México elige gobernantes y España pide rescate bancario

Regino Díaz Redondo

Si le meten el dedo en la boca y no lo muerden, es lento; con palmadas en el hombro “claro, mi cuate, ahorita lo hago, no tengas pendiente…”, es una burla. Al oír: “aliviánate, mi cuate, tú ni te despreocupes”, es frustrante; cuando te dicen “¿no confías en mi palabra…? Si yo lo digo es porque lo cumpliré”, y no lo hace, llega  la decepción; si te roban y sabes quién fue pero no lo denuncias, eres un cobarde; con “yo te aseguro que todo va a cambiar no se me achicopale”, y lo da por cierto demostrará pachorra, sometimiento o debilidad.

Espere, hay más: si le engañan y le obligan a comulgar con ruedas de molino y casi se ahoga, está usted fuera; si no lee la letra pequeña de los contratos que firma, lo califican de ingenuo e ignorante. Si su falso amigo se equivoca a propósito, significa que aún cree en los santos reyes. Si el rebuscado de siempre le dice “ya sabes, mano, yo estoy allá en la cámara, para lo que se te ofrezca”, y lo agradece es un pazguato.

Si el que ayer te limpiaba los zapatos y ahora te mete cuchilladas y te llena de insultos y no le contestas con mamporros, te conviertes en un ser menor, sin importancia.

Al señalar errores en público te echas a los cuervos encima y por lo menos te rasguñan.

Aunque sea patético, es la verdad. Quienes formamos esta sociedad hemos llegados al límite de la estulticia y somos robots del Frankenstein cibernético.

Pero hay un límite: seremos tontos imbéciles y retrasados mentales si no gritamos contra el absurdo de la mayoría de los políticos.

Tanto aquí como en España, mis dos países referentes, la situación es similar.

México: los últimos 25 años

En el Distrito Federal y otras ciudades, “donde el águila posó”, el 80% de las campañas electorales se llenan de pitonisos, gurúes, informadores de cuello duro e ideas cortas que se autonombran “salvadores de la patria” y contribuyen a la tranquilidad del país.

Como entramos en un periodo de reflexión, no expondré de ninguna manera mis preferencias, no vaya a ser que la ley se me eche encima. Pero sí vale hacer un análisis de lo que ha ocurrido en los últimos 25 años.

En 1994, Ernesto Zedillo asumió la presidencia cabalgando sobre el cuerpo del asesinado Luis Donaldo Colosio. “Yo no estaba preparado para esto”, decía por todas partes el ferviente democratizador. Al tiempo que se daba gusto y convertía en axioma sus decisiones y, ay, de quien no las acatara. Fue un jefe del Ejecutivo al servicio de la apertura política —el leit-motive— para disfrazar su apoyo al panista Vicente Fox y a llenarle el camino a la presidencia de la república.

Este ínclito individuo —don Ernesto— se distanció de su partido seguramente aconsejado por las multinacionales que ahora asesora, sin pudor.

El guanajuatense y su esposa Martita mutaron el comercio —muy respetable— por el ejercicio político que desconocían y que mal usaron en ocasiones.

En su sexenio, el doble rasero fue una de las características esenciales del improvisado jefe del Estado mexicano. Capacidad de dialogo no tuvo, jugó al todo o nada y dio al traste con el que osaba ponerse en su camino. Lo hizo a rajatabla. Y no causó mayores males porque hizo muy poco y dio una imagen de ineptitud en el contexto internacional.

La gente recibió a Felipe Calderón con cierto grado. Pero no podía ser peor; era la esperanza. Y no lo fue, sólo que equivocó su política contra el narcotráfico y ahora carga en su mochila 60 mil muertos. De todas formas, el señor Calderón es, desde luego, un personaje más aceptable pese a sus errores. Así lo reconocen todos.

Hoy 1° de julio, una gran mayoría —quizá la mayor— acude a las urnas en busca de la esperanza sexenal que tanto anhelamos desde hace varias décadas.

El sentir popular se inclina porque no haya problemas después de conocerse los resultados. La credibilidad del IFE parece garantizarlo, aunque hay muchos que tienen dudas al respecto.

Deseamos que quien gane sea reconocido. No importa la ideología que tenga porque esta nación comienza a aprender que lo importante no son las siglas, sino lo que haga su representante.

Habrá protestas mañana y tarde, pero no llegará la sangre al río. A no ser que alguien delire y cambie las reglas del juego pactadas, remachadas, firmadas por los candidatos y sus partidos.

 

España: políticos sin credibilidad

Me remito ahora a España, donde las finanzas dominan la sociedad. Al frente del gobierno, un partido de derecha (Partido Popular), trata de ocultar los errores cometidos desde que llegó al poder hace seis meses.

Sólo con seguir los brincos que da, surge el fantasma de la duda. En Madrid, Mariano Rajoy, que pregona transparencia, oscurece el ambiente. Negó todo el tiempo solicitar por escrito la ayuda económica a los bancos con problemas. Es insólito cómo del ¡no, no, no!, pasó a enviar el documento que le exigió la Unión Europea, con lo que el Estado se comprometía a ser el aval del préstamo a las instituciones bancarias de esta nación. No pudo lograr que los 120 mil millones de euros destinados a rescatar las finanzas se dieran sin el compromiso del gobierno que pagará si alguno de los receptores no cumple con requerimientos de la troika.

La gente sabe, no le gusta, pero hasta ahora lo acepta bastante deprimida, que  la península tendrá que hacer más recortes como la subida del IVA y el control de las Comunidades Autónomas, aunque ya no pueda soportarlo.

Como se ve, tanto en política como en economía, los dos países están en ascuas. En México, las enormes reservas que tenemos han evitado una crisis financiera, pero sí persiste un temblequeo político. En España, los políticos no tienen respaldo popular. Se ha perdido la fe en ellos y están a espensas del neoliberalismo que encabeza la canciller Angela Merkel.

Por lo pronto, que viva la democracia deteriorada pero existente, y que el casino global pierda fuerza en Latinoamérica y Europa.

Es el deseo de los optimistas que son muchos y trabajan sin cesar pese a las presiones de los bondadosos que mueven la batuta en una orquesta lejos de estar en armonía.