AMLO ya no es un peligro para México: Manuel Espino
El ex presidente nacional del PAN aseguró que no hubo fraude en 2006 y que AMLO perdió dos veces la Presidencia por “excesos verbales”.
El ex presidente nacional del PAN aseguró que no hubo fraude en 2006 y que AMLO perdió dos veces la Presidencia por “excesos verbales”.
La corrupción desatada en el gobierno de Guillermo Padrés no sólo llevó a retroceder al PAN a su prehistoria electoral en Sonora, también amenaza hasta con cárcel al propio exgobernador y a una gran cantidad de sus allegados y prestanombres. Este grupo político transita, en franca decadencia, de perder votos a perder la libertad.
En la lucha por superar nuestro pasado autoritario, para los mexicanos “democratizar” y “ciudadanizar” siempre han sido sinónimos. Durante la larga y aun inacabada transición, ha sido permanente el esfuerzo por lograr que la vida pública ya no fuera patrimonio exclusivo y coto de caza de los políticos. Las leyes de transparencia, las consultas populares, los consejos consultivos, el ejercicio pleno de la libertad de expresión, las candidaturas independientes e incluso el voto realmente efectivo, son distintas manifestaciones de un mismo esfuerzo de décadas: empoderar al ciudadano.
La elección extraordinaria de gobernador en Colima se extiende como un campo minado ante los pies de Manlio Fabio Beltrones, presidente nacional del PRI. Se trata de un proceso electoral que impondrá retos máximos a la conocida sagacidad del sonorense, que arranca esta batalla cuesta arriba.
Desde hace lustros, la inseguridad pública es el talón de Aquiles del Estado mexicano. Estamos ante un cáncer social que carcome la credibilidad de las instituciones, que corrompe a los servidores públicos, que profundiza el antagonismo entre gobernantes y gobernados y que atenta contra nuestras libertades más básicas, creando el caldo de cultivo ideal para que se violen los derechos humanos.
Es un acto de honestidad política reconocer que ha habido avances en materia de seguridad pública, muy especialmente el dato (sustentado por el INEGI) de acuerdo con el cual en 2014 México padeció 24% menos homicidios que en 2012. Tenemos que en el indicador internacional de “Tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes” se logró una reducción de 22.1 en 2012 a 16.4 en 2014.
Las comparecencias de los secretarios de Estado ante el Poder Legislativo han demostrado, una vez más, ser un esquema rebasado por la realidad política y mediática actual: no permiten el diálogo, el análisis ni los acuerdos, son infructuosas.
Ante la sola posibilidad de que sea cierta la vox populi, ¿para qué arriesgarse a tener un gobierno postrado ante el crimen organizado? Ésa es una pregunta que deben responder las dirigencias nacionales de los partidos antes de presentar candidatas o candidatos con historiales neblinosos, pues lo que hoy demanda el electorado es certeza, trasparencia, candidaturas blindadas de toda duda.
Es brutal la numeralia del descrédito que enfrenta la figura del diputado mexicano, herencia de décadas de excesos que —siendo muchas veces individuales— acabaron por manchar la reputación del Poder Legislativo en su totalidad.
Este septiembre empieza una de las legislaturas más complejas y relevantes de la historia política reciente, la que habrá de despedir el sexenio de Enrique Peña Nieto y ser espacio esencial de los debates de la sucesión presidencial. Pero, sobre todo, se trata de una legislatura llamada a represtigiar la política, a reencontrarse con los ciudadanos y a demostrar que sí se puede legislar de manera honesta, transparente y cercana al sentir social. Una legislatura que debe lanzar un mensaje contundente: el mensaje de que sí puede haber diputados capaces de actuar con el humanismo y el honor como banderas.
El Verde es un partido que odia la ley y ama la publicidad. La ausencia de ideas contundentes, de propuestas novedosas y de líderes con raigambre social se ha suplido con un ejército de avezados mercadólogos y con expertos en encontrar lagunas, recovecos y huecos en la reglamentación electoral.
El árbol de la corrupción panista da frutos cada vez más podridos. Incluso en el actual ambiente político, manchado por el contubernio y la corrupción, resulta sorprendente el grado de cinismo que se escucha en una grabación en la que presuntamente Ernesto Ruffo y Guillermo Padrés acuerdan un intercambio de recursos económicos por protección política.
Durante décadas han corrido ríos de tinta criticando las diversas expresiones de la narcocultura y señalando el peligro —real y presente— de que cincelen los valores, los ideales y los héroes de las nuevas generaciones.
Pocas compañías han causado polémicas tan tormentosas en tan poco tiempo como Uber. Fundada hace apenas un lustro, esta compañía global se encuentra en el ojo del huracán por haber venido a cimbrar el transporte público por medio de taxis.
Quien politiza las cifras de pobreza es parte del problema y no de la solución.
Quien ahora comienza a trastabillar por un túnel largo y accidentado es el gobierno federal. Se trata de una de las peores crisis de seguridad nacional que habremos de padecer los mexicanos este sexenio, con consecuencias contundentes y reales aún más impactantes que la trágica desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa.
Por segunda vez, el exgobernador panista Armando Reynoso Femat ha sido encarcelado acusado de actos de corrupción. Sin embargo, por lamentable e indignante que resulte este arresto, no podemos olvidar que dista mucho de ser un caso aislado, sino que es de uno de tantos síntomas de la enfermedad que ha desfigurado el rostro, antes honorable, de Acción Nacional.
Durante décadas, quizá siglos, se calificó el pizzo como la empresa más lucrativa de Italia. Dicho crimen consiste, desde hace siglos ya, en el pago de extorsiones a la mafia por parte de pequeños empresarios y personas de todos los estratos sociales. En algunos momentos hasta un 80 % de las empresas italianas han pagado pizzo, bajo la amenaza permanente del asesinato, el incendio, el secuestro.
Decía Carlos Monsiváis que “un voto nulo o en blanco significa abdicar de la condición ciudadana”, muy en contra de los discursos que lo promueven ignorando lo nocivo de la abstención.
La guerra de lodo entre los partidos tradicionales se funda en una razón tan sencilla como perversa: lograr que los ciudadanos que no son sus fieles seguidores se alejen de las urnas, optando por la indiferencia que se refleja en el voto nulo.