  para aliviar su situación. Ese adelanto, de llegarse a realizar, en nada mejoraría la situación del destinatario.

El eje franco-alemán truena con soberbia, pero esta vez con cierto recelo, que “necesitamos un euro fuerte con o sin Grecia”.

Reunidos todos en el G-20 —puede ser que sea el G30 o el G40— se ha pedido ayuda a las naciones emergentes como ahora les llaman, cuando hace unos cinco años estas mismas eran consideradas países ignorados sin ninguna capacidad económica y política para contribuir a la transformación del mundo actual que ya inclina su cerviz en actitud moribunda.

Así que China, Rusia, India, Brasil, y cuantos quieran sumarse, serán bienvenidos siempre y cuando aporten el capital necesario para la recuperación europea.

Saben los que saben que ninguna de esas naciones aportará dinero, y mucho menos ahora, sin garantías y ¿cuáles serán? pues parte del pastel, intromisión en asuntos políticos y financieros, apoderarse de una parte de la soberanía del continente y fijar términos comerciales y económicos distintos a los que ese momento tenían que rendirse para seguir adelante.

Hartazgo

La gente está harta de las cumbres, porque sólo son borrascosas y esa película ya la vimos hace 60 años.

Por tanto, todo lo que aliente a reuniones “de alto nivel” olerá mal y esto lo saben ya los que participaban en ellas.

Es evidente que no hay solidaridad en Europa, que se desestabiliza al menor movimiento sísmico de escasa importancia y que sin una reforma del sistema monetario y político internacional los acuerdos quedarán como las llamadas a misa. Irá quien quiera y a la hora que desee.

Somos los pedigüeños y pedimos, ya sin el menor recato, ayuda y más ayuda para seguir viviendo.

No es sólo dolor lo que esto significa entre los 500 millones de habitantes que integran Europa, es vergüenza, depresión y algo que nace y crece a pasos agigantados: una irritación que se está convirtiendo en exigencia y que si bien ahora es pacífica puede originar problemas de otro tipo en un futuro inmediato.

Mario Draghi inauguró la presidencia del Banco Central Europeo con un detalle que impresionaría a los dinosaurios desaparecidos y a los tiburones actuales: disminuyó los tipos de interés europeos a un 1.25 por ciento. La gran hazaña es que quitó, para honor y oropel suyo, 0.25 puntos con lo que piensa que ha pasado a la historia como parte de uno de los posibles salvadores de la Unión Europea.

Les diré, para concluir estas digresiones, que los países a quienes se pidió “colaboración” tienen en sus arcas dispuestos a invertir con condiciones justamente agresivas un total de 700 mil millones de euros.

Ahí queda eso.