Miseria y soberbia, en batalla desigual


 

Todavía hay muchos que llevan la suástica a cuestas

para defenderse de la “plebe” gritona.

Frase popular

 

 

Regino Díaz Redondo

Madrid.- Las películas de ciencia ficción pasaron de moda. Son mejores los reality shows pero ya no en lugares remotos, islas ocultas, rincones exóticos y montañas inaccesibles. Ahora, estos espectáculos se dan en plena ciudad, en las capitales europeas, entre los políticos, los empresarios, los trabajadores y los periodistas. No digamos que entre los nobles ¾porque aquí se dan como hongos silvestres¾ ni los famosos, o como quiera que se llame, llenos de extravagancias y cubiertos con capas de intenso maquillaje que engordan los bolsillos de los ricos excéntricos.

Me explico: en España —sur, moro, norte, celtíbero y mesopotámico, este fenicio y oeste con saudades portuguesas—, los incendios no sólo son pequeñas piras sino que abarcan centenas de hectáreas de tierra roja o vegetación exuberante. En cualquier parte, suba o baje la marea del cinismo, aumente o disminuya la pobreza, lloren o no los indignados, reclamen los emprendedores, disparen los ricos en sus latifundios aprobados, hoy protegidos por los gobiernos, se repite la triste historia que siempre nos envuelve.

La miseria y la soberbia libran una batalla desigual. Esta última gana con amarga ventaja tras pisotear a los que viven en el fango de la pobreza.

Ni charanga ni pandereta

El “milagro español” tan cacareado hasta los primeros meses de este siglo voló sin dejar huella. De un gobierno de derecha encabezado por el falangista ¾perdón porque ahora tiene Alzheimer¾ Adolfo Suárez, seguido por el socialismo liberal de Felipe González que cambió de ideología y de apariencia física, pasó a apoltronarse en la Moncloa el nefasto José María Aznar.

Llegó José Luis Rodríguez Zapatero: “No nos falles, José Luis…”, le gritaron jóvenes y hombres maduros cuando tomó posesión y se mantuvo cuatro años en la inopia y, los últimos cuatro negó una crisis que no propició pero que le fue imposible manejar.

Tarde tomó decisiones y cuando abrió los ojos a la realidad en vez de levantar los ánimos de la gente la hundió con medidas ambivalentes, retóricas ¾una de cal y otra de arena¾, que arrojó a la basura salarios y nivel de vida y entronizó a transnacionales que sorbieron la poca sangre que teníamos.

Es tal la desilusión que ya ni nos queda la España de charanga y pandereta porque se transformó en una gran cola permanente de personas que esperan conseguir trabajo, por miserable que sea, en las oficinas de empleo que abundan en el país.

Vivimos en un país dividido por intransigentes regiones ¾Cataluña y Euskadi¾ empeñadas en quitarse de encima la “lacra” que representa pertenecer al Estado español.

¿Lo merece la clase media… los obreros tienen la culpa… los burócratas son responsables de que se les congele o rebaje el sueldo…?

En una mínima parte. Todos ellos creyeron que el maná había llegado para quedarse y que el buen vivir estaba ahí afuera con sólo alargar la mano. Nos olvidamos que el esfuerzo y la dedicación, las experiencias de antaño, eran necesarias y que debería recordárselos.

El pastel no alcanzó

No hay que equivocarse. Pasó lo de siempre. Los terratenientes, los ministros, los presidentes de las comunidades autónomas, los negociantes grandes y orondos, los ladrones funcionarios, se quedaron con el 99% de lo que parecía ser el gran pastel y que nunca se acabaría.

Le propinaron mordiscos a la tarta; la gula, el egoísmo, los ahítos de dulce y los pantagruélicos atragantados de tierras vírgenes, levantaron casas de lujo, hoteles, campos de golf, polígonos industriales, en forma ilegal y desorbitada. Se hincharon de poder y rodearon de esclavos sin darse cuenta de que todo tienen un límite y que éste no tarda en llegar por más que Merkozy y sus aliados aparenten ser los salvadores.

Eurolandia se acabó.

Comenzamos a transitar, ya hace algún tiempo, por el camino de los parias, por lo menos en los llamados países periféricos sin que haya un viaducto elevado que nos guíe.

Tomen nota:

El gobierno del Partido Popular se caracteriza por tener un presidente que no se dirige a sus ciudadanos. Todavía Mariano Rajoy, el sinuoso, no da la cara. Acaba de recetar medicinas con narcóticos para que logremos la recuperación.

En una entrevista con la agencia oficial EFE anunció que deberán ahorrarse 40 mil millones de euros para evitar el rescate, como en Grecia.

Sigo: subirá el impuesto a todas las percepciones medias, reducirá el gasto de las comunidades autónomas o las salvará si son presididas por su partido. No tocará a los bancos y espera recompensarlos con miles de millones.

¡Viva la Pepa y la Juana y la Antonia! Hay organizaciones que son intocables. Que nadie se mete con ellas. Las primeras porque son “impulsoras de la economía”, las segundas porque ganaron un 10% menos que en 2011, o sea, mil millones menos de los otros nueve mil que se embolsaron.

Insisto: los curas ¾no todos¾ tienen necesidad de dinero para mantener la fe y difundir su doctrina, convertida, por desgracia, en el anticristo, venerado por los conservadores con el beneplácito de los que fueron socialistas y no recuerdan ni el nombre de Pablo Iglesias.

A comer lentejas con gusanos

Pero no queda ahí la cosa. ¿De dónde saldrán los 25 mil millones más que es preciso recaudar? Seguramente de los presupuestos generales que serán aprobados antes de que termine marzo.

“Porque hay que hacer más sacrificios, por favor”, dicen el propio presidente de gobierno y su agradable vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría.

El ministro de Economía, Luis de Guindos, hace guiños a la Unión Europea y con su cara de circunstancias, serio el hombre, mirada inquisitorial, apunta que “no hay de otra”.

Es decir, que de la misma sopa tenemos que alimentarnos todos aunque ésta sea de lentejas con gusanos, como ocurrió durante los primeros 7 años de la posguerra.

Meten mano también las hermanas de la caridad, mal llamadas agencias catalizadoras de las economías; éstas persisten en su amenaza de bajar la nota de España y Portugal. Ya consiguieron el hundimiento griego y van por Italia.

Al frente de la mayoría de los gobiernos de Europa están ahora los tecnócratas, ya conocidos como dependientes y ex funcionarios del FMI, Goldman Sachs, Stanley Morgan y el Banco Mundial.

De Guindos trabajó como representante del primero en España y Portugal.

¿Saben cuánto ganará el Banco Central Europeo con la compra de deuda española? Mil millones de euros, según Barclays.

No quiero cansarlos más, por eso me remito a tocar superficialmente los acontecimientos que se dieron, se dan y ocurrirán en un futuro inmediato.

La consigna es privatizar, como axioma. Los aeropuertos pasarán a manos de transnacionales que aumentarán precios pero sabrán “ordenar los desbarajustes de las entidades oficiales”. Es decir, menos gobierno, mucho menos gobierno y más negociantes del bienestar público.

El neoliberalismo tiene ahora otra cara. En estos momentos, se habla del “viejo conservadurismo”. O lo que es lo mismo, de una dictadura por encima de la burlada democracia.

Las centrales obreras, domesticadas, empiezan a avenirse a los requerimientos y sus objeciones, suaves, condescendientes, se limitan, simplemente, a salir airosos frente a los que dicen representar. Pero transigen y transigen ante una patronal dura, encabezada por Juan Rosell, el empresario que habla cerca de una flor y frente a un Cristo que ha de sentirse cuanto menos incómodo.

Sin embargo, fuera el pesimismo. Resulta, por fin, vaya, por fin, que España es el líder mundial en trasplante de órganos con 4 mil 300 realizados en 2011.

Ahí lo tiene, no hay por qué ser tan pesimista. ¿No les parece?