Huelen la carne fresca de las ovejas
Los españoles deben denunciar a Aznar ante
el Tribunal de La Haya por su participación en la guerra de Irak.
Oliver Stone
Regino Díaz Redondo
Madrid.- Nos amanecemos y acostamos con sorpresas a tutiplén. Las obviedades se mezclan con insólitas declaraciones y las ideas se exilian para preservarse del contagio de lo absurdo que emana de cerebros agotados, dispuestos a retroceder en el tiempo.
Convertir a España, otra vez, en carne de cañón de Europa y en el ejemplo más fiel de una historia negra que se repite sin remedio, parece ser el propósito.
Advierten los militares
Alerta, los militares han hablado y la gente escucha tambores de guerra cerca del Guadalquivir.
El coronel Francisco Alamán Castro apunta: “¿La independencia de Cataluña? ¡Por encima de mi cadáver y el de muchos!
Leopoldo Muñoz Sánchez, presidente de la Asociación de Militares Españoles, clama: “Sería delito de alta traición. Fracturar a España nunca. Se tomarán las medidas oportunas para contener cualquier intento de secesión; todo es producto de una pavorosa crisis económica y desastrosa gestión política”.
¡Ay, nanita!
Mi espalda se sacude con escalofríos y la de todos igual. Ojo, ahí viene el lobo que se mantuvo lejos del caserío y de las ovejas. Huele carne fresca y se dispone a atacar. Bajará de las estepas, de las sierras Morena y del Guadarrama y de los Picos de Europa.
Los frentes de Teruel y la batalla del Ebro se actualizan. Las neomilicias están listas y los nacionales dispuestos a aplastar. Los primeros, se aprovisionan de piedras y palos para resistir —“no pasarán”— las acometidas del alzamiento.
La hoguera está lista y Cataluña sentenciada. También España. ¡Ese honor de los militares ultra que tanto conocemos!
Los separatistas lo festejan porque ayuda a sus propósitos independentistas.
En el resto del continente, los amigos de siempre, se frotan las manos. El país de lo impredecible se mueve al compás de un pasado repugnante del que todos aprovechan su extremismo histórico.
¿Cómo vamos a integrarnos a esta España inquisitorial?, preguntan.
“El encaje en el Estado español es hoy una vía sin recorrido”, dice Artur Mas, presidente de la Generalitat.
En el escenario está la Diada y suenan los sables. Inconsecuente una, aterrorizante los otros. El Partido Popular compara el 23-F (intento fallido de golpe de Estado, el 23 de febrero de 1981) con la manifestación que rodeó el edificio del Congreso de los Diputados hace unas semanas.
No se miden.
Posiciones de derecha e izquierda
Dolores de Cospedal, vicepresidenta de ese partido, y Alberto Ruiz Gallardón, ministro de Justicia, remueven cenizas para preparar una nueva pira. Es el momento, dicen, para imponer el orden en los viejos molinos del Quijote y evitar que los caballeros andantes —si los hay— hagan justicia.
Cataluña es el bastión a defender y lo haremos, expresa el gobierno. Fuera de España, nada, aunque haya que utilizar métodos poco ortodoxos.
Vesanía a la vista.
Mas, los Puyol, Duran i Lleida y ERC están ansiosos, se van de Iberia, qué alegría, qué placer, ya era hora, pregonan por todos lados.
“España y Cataluña ya no se soportan mutuamente”, es otro de los gritos que se oyen en Barcelona.
“¿Cómo podemos seguir dentro de un Estado que se burla de nosotros, nos niega lo que tenemos derecho y nos roba?”, es otra de sus frases.
El Partido Socialista Obrero Español da un paso diminuto: “Venga el federalismo, busquémoslo aunque haya que modificar la Constitución”, pide Alfredo Pérez Rubalcaba.
Pues que se modifique, ni que esto fuera difícil. Reformar o cambiar artículos de la Carta Magna es normal en democracia. México es ejemplo de ello. A mi juicio de lo que se trata es de sacar las castañas con la mano de un socialismo amorfo.
Además, no hay el consenso general dentro del principal partido de oposición. Carmen Chacón y Tomás Gómez no cuentan. El exvicepresidente y Elena Valenciano —inteligente y pragmática— llevan las riendas de un caballo en cuyas tripas hay efervescencia.
Crecen el descontento y las diferencias en ese partido. En las capitales, la izquierda borrosa transige con los prevaricadores alegremente. El ciudadano siente que la catástrofe está por llegar y procura no pensar en ello.
El papel de lo medios
¿Cómo permitir que las asesinas piedras acaben con las débiles pistolas de última generación y las porras de la policía?, preguntan los tertulianos mediatizados.
Los políticos hacen y deshacen como Penépole, al margen de la opinión pública. Los poderes legislativo y judicial son servidores de la mayoría parlamentaria neoliberal. Una mayoría que ya no tienen y si no que convoquen a un referéndum para comprobarlo.
Las pirañas extranjeras se aproximan, están cerquita, van por los despojos carpetovetónicos.
Los cultos prefieren pensar, escribir y hablar menos; recortan palabras para no caer en la emoción desmesurada o en demagogia. Hay desconcierto y es preferible no salir a la calle. Los que invaden las plazas y vías madrileñas son demonizados.
Los toman como agitadores y los encierran. El código penal se hace criminal. A los alborotadores y subversivos, prisión perpetua. Ya basta de libertinaje, exclaman los responsables de la debacle institucional.
(En España se hacen casting de funerarias.)
El gobierno inicia la persecución de los que atentan contra el derecho de Estado, figura desusada que permanece en un viejo monumento.
Las redes en Internet y de comunicación se vuelven sospechosas y deben ser controladas.
En los medios de información, “han puesto comisarios políticos y hay cacería de brujas”, informan a la periodista Rosario G. Gómez de El País.
Las tertulias políticas imparciales desaparecen. RTVE pierde auditorio. Los ultras se apoderan de los plató. Dirigentes de ABC y La Razón son protagonistas. Dejan un pequeño espacio a algún que otro progresista moderado con el compromiso de no hacer mucho ruido.
La izquierda se agacha y encaja los golpes. No vayamos a romper España, avisa el señor Echenique, flamante director de la televisión pública.
Volvemos a las andadas del siglo XX cuando la indignación era sofocada con garrote vil.
En El Mundo, Federico Jiménez los Santos, Salvador Sostres y Fernando Sánchez Dragó, exultantes, son la cara fachista del periodismo e individuos privilegiados —idiotas no son— que sólo se dan en el estómago español.
Luis María Anson y Casimiro García-Abadillo se encargan de satisfacer el vampirismo rajonyano y pregonan más que el presidente del gobierno.
La eterna actitud cainista de los españoles, despierta. Unos contra otros aprovechan el momento y luego ya veremos.
Sí, ya veremos si no repite la dictadura, esta vez controlada por la troika y las multinacionales, del brazo con las agencias de rating y los grandes bancos.
Sí, ya veremos si nos entierran antes.