Al banquillo de los acusados

Regino Díaz Redondo                           

Madrid.- Al juez Baltasar Garzón, uno de los juristas más distinguidos en los foros internacionales, defensor eterno de los derechos civiles, lo han sentado en el banquillo de los acusados.

La ultraderecha española —la dura, la insoportable— lo hace responsable de colocar grabadoras en las prisiones donde están recluidos los presos por fraude y malversación de fondos y los corruptos de la trama Gurtel. Igualmente, lo agobian por investigar los crímenes del franquismo y de recibir dinero a cambio de dar conferencias en varios centros docentes, entre ellos la Universidad de Columbia en Nueva York.

Lo denuncian Manos Libres —sindicato vertical fascista— y el partido político de la Falange, ambas organizaciones que siguen legalizadas y actúan sin límite por la debilidad de los gobiernos que se han sucedido en democracia.

La primera vista que terminó el jueves 19 quedó “lista para condena”, según lo expresó literalmente el Tribunal Supremo del país. A sus miembros los traicionó el subconsciente; cambiaron la habitual frase de “listo para sentencia” a “listo para condena”.

No cabe duda que estamos frente a un acontecimiento insólito en una nación que ha luchado siempre por la libertad y la ha perdido en todas las ocasiones.

Escenografía

En el recinto donde se celebra el caso, los conspicuos miembros de ese cuerpo colegiado montaron una escenografía impresionante y los coreógrafos se encargaron de poner a punto todos los artilugios necesarios para representar esta tragicomedia.

La obra escrita por los posfranquistas y sus herederos se presentó como un llamado nostálgico para que los espectadores presenciaran cómo iba a ser castigado un hombre, cuyo delito ha sido poner las cosas en su lugar y luchar porque en su país se acaben las nefastas manifestaciones de un conservadurismo secular.

El togado es conocido en el mundo como la persona que logró encarcelar al ex director de la policía nacional, Luis Roldán, por robar en las arcas públicas. Fue quien desenmascaró a los GAL, organismo paramilitar que mataba a vascos por la simple sospecha, casi siempre infundada, de que eran etarras.

También protagonizó con éxito la aprehensión de Augusto Pinochet en Londres y contribuyó a hacer justicia para que fuesen castigados los asesinos de la dictadura de Rafael Videla en Argentina.

Hace poco, Garzón asesoró a la Corte Internacional de La Haya en su lucha contra el narcotráfico y al detectar a responsables de crímenes de lesa humanidad.

La capacidad de don Baltasar es reconocida en el extranjero y aquí, como siempre, no tanto.

Los abogados que se encargan de inhabilitarlo hasta por 20 años en el ejercicio de su profesión representan a organizaciones de comprobada filiación neonazi.

Nadie escuchó ni aceptó los vetos que puso a ciertos miembros del jurado, pese a comprobar que muchos formaban parte de los descendientes de la dictadura.

Al final de este primer juicio, le ordenaron limitarse a opinar pero prohibiéndole hacer señalamientos concretos. Fue obligado a medir sus palabras y se le impidió pensar, porque hacerlo sería un insulto en una sala donde la ficción teatral se impuso a la realidad.

Recuerdo cómo al término de la Guerra Civil, el superministro Millán Astray pidió la quema de libros y, a grito pelado, exclamó que volviesen “las caenas” (cadenas).

Ahora, a Garzón le quedan dos juicios pendientes y tendrá que responder a ellos en un ambiente de discordia y de cacería de brujas.

Afuera del recinto donde se efectuó el juicio, cientos de personas se manifiestan a su favor las 24 horas del día. Otra vez, el jurado del Supremo Tribunal rechazó su petición para que declararan  personas del prestigio de Carla Ponte, ex presidenta del Tribunal Internacional de La Haya, y nuestro Sergio García Ramírez que ha considerado este juicio como una pantomima sin ningún sustento en el derecho internacional.

Los partidos políticos permanecen callados. Los miembros del gobierno se frotan las manos de gusto pero no opinan. Esperan que se dicte la sentencia para meterlo entre rejas.

Aducen los abogados de la acusación que los asesinatos perpetrados por la dictadura prescribieron. Este argumento lo han apoyado los neoliberales y los socialistas, estrepitosamente derrotados en las urnas hace poco más de un mes.

Los medios de información, en general, cuelan esta información en páginas interiores. Magnifican algunos la honestidad del presunto corrupto Francisco Camps y de Jaume Mata,  ex presidente de la comunidad balear.

Se protege a varios miembros coludidos con la trama Gurtel y a los que se hicieron millonarios con la especulación de terrenos que originó la burbuja inmobiliaria que nos mantienen con el Jesús en la boca.

Segundo juicio

El segundo juicio contra Garzón comenzó el martes pasado y otra vez se armó un tinglado mayúsculo para que el resultado posterior sea propicio a los intereses del fascio. Aunque falta aún la tercera parte de esta singular novela en donde se le juzgará por cobrar las conferencias que dio en diversas universidades de prestigio mundial.

Llegaron, inclusive, a pedir que Emilio Botín, presidente del Banco Santander, fuese imputado porque “patrocinó” estos eventos.

En España, la transición ya comienza a ser cuestionada. Hay quien se atreve públicamente a pasar por alto los fusilamientos ordenados por el Generalísimo y las ejecuciones, a garrote vil, que tuvieron lugar en esa época contra personas que defendían su derecho a ser libres.

Es tal la confusión que se quiere sembrar con respecto a lo ocurrido entre 1939 y 1975 que la gente, la opinión pública, está desorientada y quizás harta de tanta marrullería.

A los que no se puede resucitar son a los 150 mil que murieron por decreto, sin defensa, durante la posguerra.

La situación se torna repugnante e inconcebible. Estamos viviendo en un escenario de esplendor medieval y se ha expandido una ola de venganza y de odio.

Los micrófonos instalados en las celdas de los depredadores y lo que allí se escuchó evitaron la fuga de más de 20 millones de euros a paraísos fiscales que ordenaban los presos para evitar el fisco.

Actualmente, en democracia, todos tenemos derechos civiles y éstos deberían ser respetados y no envueltos entre las manos sucias de los que buscan conservar privilegios y mantener un continuo acoso a la sociedad plural.

En España, los cerebros oscuros con neuronas contaminadas guardan como tesoro las pláticas del pasado para exhibirlas impunemente en los momentos inadecuados ante la impasibilidad cómplice los gobiernos de uno u otro signo.

Al magistrado se le obligó a quitarse la toga en un recinto donde tiene todo el derecho a llevarlo. La difusión mediática de este acontecimiento es una perversión más de nuestro mundo civilizado que comienza a dejar de serlo por la sordera de quienes se dicen defensores de las libertades sociales.

Y es que en esta tierra las raíces inquisitoriales permanecen. Son parte del árbol perenne que siempre vivirá entre nosotros por más esfuerzos que se hagan para talarlo. Seguirán creciendo las ansias de venganza de quienes ostentaron cargos políticos en el pasado.

El poder del pueblo en manos de líderes visionarios está muy lejos. Creo que no llegará. Esperamos, muy contaminados, vegetamos y bailamos al son del cara al sol que tú mataste rojo ayer, primera estrofa del pervertido himno de quien se levantó en Marruecos contra la república y se refugió en una guardia mora porque no se fiaba de los españoles.

Al término de esta primera parte de la obra, Garzón expresó que “la única razón de Estado que conozco es la de la democracia”. Y agregó que “si me van a llevar al paredón de los fusilamientos, que no me tapen los ojos. Quiero ver de frente a los que me disparen”.

El asunto tiene aún un largo recorrido. Seguirá el hostigamiento y habrá testigos para reforzar tesis de que se “cometió prevaricación” porque el juez se metió en asuntos que no le competían, porque los crímenes cometidos, durante casi 40 años de opresión, prescribieron y como tal deben quedar impunes.

Es decir, que a la justicia se le cayó la venda o se la quitaron. Así pudimos constatar un rostro atribulado que tiene presbicia, y está tuerto… del ojo izquierdo.