Lo que para muchos parecía algo imposible (no en balde transcurrieron 54 años), ya es realidad: las banderas de ambos países –la cubana, una estrella blanca sobre fondo rojo junto a franjas azules y blancas; y la estadounidense, la de las barras y 50 estrellas–, ondean frente a sus respectivas embajadas, cerradas desde 1961, tanto en Washington como en La Habana. En menos de un mes abrieron sus puertas ambas sedes diplomáticas y se izaron los dos lábaros, con lo que se puso punto final al último rescoldo de la Guerra Fría, la que marcó la segunda mitad del siglo XX (el de las dos Guerras Mundiales y otros sangrientos conflictos armados en el planeta), la centuria en que, pese a todo, se hizo valer la diplomacia para evitar un tercer conflicto mundial que se dirimiría con armamento atómico con el peligro que esto representaría para la supervivencia de la humanidad.