La primera casa
Repensar la muerte, entonces, como el último acto de libertad ni siquiera tiene cabida cuando el argumento se deshilvana ante un escenario donde la vida ha sido desvencijada hasta desvanecer su valor
Repensar la muerte, entonces, como el último acto de libertad ni siquiera tiene cabida cuando el argumento se deshilvana ante un escenario donde la vida ha sido desvencijada hasta desvanecer su valor
Vivo en una ciudad que se hunde, con sombras que asaltan durante el día la acera no templada de viento, de lluvia en febrero y calima que levanta el ventarrón, o de canícula opresiva y de grácil desplome.
Mariana Bernárdez Duermo al cobijo de Melville ¿será el trance la búsqueda del Leviatán o eras tú el capitán Ahab? Lo cierto es que en el techo de la habitación se leía Call me Ishmael y detrás de su reverberación afloraba el ámbar de la fotografía familiar intocada por la guerra de rostros aún Seguir Leyendo
Hay en todo reunirse el infalible recuento de la memoria, la intransigencia del papel pautado por un tiempo donde la pregunta no busca respuestas sino ser asidero de reconocimiento: de dónde se es, a quién se conoció, quiénes fueron aquellos con los que se hizo la vida…, invariablemente su paso de prisa inusitada, es engañado tras la sensación de una terrible lentitud, cuando la infancia queda apresada en días lluviosos tras ventanales imaginarios. ¿Cómo reconocerse si no hay demora en la orilla de la herida?
La escritura, el escribir, van más allá, (no sé dónde es más allá), creo que sólo la intuición de la lejanía, de lo entrevisto conduce al doblez de la periferia y el centro.
Escribir: tajar, hendir, pero va más allá, hay un oculto sentido de salvajismo, de hachazo, de rastrillar la realidad, de excavarla o de horadarla, penetrarla, dejar su hendidura de fuego en seña de la duración inexistente de una vida que concurre como eslabón de otras.
Heriste mi corazón con tu palabra y te amé. San Agustín Libro X, Capítulo 6: 8. Un árbol crece, lo escucho respirar por las noches, sus hojas acarician las letras que escribo y lo que deletreo se enraíza en mis ojos, huella del sonido es la sombra de su movimiento y la sutileza de su vaivén alumbra lo fugaz de su aparición.
Amanece entre el sol y el frío húmedo, amanece y las sábanas me resguardan de la marcha del día y del insomnio, de la noche con su tropel de ausencias que en látigo azotan la conciencia.
Mariana Bernárdez Se pensaría que con la edad se logra una mayor serenidad y que el arrepentimiento es una cura en desuso, pero lo cierto es que el corazón se vuelve más frágil, tropieza fracturando su pulso y gana el cansancio de la arritmia. Es en ese momento cuando la confusión y las coordenadas Seguir Leyendo
Lo perdido no es lo olvidado, acecha la memoria en reclamo para ser de nueva cuenta sujeto a alguna orilla. No es su exigencia acuciante el látigo de una presencia tenue, sino la sombra de lo “justo doliente”.