Ni un Roosevelt ni un Lincoln

Guillermo García Oropeza

(Primera de dos partes)

Mucho se habla de la decadencia de la clase política, lo que es al parecer un mal casi universal, y es que los grandes políticos o, bueno, ya siquiera los políticos razonablemente aceptables parecen estar escasos en todo el mundo. Aunque, claro, hay excepciones y pensaría, por ejemplo, en Putin que, al parecer, ganará otra vez las elecciones en Rusia al tener más del cincuenta por ciento de la intención de voto mientras que sus varios adversarios no van más allá de unos cuantos puntos.

Quizá el caso de Merkel, la verdadera canciller de hierro de la nueva Alemania, este Bismarck con faldas y doctorados científicos sea otro. No así los dirigentes de España, Francia o el Reino Unido que dan pena ajena.

Y si en América Latina hay ciertas figuras de arrastre popular como Chávez o Correa (al peruano sería muy prematuro juzgarlo), en Estados Unidos la temporada electoral nos ha traído, por una parte, a un Obama debilitado frente a un conjunto lamentable del Grand Old Party (GOP), ese Viejo Gran Partido que son los republicanos que ni siquiera llegan a tener un Bush o un Nixon y que, entre todos, dirían nuestras abuelas, “no hacen uno”.

El millonario Romney, que hace trampas con los impuestos, el tal Gingrich que no sólo abandonó a su mujer enferma de cáncer sino que cambió su fe bautista para hacerse católico romano, lo que para un buen protestante de línea dura es absolutamente inadmisible, o el tal Santorum, que tiene nombre de lo más clerical o las inefables mujeres de extrema derecha como la tal Palin o la siniestra Michelle Bachman que prometía, de llegar a la Casa Blanca, acabar con la pecaminosa enseñanza de la evolución para volver a la infalibilidad del “Good Book” que nos enseña que venimos todos de Adán y Eva olvidando ese pequeño detalle de que ya hace 400 mil años por ahí andaban unos Homo sapiens hijos no de Eva sino de la primigenia madre Lucy, la africana.

Este espectáculo lamentable de lo que se supone ser la mayor democracia del mundo divierte o alarma a comentaristas políticos americanos y europeos que han llegado a la conclusión de que para ser candidato republicano hay que ser tonto o farsante aunque alguno, como Gingrich, logre ser una cosa y otra alternativamente.

Esos republicanos cuyo más sagrado credo ideológico es oponerse a la salud pública ya que los doctores ricos están entre los más radicales conservadores o que condenan que se les cobre impuestos a los más ricos que tanto lo necesitan para hacerse todavía más ricos.

Y frente a estos plutócratas del GOP, el muy tímido Obama se ve como un rojillo, como un siniestro socialista al que hay que evitar por cualquier medio que repita en la presidencia. Lejos, ay, están los años dorados de un Franklin Delano Roosevelt que salvó a su país de los males de la depresión en la que habían sumido a su país los ineficientes republicanos, que habían dejado que explotara la bomba económica con resultados trágicos para todo el mundo. Pero no se ve por ningún lado ni el nuevo Roosevelt ni el nuevo Lincoln en esos Estados Unidos del triste hoy en día. Sea por Dios.