El ogro (no tan) filantrópico
Humberto Guzmán
“Nadie puede entender a México si omite al PRI”, escribió Octavio Paz1 en El ogro filantrópico. El PRI, con los errores que se le puedan imputar, rehizo el país después de la Revolución (1910-1920). Poco más de setenta años de hegemonía lo explican en parte.
Las elecciones del 1 de julio pasado demostraron, sin embargo, que muchos mexicanos ignoran el aserto de Paz. Pero sí escucharon a Andrés Manuel López Obrador anatematizar que si “México votaba” por Enrique Peña Nieto era por “masoquista”; que su voto sería por “la corrupción”. Con esto ofendió a millones de mexicanos, impunemente, él que acusa a otros de impunidad.
Desde el 2000 escuché a muchos festejar la muerte del PRI. Lo cual era una perversidad respecto a cualquier idea democrática. Se pretendía no que desapareciera un partido, sino que contendieran las ofertas políticas, económicas, históricas y —aunque no se diga— de “imagen”. Los votantes anhelan el éxito para sí mismos y su país. Muchos no se van a proyectar en una imagen de fatiga, tercermundista, de un pasado muchas veces ficticio ni —en una frase de mercadotecnia— en algo pasado de moda.
La reaparición del PRI se pudo sospechar con anterioridad. El PAN estaba dividido y “las izquierdas” se quedaban otra vez en sus promesas “socialistas” de los años treinta, un nacionalismo y un patriotismo de escuela primaria de gobierno de los cincuenta, sin abrirse al mundo. Aunque en las elecciones que acabamos de vivir (“las más limpias…”) no les fue mal.
Y es que su candidato se ha ganado su pedestal —menos que en 2006— de ídolo popular, y populista. Pero, haber insinuado que el PRI (o el PAN) no sirvió para nada al afirmar que iba a “reconstruir” el país (cuando no estaba ni está destruido) es un descarado sofisma. (Ver mi columna2 del 1 de julio pasado.)
Sin embargo, los mexicanos que crecimos en el periodo priista, hemos padecido una enseñanza deficiente de nuestra historia.
En otra parte de El ogro filantrópico, Paz afirma: “Muchas fuerzas y grupos tienen interés en escamotear y ocultar esta o aquella parte del pasado”. Luego precisa:: “La historia que aprendemos los mexicanos en la escuela está llena de blancos y pasajes tachados: el canibalismo de los aztecas; el guadalupanismo de Hidalgo, Morelos y Zapata; el proamericanismo (yanquismo) de Juárez, el patriotismo de Miramón; el liberalismo de Maximiliano…”.
En Posdata3, Paz dice que el Partido Nacional Revolucionario se fundó en 1929 para asegurar “la dictadura” de Plutarco Elías Calles y del callismo.
“En 1938 Lázaro Cárdenas cambió el nombre del Partido, su composición y su programa”: Partido de la Revolución Mexicana, que tampoco vio como “un partido democrático”.
Miguel Alemán en 1946 lo rebautizó con el nombre ahora conocido: PRI, en el que “Revolucionario” e “Institucional”, pienso, parecen contradecirse; o tal vez no, admite ser la revolución institucionalizada.
Curioso: algunas de sus prácticas sociales (décadas antes que el PRD) las he identificado como “socialistas” (Pemex, salud, educación gratuita…), lo que hacía que México pareciera un país “socialista” al exterior. Cuando yo lo decía nadie me entendía.
No obstante, Paz dice algo parecido en Posdata, en donde hace una crítica del PRI desde un punto de vista intelectual, analítico, reflexivo. No obstante, creo que el PRI cumplió una etapa riesgosa, pero necesaria para levantar el México moderno.
En 2000 el PRI salió de Los Pinos. “Corrupto”, “dictatorial” e “inmoral”, ¿por qué no forzó la elección y conservó el poder? Entonces conjeturé que, tal vez en un alarde de inteligencia política, el PRI cedía la silla presidencial antes de que la perdiera por métodos poco elegantes. El más indicado para tomarla fue el PAN.
Era importante que el PRI no desapareciera. Así lo entendieron los priistas que, después del knock out, se fueron a su esquina para recuperarse, reorganizarse y luego dar el salto; o como dijera Lenin, “un paso atrás, dos adelante”.
Luego vino el resultado favorable al PRI en el conteo y el reconteo (López Obrador) electorales. Pero el candidato “progresista” y su equipo practican notablemente la marrullería, los golpes prohibidos, cuando no ganan, arrebatan —un ogro (no tan) filantrópico—. (Lo que pasó en la Universidad Iberoamericana en la visita de Peña Nieto fue una celada, no un acto democrático ni apartidista —como se ha demostrado—: no lo dejaron hablar, lo insultaron y lo expulsaron con violencia verbal y gestual. Grosera imposición de una minoría.)
Habla mal de la “izquierda mexicana” aquí y en el extranjero (El País). ¿Todavía “hace la revolución”, como se creía sesenta años atrás en Hispanoamérica, con un golpe —teatral, callejero, mediático (por ahora)—? Al burlarse de los votos de más de diecinueve millones de mexicanos (“¡al diablo las instituciones!”) hizo evidente su perfil antidemocrático.
El PRI asombró con un desplante democrático, al menos, en 2000, con lo que comprobó, al final, que no era “una dictadura perfecta”.
Veremos cómo se muestra en su retorno presidencial.
1Paz, Octavio, El ogro filantrópico (Historia y política 1971-1978). Editorial Joaquín Mortiz, México, 1979.
2Guzmán, Humberto. “El asesinato de mi abuelo Emerenciano Guzmán”, Siempre! Núm. 3081, p. 92-93, del 1 de julio de 2012.
3Paz, Octavio, Posdata. Siglo XXI Editores, México, 1970.