Dijo que el separatismo es un disparate
Yo era un músico pálido, enjuto de ojos llameantes,
llamado Hugo Wolf, y aquella noche me encontraba
al borde la locura.
Hermann Hesse
Regino Díaz Redondo
Madrid.- ¡Albricias!, hágase la luz y Mariano Rajoy la encendió en pleno desierto político y económico.
Como usted quiera o mande, pero lo dijo: “El separatismo es un disparate de proporciones colosales”. Así, como lo leen y ¿saben dónde fue el grito, la contundencia?… en San Sebastián, en plena campaña de apoyo a su candidato a Lendakari que ganará, sin duda, Iñigo Urkullu, del Partido Nacionalista Vasco.
El jefe del Gobierno español se quita más lastre del que esperaba. Si su intención fue rescatar una parte de su imagen tan deteriorada, lo consiguió. Si sólo buscaba el aplauso fácil del 90% de los españoles que no quieren cercenar el país, tuvo un apoyo avasallador.
Ninguna encuesta había arrojado hasta ahora un respaldo tan mayoritario. Unos y otros, ideologías aparte, encuentran en su discurso valentía y compromiso con España. Su actitud, claridad y el enfoque que dio a este problema, le abre las puertas de muchos conglomerados que dudan de él, que dudamos.
A dar la batalla
La historia registrará —no es grandilocuencia— las palabras del pontevedrés como un legado que será reconocido a partir de ahora por tirios y troyanos.
Después de los continuos titubeos de don Mariano sobre el rescate a España, que no sabemos cuándo lo pedirá si es que lo pide, sus palabras cayeron como un bálsamo de optimismo inesperado en él.
Se refirió también a que es una grave irresponsabilidad embarcarse en aventuras secesionistas en unos tiempos de crisis, en el que el mundo entero apuesta por la unión política, no por partir en dos la nación con actitudes a veces demagógicas y más políticas que patriotas.
Rajoy se comprometió a dar la batalla contra los que enarbolan banderas contra la España de siempre, en momentos tan difíciles como el actual, y señaló que no lo aceptará de ninguna de las maneras.
Lo expresó bien claro. El gobierno del Partido Popular ha tomado esta vez el toro por los cuernos y el Congreso de los Diputados rechazó por mayoría aplastante de su partido, PSOE y UPyD, que el señor Mas pueda realizar referendos porque es ilegal. Y a la Constitución tienen que supeditarse los que la aprobaron en Cataluña, entre ellos CIU, instituto político en entredicho y poco diáfano.
Se sabe que sólo el 9% de los españoles admitiría la independencia de cualquiera de las autonomías.
De paso, el inquilino de La Moncloa lanzó un mensaje en dirección a los separatistas vascos para que tomen nota y no insistan en romper la unidad española a la que han pertenecido durante siglos.
También la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría calificó el órdago de don Artur como “un capricho”.
Alberto Ruiz Gallardón, ministro de Justicia y exalcalde de Madrid, por su parte, quiso ser más imaginativo. Como siempre su participación fue ambivalente. Si bien censuró formalmente la posible independencia de Cataluña, salió al paso, para no indignar a nadie, cuando dijo que “España no sobrevivirá en el euro sin Cataluña”.
Extraordinaria posición sinuosa y resbaladiza de un señor, otrora posible candidato a gobernar el país inclusive con el apoyo de los socialistas moderados.
El madrileño que pasea su perrito por la calle de Serrano a menudo —o lo paseaba— viene de declarar, un mes antes, que no aspira a habitar La Moncloa, pero le hace guiños inequívocos.
No se conforma Ruiz Gallardón con confundir a la gente utilizando palabras sujetas a la interpretación semántica de los lectores y de quienes lo escuchaban. Tuvo la osadía de señalar que la independencia de los catalanes favorecería la extrema derecha.
Es la primera vez que la ultraderecha del exalcalde se enfrenta a la extrema derecha de los demás. ¿No son la misma cosa?
Jugar con Dios y con el diablo
Si este personaje quiso dejar claro que no aspira a la presidencia del Gobierno es que, por fin, se dio cuenta que ha caído de la gracia de los españoles por las leyes antisociales que promueve desde hace diez meses como titular de Justicia de la nación.
Junto a los ministros José Antonio Wert, de Educación, y Jorge Fernández Díaz, del Interior, son las voces renovadas de un pasado que todos queremos olvidar.
Nada hay más reprobable que jugar a las cartas con Dios y con el diablo. Estos son muy hábiles, tan hábiles, que don Alberto no puede sentarse a la misma mesa en que pudieran hacerlo tan seculares y contrarios personajes.
¿Cuál es, entonces, la solución para la encrucijada en que estamos enredados los españoles?
¿Sería revisar la Constitución para que las 17 comunidades autónomas y las dos ciudades autonómicas tengan más soberanía en asuntos políticos, económicos y sociales en general? ¿Formar un gobierno federalista?
Pero, entonces, ¿qué papel jugaría el rey o su descendiente Felipe VI?
Encontrar una fórmula para resolver esta última interrogante no sería difícil porque ya trazó el camino Alfonso XIII en 1934.
Lo inminente es que el período de 25 años de iluso progreso y 13 de equivocaciones ha terminado.
La Transición, que dio buenos resultados, es ahora sólo referente teórico y no factor práctico para seguir adelante. Cumplió con su misión y debe recurrirse a nuevas estrategias que permitan sacar a España del abismo al que se ha precipitado.
Dice Felipe González que se está intentando “suicidar a España”. El expresidente avienta frases al desgaire, que buscan sitio en los periódicos y no soluciones serias.
El suicidio sólo puede realizarlo la persona que lo desea, no los demás, por lo que se propicia el asesinato del país, señor González. Mida sus palabras y sea congruente con sus antecedentes intelectuales y de lucha sindical.
Despierte, don Felipe, olvídese un poco de sus asesorías a multinacionales y concéntrese con mayor atención en los problemas de España, participe no sólo con discursos sino también inmiscuyéndose en proyectos viables para remediar la situación.
No haga como José María Aznar que arroja pedruscos sin ton ni son, porque oye campanas pero no sabe de que iglesia provienen. No permita, respetable socialista, que se le compare con tan innoble individuo, prosopopéyico e insoportable.
El único peligro para llegar a un federalismo, que sería la resolución más adecuada, son los militares de la vieja escuela que hacen sonar los sables antes de tiempo, como ha ocurrido siempre.
Creo que esta vez las espadas fachistas no harán mella en el pueblo español porque ya conocemos a los que las blanden y con ellos no queremos ir ni a la esquina.
Nos queda una gota para poder reivindicarnos. Bebámosla antes de morir de sed y de angustia.


