Los firmantes del acuerdo contra la violencia
Regino Díaz Redondo
Convertidos en defensores de la salud mental pública, un grupo considerable de medios de comunicación —prensa, radio y televisión— acaba de llegar a la conclusión de crear un acuerdo contra la violencia para frenar las informaciones que conlleven excesiva carga negativa sobre el narcotráfico y decidieron en forma prosopopéyica cómo, dónde y cuándo tratar este asunto para no alterar el orden en el país.
Vaya, fue —es— el parto de los montes. Un pacto que nace por generación espontánea como los hongos silvestres. Si la intención fuese buena, bienvenida. Pero todos sabemos que no hay deseos de cumplirlo; las palabras de honor ya no existen. Los compromisos personales y de honestidad intelectual cada vez tienen menos credibilidad.
Puesta teatral
La cobertura informativa que quieren darle resulta tan inasible como el aire, amorfa, no tiene articulados ni incisos ni letra pequeña. Es intangible. Queda a juicio de los monopolios mediáticos decidir y respaldar quién tiene o no la credibilidad para expresarse y ellos mismos serán quienes califiquen a su libre albedrío a los infractores, enemigos de los mexicanos.
Es tanta su preocupación, que viene ya desde hace décadas, por respetar la libertad de expresión que construyeron un escenario grandioso para tomarse fotografías en donde aparecen serios, contritos, formales, para ratificarlo. Y a ver qué pasa.
Resulta inverosímil que ese pacto, que pudo ser encomiable en estos momentos se haya transformado en una puesta teatral avalada por los mejores tramoyistas de la muy respetable profesión periodística. La buena fe de estos señores deja sin concretar cuáles serían los señalamientos sobre las noticias que deben darse para que el país, otra vez más tan sufrido, digiera en qué situación de peligro se encuentra.
No hay jueces ni defensores. Se deja a la consideración de esos medios cumplir el acuerdo o transgredirlo. En un exceso de protagonismo aparecen las caras de todos los que dicen ser los verdaderos transmisores de la información para, junto a sus comparsas, definir el momento en que la ciudadanía comience a tener miedo y le atenace la incertidumbre y el peligro.
Aseguran que los crímenes cometidos por los narcotraficantes y sus cómplices deben manejarse “dentro de un nivel responsable, analítico”. Es decir, se entiende que los amos de la difusión decidirán qué debe ser publicado y, a su juicio, matizarán el efecto que pueden causar sobre el lector tan detestables acontecimientos. No lo dicen, pero es obvio que contra la indigestión informativa regalarán un alkazelser para curarla.
Mis dudas
Estamos como siempre. Afortunadamente no todas las publicaciones del país se han hecho eco de tamaño acontecimiento. Parece sospechoso que sean aquellos, que casi siempre han manipulado la información, por décadas, a placer, los que se presentan como los redentores de la libertad para informar.
Mis dudas tienen antecedentes dignos, creo yo, de tomarse en cuenta. Hubo momentos en el pasado, en el pasado muy pasado, en la prehistoria del siglo XX, en que se intentó ponerle un coto a la prensa —la televisión aún no invadía los hogares— con resultados nefastos.
Cuántas veces se habló y se intentó aprobar una ley que definiera cuáles deberían ser los principios por los que se rigiese el derecho a publicar noticias, con el fin de proteger intereses poco claros tanto del gobierno como de los particulares. Nunca se consiguió legislar al respecto.
Por eso, valga sólo un pequeño ejemplo, dice Manuel Bartlett Díaz, ex secretario de Gobernación, ex gobernador de Puebla y ex senador, que el acuerdo “es una ley mordaza que sólo trata de ocultar el fracaso contra el narcotráfico y sus correligionarios”.
Nadie ha salido a contradecirle. Al fin que ya es un hombre del pasado y sus opiniones no influyen, dicen, en la opinión pública. Manuel está ya en la historia y que ahí se quede. ¿Verdad?
¿Qué pasará ahora y en el futuro próximo después de tan grandilocuente y apantallador pacto de los intocables que sólo obedecen y buscan aumentar sus ganancias en detrimento de los verdaderos periodistas que en este mundo son?
Algunas preguntas
Para empezar, pregunto: ¿los muertos se presentarán más pequeños en las pantallas de televisión o en las fotos de los diarios?… Sí. ¿Los acontecimientos sobre este tema se mandarán a interiores en las páginas de la prensa o al final de los noticiarios de televisión? Desde luego. ¿Reduciremos el número de asesinados por el narcotráfico de quince a sólo seis o siete? Sin duda.
¿Editorializaremos el asunto con palabras conmovedoras, suaves, que acarician y calificaremos como hechos fortuitos los homicidios para decir que ocurren en todas partes y que no hay por qué preocuparse? Quizá.
Los enfrentamientos pasarán a ser, entonces, un fenómeno costumbrista, sin mayores alcances, para no alterar la paz de los sepulcros ni sembrar inquietudes en los que a diario sufren las consecuencias de esta declaración pública del presidente Felipe Calderón.
Todo indica que la intención de los protagonistas de esta puesta en escena es la de proteger a la gente de esos absurdos individuos equivocados y que, además, podrían ser rehabilitados.
Al ciudadano, futbol y circo. Se pretende falsear la verdad en aras de beneficios personales y de empresarios que nada tienen de periodistas para “evitar que los turistas huyan o no vengan”. Impresionante defensa de México en el mundo.
Se aduce que hay que combatir el amarillismo. Pero son ellos los que lo han alimentado cuando así les conviene. Y si no ahí está la historia en hemerotecas y grabaciones para comprobarlo.
Si fuera cierto, si la intención fuese buena, señores, hagamos una hoja de ruta, busquemos la forma de castigar a los que lo merecen. No subvencionemos publicaciones con intereses políticos. Que no surjan nuevos diarios, programas de radio o de televisión en vísperas de les elecciones presidenciales. Seamos autorreguladores de nuestras expresiones. No lo anunciemos. Hagámoslo.
Se beneficia el gobierno
¿A quién beneficia este acuerdo? No se necesita tener una bola de cristal. Beneficia al gobierno y a los intereses de los poderosos que nunca tuvieron ninguna afinidad con la libertad de expresión y cuyos intereses son únicamente económicos.
Hay también colaboracionistas que se suben al carro de la bonanza y olvidan la misión de informar con veracidad.
Al jefe del Ejecutivo —del que todavía creo que no es un hombre retorcido ni intransigente aunque cada vez me separo más de este juicio— le convino al principio que aflorara su batalla contra el narcotráfico. Daba una buena imagen adentro y afuera. Nadie podía cuestionar a quien combate el mal más poderoso del mundo.
En Estados Unidos se tomó a bien. O ya lo sabía su gobierno. Se le alentó. Pero la confusión que arroja la complicidad entre narcos, policías, funcionarios, políticos, empresarios y algunos miembros del ejército — los menos—, se ha impuesto porque ya es difícil saber quién está libre de culpa.
Salieron a relucir viejas rencillas; la codicia por el dinero aumentó, los compromisos hechos y rehechos se vieron afectados, los jefes de los cárteles recrudecieron sus enfrentamientos para dominar territorios, y las víctimas, como todos sabemos, alcanzan ya la cifra de 40 mil muertos desde el comienzo de la operación limpieza.
Así se fraguó el pacto
Ya este año al gobierno panista le preocupa el extremo al que han llegado las cosas que en un principio le favorecieron. La imagen de los muertos recorre toda la geografía nacional. Es preciso, dijeron, detener la masacre o simplemente semiocultarla, proporcionar informes sin tanta carga de verdad. Las autoridades piden a la prensa, la radio y la televisión que tomen nota y les hacen un llamado a la conciencia patriótica.
¡Qué noble!
De esta forma se fraguó el pacto. Es cierto que oficialmente el gobierno permanece al margen, pero nadie se lo cree. Los autores del acuerdo encontraron un camino fácil para manejar la información a su libre albedrío. Porque la patria está por encima de la noticia, expresan muy orondos los firmantes del pacto.
Ahora sí creen que el amarillismo es intolerable y lo utilizan como argumento para seguir insultando sin pruebas, reducir, rechazar o agrandar cualquier información que no les convenga.
Extraordinario botín de guerra para estos comunicadores a los que la noticia es simplemente un pretexto para engordar sus bolsillos. Es un hecho fortuito para prevalecer y orientar a los ignorantes. Exclaman: hay que protegerlos de la guerra que se libra. Tenemos que ser jueces y parte para preservar la salud del pueblo.
Menos mal que hay todavía medios que tuvieron la vergüenza de no respaldar el pacto. Aunque los ganadores, por el momento, son ellos, los inocentes manipuladores de la información.
Es evidente que se quiere detener la hemorragia con medicamentos tóxicos y contraindicaciones peores que el remedio.
El acribillado se muere pero poquito y escondido. Su muerte debe leerse sólo en los obituarios para no asustar. Como siempre, si no se dice nada no ha ocurrido nada. Avanzamos camino a la gloria eterna.
¡Oh, Césares, los que van a morir desinformados los saludan!

