América, América/I-III
Guillermo García Oropeza
Decía Oscar Wilde que cuando alguien va a Londres hay un lugar que no debe perderse: París, y jugando con la misma paradoja podríamos decir que cuando se piensa en la política de México, como lo hace Siempre!, hay un tema que no podemos descuidar: Estados Unidos. O sea que todos los que nos interesamos en México tenemos que ser America watchers, observadores también de lo americano, de otra manera nos arriesgamos a no entender nada.
Hace unos días murió un hombre que estaba entre los más interesantes y profundos conocedores de Estados Unidos y por tanto una lectura obligada para entender muchas cosas. Se trata, claro, de Gore Vidal. Lamentablemente en México las pocas notas que se dieron sobre la muerte de Vidal se referían sobre todo a sólo algunas facetas del personaje como su ingenio que lo convertía en una especie de Oscar Wilde estadounidense y, cuando mucho de su obra literaria dejando a un lado un aspecto fundamental, su obsesión norteamericana.
Cierto es que Vidal, que era muchas cosas, fue un narrador muy exitoso y hasta sujeto de escándalo. Novelas como The City and the Pillar o Myra Breckinridge tenían un contenido sexual poco apto para las buenas conciencias, mientras que Julian fue una novela que honraba la memoria de Juliano el Apóstata, el emperador romano que intentó el regreso al paganismo.
Dramaturgo, Vidal también trabajó para el cine y era una figura televisiva. Y podríamos decir que pertenecía al gran mundo gay o bisexual, es lo de menos, que lució figuras como Capote o Tennessee Williams cercanas a Vidal. Pero, y esto es lo que más importa, Gore Vidal perteneció por derecho a la elite política norteamericana. Nieto de un viejo político sureño, el senador T. P. Gore, que para colmo de maravillas era ciego, Vidal es pariente cercano, aunque me imagino, muy incómodo de Al Gore, exvicepresidente de Estados Unidos y una especie de profeta ecológico y cruzado contra ese calentamiento global que niegan los conservadores americanos.
Pero, además, Gore Vidal compartió padrastro (si es que entendí el asunto) con Jacqueline Bouvier, esa niña bien de Filadelfia que casó con J. F. Kennedy. Y Gore fue muy cercano a Kennedy y otras figuras demócratas como Francis Albert Sinatra… es decir, el gran mundo del famoso Camelot, el reino fugaz de Kennedy que terminó a balazos, muy a la americana, en Dallas, Texas.
Gore fue también un político activo y compitió en Nueva York por un puesto de elección popular. Derrotado, Vidal se refugió en Italia por la que sentía gran afinidad y los aficionados al gran cine lo recordarán por su aparición en la maravillosa Roma de Federico Fellini.
Obviamente, Vidal es un personaje llamémoslo novelesco y quien se interese en él debe leer su riquísima autobiografía llamada en inglés Palimpsest de la que sé que existe traducción al castellano. Total, una referencia importante este aristócrata temiblemente liberal y quizá libertino (en la vieja tradición francesa)…
A él regresaremos.