Para salvar su pellejo
Regino Díaz Redondo
Madrid.- Resulta ya inútil recalcar el fracaso de las innumerables promesas teóricas que hace la Unión Europea para salvar el pellejo. El pellejo de sus dirigentes y el de todos nosotros, porque quizá no se acuerden que este continente tiene alrededor de 500 millones de habitantes. Pero bueno, he aquí la nueva e increíble determinación de la dirigencia político-financiera de los 27: “Bruselas impondrá sanciones penales a los bancos que cometan abusos, que manipulen el mercado o filtren información privilegiada”.
A esta contundente praxis se anexa una intolerable declaración de parte del parlamento británico con respecto a la posibilidad de que Inglaterra abandone su participación en la zona.
¿Pero es que alguna vez el Reino Unido se sintió ligado al continente o a la UE en alguna de las decisiones y de los malos tragos sufridos?
Gran Bretaña ha jugado siempre al sincretismo absurdo. Buscó la unión del grupo europeo para beneficiar su economía y no porque se sintiera parte de la fraternidad que debe unir a los países que lo conforman. Inglaterra con un primer ministro (David Cameron) ambivalente a la hora de manifestarse ha hecho un puente turístico entre las islas y las naciones europeas.
Su intención está clara. Para consolidar una cierta hegemonía de sus finanzas en el ámbito en que se desenvuelve, aceptó a regañadientes unirse a los 27 países que buscan la unidad en todos los terrenos y vivir fraternalmente como corresponde a sus antecedentes históricos y a sus anhelos contemporáneos.
La monarquía inglesa, genio y figura, té a las cinco y fresas con crema, tiene una cámara de diputados compuesta por dos partidos políticos, el liberal y el conservador, que comen en el mismo plato.
Creer en lo que dicen ahora unos u otros es una entelequia. Sería ingenuo aceptar que la declaración de ayer concuerda con la de hoy que será distinta también a la de mañana. Toda una proeza de ingenio sin responsabilidades.
Les informaré de otros pronunciamientos dignos de presentarse como ejemplos de la claridad y seriedad con que se actúa ahora en esta querida y revoltosa Europa. Joao Durâo Barroso: “España bordea ya el precipicio” y FMI: “Proponemos ayuda por 112 mil millones de euros para España e Italia con el fin de evitar su bancarrota o caer en suspensión de pagos a corto plazo”.
Como verán, estas expresiones tan alentadoras se unen a la insistencia franco-alemana de que es necesario sanear más las cuentas de los bancos. Es decir, darle más dinero para evitar que quiebren.
No es que resulten incoherentes tales admoniciones, sino que están ligadas a que conviene a las instituciones públicas de las naciones que manejan la UE porque ellas se nutren de la deuda barata que compran en los mercados periféricos. Al fin y al cabo Alemania sobre todo es la menos perjudicada por la actual confusión que existe. Se sostiene a base de sus exportaciones que son numerosas y crecen en forma moderada sin que ello lesione su economía aunque roce y moleste la de otras naciones.
Ya es frase de uso corriente el afirmar que “el euro se fractura”, se tambalea y hay quienes piden que Grecia abandone la moneda única, versión que difunden con toda naturalidad los gobiernos neoliberales.
Las cuentas
Fíjense cómo andan las cosas en el continente. Les advierto que es cierto y que no estamos para bromas aunque lo parezca. Si no, lean:
Al revisar sus cuentas hacendarias sobre la deuda pública que maneja un banco irreal o “malo”, los germanos encontraron que habían sumado mal. ¿Qué tan mal? Pues se encontraron con que debían 55 mil millones de euros menos porque en sus cuentas habían repetido la misma cantidad dos veces.
Tal error, error sin importancia, supone que el déficit de la deuda pública del país de doña Angela descendió en un 26 por ciento.
La mencionada institución crediticia formada hace tres años para protegerse del crack financiero internacional que comenzó con la caída de Lehman Brothers contrató, como puede verse, a los más relevantes economistas, salidos de cualquiera de las escuelas keynesianas, los Chicago Boys, Harvard u Oxford. Se evidenció la capacidad infinita de estos señores, profesionales de primer orden y respetables analistas y practicantes de las doctrinas que nos ha llevado a la situación actual.
No sorprende que haya distinguidos humanistas, sobre todo de la Europa central, Austria, Holanda y Dinamarca, que pongan ya en duda la continuidad del continente, uno de los aciertos más importantes surgidos después de la Segunda Guerra Mundial.
Sería catastrófico pensar simplemente en la posibilidad de que tal cosa se hiciera realidad.
Hemos llegado a una situación tan estrafalaria y abyecta que la política que en su momento sacó adelante con brillantez a nuestros territorios y naciones camine hacia el cementerio. Los sepultureros, vestidos como dios manda, trajes de finísimas telas, camisas de seda y zapatos italianos, esperan los restos de tal señora con una siniestra sonrisa.
¿Entregarán el cadáver político?
La historia ha demostrado, hasta ahora, que ha sido imposible hacerlo en ningún tiempo ni lugar.
Pero el susto que nos aturde y que se manifiesta en un escaso nivel de vida de la gente no puede seguir maniatando nuestras conciencias ni actividades.
De no ser así, los que pueden cambiar el curso del deterioro o de la desaparición de la casa del pueblo, terminarán ellos mismos dentro de esa tumba hacia la que llevan el muerto político.
La voz de alerta está dada ya desde hace mucho tiempo. Todos lo reconocen, lo aceptan, lo suscriben, se muestran convencidos de que hay que cambiar el sistema social, pero no mueven ni un dedo para lograrlo.
Los empecinados en conservar el “Estado de derecho”, tanto socialistas como conservadores, desconocen que un cuerpo podrido por el uso y mal uso no podrá curarse sin antes expulsar los componentes contaminados que lo forman y cuyo trabajo ha terminado.
Antes de estrellarse contra sus fortificaciones de acero, los representantes del actual círculo social encontrarán, casi estoy seguro, una salida digna para beneficio de todos.