Regino Díaz Redondo
Está atrapado y no sabe cómo salir del atolladero. Ya candidato, Andrés Manuel López Obrador firmó un pacto de civilidad en el que aceptaba democráticamente la decisión del IFE. Pero hoy, evidentemente derrotado, deja en suspense lo que hará después del recuento oficial en casillas y distritos.
“Esperar”, dice, hasta que se conozca el computo oficial; mientras tanto, mantiene la incertidumbre aunque esta vez es improbable que haya concentraciones multitudinarias en su apoyo porque la diferencia de votos entre el triunfador, Enrique Peña Nieto, y él es de tres millones de votos.
Sin embargo, López Obrador no se entrega a la realidad. Siempre hay fraude, compra de votos, robos de boletas y embarazo de urnas.
A juzgar por su talante, el perredista parece más consciente de que su derrota no tiene vuelta atrás. Su habilidad —ya no tanta— para sembrar la incertidumbre puede prolongar la inestabilidad electoral durante un tiempo que, salvo lo imponderable, no durará mucho.
Aceptan derrotas
Todas las encuestas, incluyendo el conteo rápido del IFE, coinciden en que la ventaja priísta está garantizada si se observan los acuerdos firmados por los cuatro candidatos.
Josefina Vázquez Mota y Gabriel Quadri ya aceptaron los resultados preliminares y, con un buen sentido social, agradecieron a sus partidarios el apoyo brindado y se apartaron de la controversia que todavía bulle en la mente del tabasqueño.
La panista admitió, un poco cursi —perdón, señora— su fracaso y lo más relevante que su partido haya quedado en un tercer lugar en la lid. Acción Nacional debe reflexionar de inmediato sobre las causas que originaron su descenso en el ánimo de la opinión pública. En el poder durante doce años, no supo afianzar su estrategia política y más bien demostró no tenerla. Este partido, que ahora se ostenta como abanderado del progreso, fue siempre el representante de una derecha impertérrita, fundada por gente respetable, pero con el lastre de haber abanderado la deplorable guerra cristera, en tiempos de Plutarco Elías Calles.
Aunque siempre tuvo dirigentes honestos, éstos fueron pocos. Los demás sólo defendieron los intereses latifundistas y las causas que tendían a mantener un inmovilismo inaceptable.
Nueva Alianza, inventada por un intelectual con galones merecidos, se limitó a ofrecer los servicios de sus partidarios al gobierno que tome posesión el primero de diciembre próximo.
Si nos atenemos a la lógica y al progreso de la democracia, que parece ser importante en nuestro país, a López Obrador no le será posible amotinarse —llámelo concentraciones multitudinarias— como ocurrió en 2006. En México, desaparecen o disminuyen los plantones violentos y se rechazan cada vez más los discursos demagógicos.
Quizás por la elasticidad con que se intenta manejar la democracia, política de todos y la mejor, haya ciertos brotes de inconformidad que no alterarán en demasía el orden público ni la tranquilidad.
Su gente, dividida
Existe, está latente, que López Obrador pueda adoptar actitudes agresivas para defender lo perdido y justificarse ante sus partidarios, millones de ellos de buena fe que creyeron en él y lo consideraron un mártir. Este señor pulsa el grado de indignación de sus votantes para convocar a manifestaciones, sobre todo en el Distrito Federal. Se ha dado cuenta que el ayer es pasado y el presente no responde a un llamado a la rebeldía, aunque sea pacífico y gritón.
Su gente está dividida. Los sensatos analistas le piden que acepte la decisión popular y que ya tendrá tiempo de volver a su tradicional política peregrina. Otros, enardecidos, le instan a la protesta y la impugnación electoral. Lo hacen porque están asustados, pero ni remotamente convencidos de tener la razón. El porvenir de muchos de ellos está en el aire. ¿A dónde irán? Es terrible, se acabó el tejemaneje de quien se ostenta, indebidamente, representante de la izquierda mexicana. No tiene ideología. Su política fue siempre dentro del PRI y fuera, la conveniencia y la ambición desmedida.
El se ve como el patriarca, en el centro de la explanada del Zócalo lanzando arengas y frases que, por reiterativas, ya no conmueven a nadie. Le fallaron sus golpes de pecho y su invocación a la virgen de Guadalupe. Seguramente no supo persignarse bien. El amor al prójimo, núcleo de su campaña, tampoco le dio resultados. Pero quiere estar otra vez allí cobijado por la Catedral y añorante de Palacio Nacional, desde cuyo balcón central nunca podrá presidir ni siquiera la ceremonia de las fiestas patrias.
Si domina un mínimo de sentido común y repiensa el enojo que le llevó a pensar en la victoria, demostrará que es un hombre inteligente aunque un tanto inestable.
No descarta el impugnar cualquier pequeña irregularidad o equivocación que haya ocurrido. Lo importante será saber si lo hace dentro de los cauces legales o los ignora y recurre a su habitual sordera política. Nunca desterrará de su vocabulario la palabra fraude, que tanto bien le ha hecho, pero que pasó a ser un término costumbrista sin mayor relieve.
La alternativa
Quienes consideran un avance el que no se haya enfrentado al IFE en su primera intervención pública, se equivocan. Ha dejado para esta semana o las que vienen sus recursos dialécticos en contra de la legitimidad del proceso electoral. Tiene en la manga los argumentos de siempre, exabruptos verbales sin pruebas evidentes. A su conveniencia quedará el utilizarlos o no.
Ya apuntó que para vencerlo “se echó mano de dinero que corrió a raudales”. Vistas así las cosas, ¿cuál es la alternativa para Andrés Manuel? No hay más que una: reconoce los comicios o se enfrenta a una sociedad ya cansada de discursos que sólo prolongarán su agonía.
A los conservadores les agrada el triunfo del PRI sin saber que éste ya no es el viejo dinosaurio que se mantuvo en el poder durante siete décadas. Todo evidencia que el mexiquense triunfador se quitará de encima viejas artimañas y actitudes obscuras del pasado. Que se cuiden porque no debe haber transigencia con la eterna y anacrónica derecha, pese que ahora se presenta como amiga de los trabajadores y campesinos.
López Obrador es un hombre inteligente, absorbido por el totalitarismo barato. Pero como no es tonto, seguramente optará por no armar muchos escándalos que pudieran trascender y lesionar la buena imagen que aún conserva no obstante su derrota.
La hora de Ebrard
Por su edad y tozudez, podría aspirar a la Presidencia en 2018, pero está convencido —y claro, para una mayoría— que el candidato del PRD en ese entonces será Marcelo Ebrard que ha sabido manejarse con pragmatismo e inclusive es amigo de Enrique Peña Nieto.
Para el Peje no funcionará el clásico de no hay dos sin tres. Verá, o veremos, los toros desde la barrera, si acaso como peón o banderillero porque ya no tiene aptitudes de matador.
Don Marcelo, ex ayudante de Manuel Camacho Solís, es ahora una figura política de relieve. Su trayectoria tampoco es muy clara. Como ayudante del ex jefe del Departamento del Distrito Federal se forjó un porvenir que parece brillante. Cometió errores; el último, uno histriónico en el que se presentaba como el secretario de Gobernación de López Obrador. Lo hizo en la televisión y en declaraciones a la radio y los periódicos. Al darse cuenta de tal ridiculez, retiró todos los spots. Pero ahí quedan para quien desee verlos, escucharlos o leerlos de nuevo.
Otro de los aspectos innovadores de la pasada campaña presidencial es que tres de los cuatro candidatos anunciaron su gabinete antes de llegar a la Presidencia. Insólito hecho que, por infantil, resulta risible.
El papel de los medios
Pasemos, ahora, a revisar superficialmente la actitud de los medios de comunicación nacionales. Nadie duda de que hay una mayor libertad de expresión que hace doce años. Con Carlos Salinas de Gortari se hizo una apertura al opinionismo divergente, pero Ernesto Zedillo clausuró la puerta de un porrazo.
Existe, y nadie puede negarlo, mayor pluralidad en la prensa escrita. Lo que a fínales del siglo pasado se consideró que diferir del criterio del Ejecutivo era un pecado, en estos momentos se permite y no hay tabúes.
Todas las empresas de comunicación tienen el derecho de manifestarse a favor de un candidato, sea cual fuere su signo. Antes, ni pensarlo. Se han acabado los eufemismos y las autocensuras forzadas. Sin embargo, hay un límite que es defender con honestidad un punto de vista, pero no rendirse a las órdenes del político en turno.
¿Para qué queremos en México una televisión pública si las grandes emisoras de imagen se encargan de inclinarse hacia el sol que más calienta?
¿Qué tal si proponemos la creación de un medio informativo subvencionado por todas las fuerzas sociales del país?
Imposible, no está dentro de nuestra mentalidad por el momento. Además, ocurriría lo de siempre que es cobijarse bajo el paraguas que más conviene. Aunque la paciencia de la gente tiene un límite y desea conocer, cuando menos, más verdades de las que ahora se le suministra. En estos momentos cualquier medio de comunicación supedita, aquí y en Mongolia, su criterio en aras de mantener una buena salud económica. La práctica periodística existe, pero, salvo excepciones, antepone la protección de los poderosos a la veracidad informativa.
Vivimos una época de transición efectiva a la democracia real. Defectos y virtudes saltan a la vista y nadie lo niega. Las controversias entre tertulianos —e intelectuales del periodismo— aumenta y en algunos la soberbia y la prosopopeya los obnubila.
Pero algo es algo; eso sí, que nadie se considere el portador y apologista de la verdad única ni se convierta en el oráculo del futuro deseado.