En el pozo de mis ojos
El final es el principio. La terminación es el punto de partida al que se afianza la poeta para comunicar a través de sus versos las diversas atmósferas que se encumbran en las páginas de su poemario.
El final es el principio. La terminación es el punto de partida al que se afianza la poeta para comunicar a través de sus versos las diversas atmósferas que se encumbran en las páginas de su poemario.
Maravillosa imaginación, malabares inacabados, oficio del escritor que atraviesa por “un mundo de mentiras y falsas realidades”, en el que “nada hay más cierto que la ficción”, como lo apunta el editor español Javier Fernández, al hacer referencia al libro Maravillas malabares (Cátedra [Letras Hispánicas], Madrid, España, 2015), de Guillermo Samperio, quien destaca su participación “en la editorial más importante de la lengua española, en la que el último autor mexicano que entró en esta casa editorial fue Salvador Elizondo, y ahora yo”.
El poeta abre las puertas del tiempo (presente en todo momento, es decir, el pasado es una presencia, y no termina, así también lo que se avizora), de la enfermedad, del dolor, de la muerte…, es entonces que, como si se tratara de amigos, las atmósferas, algunas de las que he hecho mención, entran.
Octavio Paz en su ensayo “El reino de la Nueva España”, incluido en el libro El peregrino en su patria, mencionaba que “una sociedad se define no sólo por su actitud ante el futuro sino frente al pasado”.
El título del libro que hoy nos ocupa bien podría hacernos creer que se trata de un volumen de cuentos o una novela —y lo es, pero no en un sentido estricto—, pero se deja ver con mayor efectividad que tales páginas se concentran en las memorias que dicta el médico especialista Lotario Cano, personaje de Ana María Sánchez Mora.
La imaginación es la sangre del espíritu, es la invención que germina del deseo y acaricia el cuerpo con las sensaciones que le son entregadas.
El caso de Roy —el joven que fue arrancado de su hogar en Monterrey, Nuevo León, por un grupo de alrededor doce encapuchados, todos con armas de alto calibre y la mitad de ellos con chalecos de la Policía de Escobedo
En medio de una carga impresionante de campañas políticas, de violencia en el país, de desempleo…, de cierto modo, es un refresco a la atmósfera social un evento como el que apareció el pasado jueves 21 de mayo, en el que apareció sobre la Ciudad de México un maravilloso halo solar.
La voz de Octavio Paz es una voz inacabada pues, como menciona César Arístides (1967), autor del prólogo y notas, así como de la selección de poemas de la antología Mi casa fueron mis palabras (Alfaguara Juvenil, México, 2014), basta releer al Nobel mexicano para encontrar nuevas imágenes, nuevas sensaciones.
En el matrimonio todo puede suceder, y casi todo sucede.
Una de las habilidades del escritor radica en la diversidad de voces que obligan las tan diferentes figuras de algún personaje que puede ser ya algún asesino, ya la Princesa que se deja ver venida a menos y que habita en un edificio de medio status.
Un importante transmisor del arte también está en la nostalgia, en el ocre de su presencia.
El árbol, gigante de muchos ojos/hojas, es seducción y presencia para el que lo enfrenta. Así, el escritor terminar por ser atrapado por ese ser que habita entre la libertad de la nube o que se atraganta con la figura del firmamento o que desde su sitio cobra la razón de su presencia es gracias a su propia naturaleza, pero esa presencia se delinea con una nueva mirada gracias al quehacer poético que se utiliza en este caso para que la vida del árbol sea vista como el ser que habita, que nos habita. “A semejanza de tu libertad se puebla el cielo./ Son golondrinas./ Les podemos hablar con nuestros ojos./ Cuando eran humanas buscaron amapolas/ revolviéndose en la hiedra./ Pero ni un pétalo encontraron,/ ni una señal de sueño púrpura”.
Ricardo Muñoz Munguía Cierto es que hablar de la narrativa argentina nos hace voltear irremediablemente a Borges y a Cortázar, principalmente. Sin embargo, más allá de detenernos en estos grandes del cuento, nos atraen otras voces, unas más consolidadas que otras, como sucede en una importante propuesta que recientemente puso en circulación Claudia Piñeiro (Burzaco, Seguir Leyendo
El libro de Bárbara Jacobs, La dueña del Hotel Poe, cierto es que no se deja ver como una novela convencional, porque en el recorrido de varias páginas se puede llegar a sentir que hemos avanzado tanto sobre lo que tenemos en las manos, que es “La dueña del Hotel Poe” pero, conforme continuamos, las luces metaliterarias que mencionamos al inicio se alejan y, así, las personalidades se funden en personajes, la no ficción se combina con la ficción y ambas líneas paralelas corren en zigzag para completar una novela que, si bien se aleja del convencionalismo, termina por ser un amplio panorama literario que, se menciona en la cuarta de forros del volumen: “como en una espiral sin fin, comenzamos con una novela breve dentro de la novela; a continuación, diversos textos ensayísticos y fragmentos de un diario personal permiten adivinar la personalidad de su autora, la dueña del Hotel Poe”.
Ricardo Muñoz Munguía Un importante transmisor del arte también está en la nostalgia, en el ocre de su presencia. Es, parece ser, en manos del artista, inevitable al momento de transmitirlo, de mudarlo al lienzo, como ocurre con la artista plástica Malinali Rodríguez Córdoba (Ciudad de México, 1971), quien elabora en sus cuadros “Aire de Seguir Leyendo
Una novela dentro de otra novela, juego metaliterario en que la proyección y nacimiento de una novela toma lugar desde otra novela, donde una tía (Bárbara Jacobs: “Soy y no soy la dueña del Hotel Poe”) .
Nada se crea de la nada, el lenguaje tiene su porqué. Y para su creación, primero tuvo su necesidad.
La labor del poeta es la revolución de la memoria, es encontrar más de una forma a un objeto, más de un rostro a un rostro. De esa razón se aprehende la mirada, o la múltiple mirada, que nutre las páginas de un volumen que constantemente abre caminos nuevos: “La seducción se acompaña con la memoria/ entre arrabales de fuego/ entre huellas de cenizas.// Tejas en desvelo sueñan sobre la cama de la seducida,/ ríen entre las heridas del que recuerda”.
A la edad de dieciséis años Arthur Rimbaud inicia su interminable viaje, fue cuando se fugó de su casa por primera vez, huyendo de su madre, una mujer autoritaria. También en esa huida fue detenido por los soldados prusianos en París, otra característica de lo que serían sus viajes.