La expoliación de la riqueza de Hispanoamérica,
la hicieron la monarquía de los Austrias y la Iglesia católica.
Matilde Asensi en
La conjura de Cortés
Si pierde, volverá a las andadas
Regino Díaz Redondo
En las encuestas y, luego a pie de urna, se hace siempre la misma pregunta: ¿por quién vota y por qué? Yo, con la anticipación legal requerida, les digo por quién no lo haré y los motivos que me llevaron a tomar esa decisión.
No tengo fobia por Andrés Manuel López Obrador. No conozco a Enrique Peña Nieto, Josefina Vázquez Mota ni a Gabriel Quadri. Soy ciudadano mexicano de pleno derecho y la libertad de expresión me permite fijar mis preferencias electorales.
Lo voy a hacer abiertamente:
Hace seis años, el perredista López Obrador perdió por un escaso margen, pero no aceptó su derrota. Se autoproclamó “presidente legítimo” y tomó posesión en un demagógico y ridículo acto multitudinario en el Zócalo, cuya caricatura hubiese deseado hacer Abel Quezada. Sabemos de sus plantones en Reforma y arengas posteriores.
Su gente tomó la Cámara de Diputados y hubo bronca. Felipe Calderón pudo jurar el cargo, aunque haya sido una decepción para la gente y un Ejecutivo desbordado por la euforia y el culto a la personalidad.
(El primer mandatario llegó a cabalgar por Pino Suárez, bandera en ristre, con rostro compungido, durante las fiestas patrias que convirtió en una tragedia teatral que da vergüenza.)
López basó su campaña del 2006 en una cacería de brujas contra los “oligopolios”, los industriales, las multinacionales, los explotadores del pueblo; prometió, con una mano en el corazón, acabar con las desigualdades y rechazó “las sanguijuelas” que coartan libertad y progreso.
Dividió a la clase media —la buena, con él; la parásita, fuera—, escindió a las familias: unos creyeron en él y otros lo despreciaron. Su triunfo se daba como un hecho irreversible. ¡Al fin, habíamos encontrado el hombre que traería paz y progreso; al que terminaría con la corrupción y la mordida tradicional!
Empezó, entonces, a despotricar y a cortar cabezas sin poseer aún el cadalso.
Para los ilusos era un caballero, lanza en ristre, contra los rascacielos neoliberales y las grandes fortunas mal habidas.
Después, ¡aleluya!, se presenta con un rostro distinto. Falso y cínico, obliga a analizar los saltos que da para obtener el triunfo en las urnas.
Un poco de historia: López salió del PRI porque “los mediocres y dinosaurios” no le daban la oportunidad de exhibir su talento; se ufanaba de que su proyecto permitiría transformar a México en un país cabeza de los emergentes y con aspiraciones de entrar en el G-7.
Aparentó luchar sin descanso desde su atalaya “progresista” y encontró algunos aliados, pero no los suficientes. Elaboró textos de todos los colores y pronunció discursos contradictorios: la lucidez lo llevó a Lenin y a Trotsky, pasó a la socialdemocracia, transitó por el neoliberalismo placentero y fue estandarte de una democracia dirigida absurda y contaminada, burocracia indeseable.
Engañó, y lo sigue haciendo, a Cuauhtémoc Cárdenas, quien lo acogió en su seno aunque entre ellos hayan surgido discrepancias continuas y enturbie la imagen del hijo del general Lázaro Cárdenas.
El tabasqueño siempre fue sinuoso y su fidelidad es puesta en duda por muchos. Doctrinario y mártir, buscó oportunidades afuera y obtuvo algunas, quizás demasiadas y respetables.
Durante estos años, López siguió en su macho. En un Volkswagen, recorrió ciudades y pueblos; descargó su ira y frustración por doquier. Sus incondicionales levantaron falsos escenarios en rincones donde ni siquiera le conocían, pero a ellos llegó la demagogia.
Al preguntársele de dónde sacaba el dinero para vivir y hacer sus desplazamientos contesta: “subsisto de las aportaciones de la gente”, y sanseacabó.
Hoy ha llegado, a escasos días de las elecciones, con un nuevo lenguaje: llama a la paz y a la concordia; implora, sin mencionarla, a la virgen de Guadalupe porque “es uno de tus avales”, le dicen.
En su línea desconcertante, no se mete con los gringos, “que no son el diablo”, y nunca menciona a sus referentes como Hugo Chávez y Evo Morales. Referentes actuales porque, de llegar a la primera magistratura, renegaría de ellos.
De su ateísmo político pasó a ser un pragmático religioso, todo por conseguir lo que no merece. Es un ejemplo de la descomposición social que impera, no sólo aquí sino en muchas otras partes del mundo.
Todavía hay intelectuales y académicos que lo respaldan. Que tengan cuidado, ya en el poder, Andrés Manuel no tendrá empacho en deshacerse de ellos si lo cuestionan demasiado.
Curiosamente, este personaje se presenta como el arcángel enviado a María para anunciarle la buena nueva: tendrás un hijo que salvará a la nación y él será el apóstol que nos rescate de los males ancestrales.
No votaré por él. Espero que no se enardezca y vuelva a ser cómplice de Vicente Fox y del democratizador Ernesto Zedillo para darme otra puñalada en la espalda como lo hizo, en complicidad con un empresario, el 20 de octubre de 2000.
El acuerdo verbal que tuvo con los anteriores personajes que menciono propició el derrumbe de un diario que pasó de ser una cooperativa ejemplar a una empresa que se olvida del periodismo y aumenta su poder con dinero propio y ajeno. No tan ajeno porque parte proviene del sexenio foxista.
La señora Marta Sahagún conoce muy bien a qué me refiero y cómo se elaboró el complot para dejar el campo libre al panista con la imprescindible ayuda de quien fue presidente de México, después del asesinato de Luis Donaldo Colosio.
En el repertorio de este tráfico personaje figuran el olvido a las simpatías que Adolfo López Mateos y Luis Echeverría tenían hacia Fidel Castro. Le aconsejan que no exhiba la soberbia de José López Portillo, se aleje del camino de Carlos Salinas de Gortari y no se burle de Vicente, el distribuidor de refrescos.
Habla bien, y los utiliza —ya sabrán que tengo razón— a Juan Ramón de la Fuente, psiquiatra y ex secretario de Salud, y a Elena Poniatowska, como posibles miembros de su gabinete.
Tiene la desfachatez de apoyar —¿hundir?— a Peña Nieto por el que pidió el voto con el solo fin de blindarse para que éste no continúe con las investigaciones que inició Calderón contra los Bribiesca.
Persigue el guanajuatense ser embajador en el Vaticano con el nuevo gobierno. Para ello, contará con el apoyo de ciertos medios de comunicación que están a las órdenes de la jerarquía católica, que ni es católica ni practica la enseñanza de Jesús.
No votaré por él, porque estoy seguro de que, si pierde, volverá a las andadas. Gritará que fue despojado con triquiñuelas y resucitarán los plantones en el Paseo de la Reforma como ocurrió anteriormente.
Sabe que es su última oportunidad de permanecer en política y su ambición lo llevaría a sembrar violencia en la capital y otras ciudades.
Usted, lector, recapacite. No es un exabrupto; conozco el ir y venir de muchos políticos y empresarios mexicanos por experiencia y haberlos tratado durante mucho tiempo.
No votaré por él. Ustedes hagan lo que quieran.