Los zombies invaden la ciudad de México
Humberto Guzmán
Son los últimos días del 2012. Me viene a la mente la sentencia de la magia: “La negligencia es muerte”. Me intriga. Recuerdo que antes del 1 de diciembre, hablé con mi vecino que me encuentro de vez en vez. Lamentó que el PRI regresara al Palacio Nacional, porque significaba “un retroceso”. Su argumento: que la señora Gordillo acrecentaría su poder. Su hijo adolescente se había integrado a lo que se denomina “ Yo Soy132. Enseguida, se alzó con otros padres de esos jóvenes por Internet, Twitter y Facebook, para cuando la policía y el ejército “represivos” secuestraran a sus hijos.
Tuve la ocurrencia de referirme a mi experiencia en el movimiento estudiantil del 68. Quería que entendiera que en ciertas reacciones en contra de un gobierno establecido (no dije perfecto) suelen medrar caudillos oportunistas que aprovechan el estado anímico de gente inexperta, ignorante de su historia y con algunas ideas fijas, que cree que puede imponer su voluntad a los demás de un manotazo.
O con actos delincuenciales, como los que se cometieron el sábado 1 de diciembre, en un intento de impedir —o ensuciar, al menos— la toma de posesión como presidente de Enrique Peña Nieto. “Peña, vamos por ti. Esto solo es el comienzo”: pinta del vandalismo (El Universal).
Ese día vi en la televisión, en vivo, la invasión de los zombies a la ciudad de México. Hicieron destrozos (odio, venganza) en la Alameda recién remodelada, teléfonos públicos, restaurantes, hoteles, sin contar el robo.
No obstante, los zombies no van enmascarados, ni equipados para choque, éstos sí; los zombies no hablan de “libre expresión” para justificar sus depredaciones, ni se dicen “presos políticos” cuando los detienen, no engañan, éstos sí.
De estos últimos se adivina su procedencia (los gobiernos local y nacional deberían tener las pruebas); mi mente, nada original, se va hacia los resentidos por los resultados en las votaciones presidenciales del 1 de julio.
A mi vecino no le dije lo que yo creí decir. Con mi narración del 68 confirmó que el camino de la “libertad” y la “justicia” se hace al agredir el derecho de otros. Me di cuenta de que él tenía sus propias palabras para colocarlas sobre las que yo pronunciara. Cualquier argumento iba a significar lo que a él le conviniera. El significado era que se vive un estado de guerra debido a un gobierno “impuesto” —por las “mafias del poder”, “el sistema”—. Y cualquier reacción —son reaccionarios— en contra era “un rayo de esperanza”.
Deduje que a quienes comparten tales falacias les gustaría derribar al presidente elegido para imponer a quien perdió en las urnas. Como no pueden por métodos democráticos —los desconocen—, destruyen. (La provocación: pego, y cuando me peguen a mí, los acuso de que violan mis derechos humanos.) Aquí surge el argumento zombie.
Por cierto, Milenio Noticias estaba el 1 de diciembre para videograbar lo que parecía la destrucción de la ciudad de México, pero no la policía del Distrito Federal. Tardó en llegar. Aunque en otros casos del mismo origen no llegó. Por la televisión y en los periódicos vimos a los zombies, como estrellas de una película gore, “expresar sus ideas”, “protestar legalmente”: lanzaban bombas Molotov que estallaban en llamas, piedras de a kilo y rejas completas, hasta un camión recolector de basura de alto tonelaje —no les importaba matar, ¿eh?—, en contra de policías que solo aguantaban el embate.
¿Por qué el gobierno del Distrito Federal no planeó una estrategia para detener a estos vengadores? ¿Quiénes protestaron airadamente por las “prácticas antidemocráticas” de cercar San Lázaro? ¿Y quiénes obedecieron estas “protestas”?
Todo parece indicar que en México existe una peligrosa confusión entre “derecho a protestar”, “expresión de las opiniones” y el delito corriente.
Muy tarde, el jefe de Gobierno del Distrito Federal saliente hizo actuar a la policía, que capturó a algunos que pudieron ser los agresores. De cualquier manera saldrían como héroes poco después.
Ya lo sabemos: los zombies de las películas no negocian; carecen de cultura civil; no reflexionan. Destruyen en grupo. (Creo que no roban.) Matan. Aterrorizan a los ciudadanos que creen en el orden público y aceptan el resultado de las elecciones. La libertad tiene límites, individual y colectivamente. Sin límites, nos encontramos en el terreno no de la “anarquía” (que puede ser un sistema) sino de la delincuencia o de los zombies. Querer imponer un estilo de nación a los otros por el terror, va en contra de la legalidad, las víctimas y de la nación misma.
Buena idea sería que se cumpliera la ley para frenar la debilidad del Estado y las invasiones de los zombies a la ciudad de México. No se juega con el diablo. No pongamos en riesgo la democracia que (pese a algunos) vivimos. Porque “la negligencia es muerte”.
¡Alarma de última hora!: ¡zombies han tomado la Asamblea Legislativa del Distrito Federal por el lado izquierdo, como siempre!