En 1993 la realizadora neozelandesa-australiana Jane Campion maravilló al mundo con su hermoso y desgarrador largometraje El piano, con impecable fotografía de Stuart Dryburgh y un no menos protagónico soundtrack del músico inglés Michael Nyman. Uno de los filmes más aplaudidos en el Festival de Cannes de ese mismo año y en la sexagésima sexta entrega de los Oscares, la también guionista triunfó además por un guión original pletórico de esencia vital y profundidad dramática, al igual que la actriz estadounidense Holly Hunter en el quizá más exigido papel de su extensa trayectoria cinematográfica y la entonces niña Anna Paquin que resultó toda una gran revelación. Extraordinaria coproducción neozelandesa-australiana-francesa, contó por otra parte con las no menos poderosas interpretaciones del también neozelandés Sam Neil y el norteamericano Harvey Keitel, en un tenso drama donde Campion tiene como tema central la brutalmente silenciada libertad de una muy sensible e inteligente mujer escocesa de finales del siglo XIX en tierras neozelandesas, quien precisamente a través de la música y el piano consigue expresar lo que en su integridad física y emocional le ha sido ignominiosamente cercenado.

En realidad el talento de Campion ya se había hecho notar desde su debut con el corto Peel, una década atrás Palma de Oro en el citado Festival de Cannes, y con su primer largo Sweetie, que igual había tenido una participación más que decorosa en otros importantes certámenes internacionales. Atraída desde sus inicios por adentrarse en territorios tanto  físicos como emocionales inhóspitos, por penetrar en la sensibilidad de personajes a la vez bruscos y complejos, El piano representó la confirmación de una estupenda realizadora que aquí ahonda su fino escalpelo en el laberinto de una relación oscura y atormentada, y en el centro de este primitivo paraje surge, dominante y casi en medio de la nada, un bello y contrastante gran instrumento blanco que es el que le da nombre ––refugio y voz de la sordomuda protagonista––, en un similar estadio de lo real-maravilloso carpentieriano que igual inspiró al gran Werner Herzog cuando en su maravilloso Fitzcarraldo de pronto irrumpe el sublime belcanto en el corazón de la selva amazónica.

Después de otros valiosos pero menos atípicos títulos como Retrato de una dama, a partir de la conocida novela homónima de Henry James y con un estupendo mano a mano de Nicole Kidman y John Malkovich que vuelve a poner a prueba a una directora siempre capaz de sacar el mejor provecho de sus actores, y de la inteligente puesta Holy Smoke otra vez con un sobresaliente Keitel y una Kate Winslet ya probando ser mucho más que un bello rostro, y de otras apenas bien logradas historias de época como Bright Star en torno a la historia de amor de los poetas John Keats y Fanny Brawne, Jane Campion ha vuelto a los primeros planos con su no menos bellamente realizado y conmovedor western dramático El poder del perro (Australia, Canadá, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Reino Unido, 2021).

Ya en la era de las grandes coproducciones de las ahora multimillonarias plataformas, y quizá sin la singularidad de esa multipremiada gran cinta que ha sido catalogada entre las mejores en su género de todos los tiempos, en El poder del perro vuelve a apostar su experimentada realizadora por otra historia de época de extrema tensión dramática, con personajes en apariencia comunes y corrientes, pero quienes en su tránsito vital rompen con lo establecido y enfrentan un medio a la vez rudo y hostil, cada uno con su propio costal de secretos a cuestas. A partir de una novela homónima de Thomas Savage, y si bien no hay una anécdota tan tocada por la poesía como su obligado referente El piano, la historia es contada y se desarrolla aquí con solvencia, con buen criterio y quizá algo de entramado bizarro sobre todo hacia la segunda mitad del filme, pero con una imponente gran fotografía de Ari Wegner que sobrecoge por sus maravillosos claroscuros muy en la escuela flamenca y auténticos cuadros que redimensionan los parajes de un rudimentario y muy conservador Montana de finales del siglo XIX y principios del XX.

Con una partitura no menos dominante del dotado multinstrumentista y compositor ingles Jonny Greenwood que se ha sabido mover a medio caballo entre el rock y la música experimental académica, El poder del perro cuenta la tensa relación de dos hermanos adinerados y contrastantes en su naturaleza, sacudidos en su cotidiana mediocridad por el arribo de una viuda y su hijo quienes con sus propios secretos sirven de catalizadores para detonar otras no menos extremas revelaciones en medio de esos silvestres y broncos ambientes que tanto le atraen a Campion. Y si insisto la historia no resulta ser tan poderosa como otras anteriores de la cineasta, en cambio crece con el oficio de una directora que con sobrado talento conduce las diferentes secciones de un quehacer que conoce muy bien, otra vez dominante en la conducción de probados actores que bajo su guía alcanzan a dar el do pecho. Y si Jesse Plemons y el joven Kodi Smit-Mckenzie consiguen momentos de gran intesidad, la mayor carga recae sobre un Benedict Cumberbatch que con personalidad recrea un complejo baquero entre rudo y refinado, pero sobre todo en una Kirsten Dunst que da vida a una atormentada y dipsómana viuda tras la cual casi ni se re reconoce ––de esas bellas figuras a las que no les preocupa perder ni forma ni el estilo, como la hermosísima Charlize Theron de Monster, de PattyJenkins–– por su formidable caracterización.

Gran producción a que la que le alcanzó lo más complejo de la pandemia, la inmovilidad y el cierre de fronteras los obligó a arrancarla y parar en Nueva Zelanda, con la necesidad de cambiar a varios actores que tras un largo camino tuvieron que abandonar el proyecto por otros compromisos. Jane Campion ha conseguido todos modos un esplendido documento cinematográfico que hace honor a su experiencia y a su prestigio, y su participación en festivales ha confirmado que su realizadora no sólo se mueve como pez en el agua en magnos proyectos de esta envergadura, sino que además consigue también películas que marcan época por contar con sólidas historias humanas atrás y por su convincente hechura.

 

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