La boleta está definida
México es un país que no depende de cuestiones esenciales que se depositen en el capricho presidencial norteamericano.
México es un país que no depende de cuestiones esenciales que se depositen en el capricho presidencial norteamericano.
Hoy se ha convertido en una política plana, insulsa, insípida y, en mucho, impotente.
Las ciencias se abstraen de considerar que existen instituciones insuficientes, presupuestos escasos y dirigentes limitados.
Existe toda una estrategia nacional de los conservadores para cancelar las prerrogativas de la Reforma.
Esta semana se cumplió un aniversario más de la fundación del PRI. Para propios y extraños resulta conveniente conocer y recordar las circunstancias y los motivos fundacionales de dicho instituto.
Existe un concepto de democracia en cada uno de nosotros y es muy frecuente que el nuestro no tenga identidad con el de nuestros interlocutores, nuestros conciudadanos o nuestros gobernantes.
No ha sido un proyecto menor para los mexicanos preservar y perfeccionar el Estado de derecho. No ha sido fácil ni es tarea colmada. Allí reside la esencia del desafío constitucional.
El empresario Donald Trump ha ofrecido construir un muro divisorio de 2 mil kilómetros entre México y Estados Unidos. A mayor estulticia ha propuesto que se le llamara “muralla Trump”. La idea no es novedosa sino muy añeja. Tenemos varias décadas escuchándola y parece que levanta algunos aplausos entre ciertos sectores de la nación vecina, aunque no generalizados.
El título de esta nota podría parecer irónico pero no lo es. En muchas ocasiones un desorden es el que termina reordenando la vida colectiva de las naciones. Un ejemplo de ello son las revoluciones, que son la que ponen final a un periodo de desorden político, económico o social.
Nuestros problemas se han sofisticado y se han intrincado. Nos hemos convertido en un país muy grande, muy poblado y muy asimétrico, con 55 millones de marginados de los beneficios del proyecto económico y con más de 90 millones de marginados de las decisiones del proyecto político. Es decir, con muchos mexicanos muy pobres y muy débiles, que contrastan con muy pocos mexicanos muy ricos y con muy pocos mexicanos muy poderosos.
En la vida individual, en la colectiva y, sobre todo, en la vida política, hay quienes desfilan y quienes hacen valla. Existen aquellos que se convierten en los protagonistas del evento y que se instalan en el estrellato de la vida nacional. Pero, también, existen quienes tan solo nos toca estar como observadores o como simples mirones.
El presidente Enrique Peña Nieto ha dicho en varios momentos que “primero los pobres”. Me queda en claro que es una frase, no un programa ni, mucho menos, una promesa. Pero por algo se comienza. Me indica que está consciente de algo que le duele.
Quedó instalada la Comisión de Vigilancia de la Auditoría Superior de la Federación y presidida por Luis Maldonado Venegas. El desafío no es menor sino mayor, por lo menos en cinco campos delineados por el propio Maldonado.
Todos los días nos surge la inevitable reflexión sobre la aplicación intensa que, en ocasiones, los políticos abonamos a los asuntos menores y la escasa aplicación que otorgamos a los problemas mayores. Es decir, la duda de hasta donde hemos hecho de nuestro mundo político un mundo invertido.
Cuando escriben los gobernantes, algunos producen obras de excelente factura, y otros, verdaderos bodrios ilegibles. Es que son políticos, no escritores. Saber hacer política no es lo mismo que saber escribirla. Y a ellos se les designa para hacerla, no para escribirla.
Hace 30 años osciló la tierra y se arquearon muchas instituciones básicas. Fue un terremoto que no solamente derribó construcciones materiales sino que derribó fundaciones de nuestro acontecer colectivo.
Estoy convencido, desde hace muchos años, de que Manlio Fabio Beltrones es uno de los políticos mejor equipados en los actuales tiempos mexicanos. Detallar las razones de mi dicho pudiera parecer, para el amable lector, que la amistad me orilla a perder la objetividad.
Muchos mexicanos estamos escuchando sonidos que creíamos que ya habían cesado a estas alturas de nuestra evolución política e histórica.
El día de Hiroshima no sólo fue importante para sus habitantes. Lo fue para todos los seres humanos. Para los que murieron pero también para los que sobrevivieron. Para los entonces vivos y para los que todavía no nacíamos. Para ellos, para nosotros y para los que habrán de sucedernos. Pero ese día crucial en la vida de la humanidad requiere de una mínima explicación, sobre todo para las jóvenes generaciones.
En estos días de celebración gremial, el ambiente nos infunde propósitos y anhelos. Repasamos nuestros tropiezos y preparamos nuestras enmiendas. Me referiré a una de ellas.