Aunque usted no cotice en Bolsa

Magdalena Galindo

En parte por la dificultad que implica, para los no especialistas, entender el comportamiento de los fenómenos económicos, en parte porque esa dificultad se agudiza cuando se tratan de comprender las fluctuaciones de las Bolsas de valores, pero sobre todo porque la mayoría de las personas no tiene ninguna posibilidad de acceso al mercado financiero y ni siquiera ha visto en su vida alguno de los valores que ahí se comercian (como una acción, una obligación o un certificado de la tesorería), la actitud de la población en general, al leer las noticias sobre las alzas y bajas en ese  nervioso y gritonero mercado, es de un alzarse de hombros con indiferencia, porque “eso no tiene nada que ver conmigo”. Y parecería que tienen razón, porque, en efecto, uno de los fenómenos de nuestros días es que el crecimiento del mercado financiero del mundo ha sido tan acelerado y en tal magnitud, que hoy su valor total supera en más de 15 veces el del producto interno mundial, o sea que sumados todos los servicios y las mercancías generados en un año por todos los países del mundo sólo llegan a ser una quinceava parte del monto de lo que se mueve en el mercado financiero mundial. Esa hipertrofia del sector financiero significa de alguna manera que, en efecto, la economía real y los movimientos bursátiles van cada uno por su lado.

Sin embargo, se trata sólo de una apariencia porque en realidad lo que ocurre en las Bolsas tarde o temprano termina por afectarnos a todos. Es lo que han comprobado de manera dolorosa los casi seis millones de desempleados españoles que hoy representan el 26% de la población económicamente activa de su país, el porcentaje de desempleo más alto de la historia.

Por supuesto que no se trata de una relación mecánica, en que una caída de la Bolsa o una crisis en el sector financiero generen de inmediato un aumento del desempleo. Lo que sucede es que, al estallar la crisis, los banqueros, los inversionistas, en términos generales los dueños del capital financiero buscan proteger sus ganancias y recurren a sus gobiernos en busca de ayuda. Hasta ahora, en todos los países, incluido México, Estados Unidos y en estos días España, los gobiernos han empleado los recursos públicos para financiar los salvamentos de inversionistas y banqueros, y en seguida imponen los llamados planes de austeridad y las reformas como la laboral o la fiscal, a fin de recuperar recursos y apoyar la acumulación de capital, de manera que los costos de la crisis sean pagados finalmente por las clases trabajadoras. La reducción del gasto público y el aumento de impuestos son medidas de las llamadas restriccionistas, es decir que, en vez de impulsar el crecimiento de la economía, acentúan la recesión, el descenso de la actividad económica y en consecuencia se presentan despidos masivos y el aumento del desempleo. De esta manera, la crisis en el sector financiero termina por afectar las condiciones de vida de la población, aunque nunca haya visto uno de esos valores que se cotizan en Bolsa.