La 5T en la historia de México
Antes de mencionarlas, sin embargo, ubico al lector en mi ámbito existencial: nací justo a la mitad del siglo pasado, de aquí que dos de estas transformaciones no las viví; las otras tres sí que las he vivido.
Antes de mencionarlas, sin embargo, ubico al lector en mi ámbito existencial: nací justo a la mitad del siglo pasado, de aquí que dos de estas transformaciones no las viví; las otras tres sí que las he vivido.
Su contenido versa sobre la lucha encarnizada por el poder político-militar en la que Julio César se enfrenta en juicio -y después militarmente, siendo casi un adolescente- a Sila, Dolabela y al propio Cicerón.
En el México de hoy advierto un sentimiento semejante, agregada una cierta desesperanza, al no avizorar un remedio interno que asegure la prevalencia del Estado de derecho y, con él, la seguridad de nuestros bienes y personas.
El filósofo e historiador Mora, afirma que el amor al poder, innato en el hombre y siempre progresivo en el gobierno, es mucho más temible en las repúblicas que en las monarquías, pues el que está seguro de que siempre ha de mandar, se fuerza poco en aumentar su autoridad.
En esta extensa investigación se deja por sentado que el acceso a la información expedito, exhaustivo y permanente, nutren vigorosamente la confianza de la ciudadanía en sus gobiernos y sus gobernantes.
El diseño del planteamiento –nos dice Olguín– requiere, primeramente, de un nuevo esquema de seguridad en el que participen tanto las grandes potencias mundiales como los propios países europeos.
El pasado 25 de marzo, la SEMARNAT lanzó un comunicado de prensa que tituló: “¿DÓNDE ESTABAN LOS PSEUDOAMBIENTALISTAS CUANDO HACE AÑOS EMPEZÓ LA VERDADERA DEVASTACIÓN DEL SURESTE DE MÉXICO?”.
Un antiguo relato chino decía que, cuando el profeta apuntaba a la luna, el idiota se quedaba mirando al dedo. Así me parece hoy el discurso presidencial pues, ante argumentos sólidos, lógicos, basados en hechos, expresados con claridad.
Ignoro si alguien en Palacio Nacional ha leido a Platón y le haya dado el golpe a La república, al menos para entender algunos conceptos fundamentales.
La investidura presidencial con que fue ungido por una elección democrática, de nuevo y por enésima vez, fue usada para lanzar el estiércol verborréico en que se ha convertido el discurso presidencial.
Cuando hablamos de la rebelión de las masas no nos referimos a los incendiarios sans-culottes de la Francia revolucionaria.
Aquí las dudas que saltan a la vista es ¿quién emprenderá el proceso de esclarecimiento?, ¿quiénes serían los indiciados?, ¿quién encausaría el debido proceso?, ¿sería un proceso judicial o extra judicial?, ¿qué alcances tiene la intención de esclarecer?
Pero, ¿qué argumento –me pregunto– que no se haya utilizado antes se puede esgrimir en contra del discurso populista de estos iluminados? A lo largo de la historia podemos encontrar miles.
Sea mayor o menor el daño a esta percepción, lo más grave será que se habrá roto un cáliz que nunca debió arriesgarse al fuego de la tentación, ya sea del poder civil, del dinero, de la política o de la ideología del gobierno en turno.
El credo y el dogma (equivalentes al mito y a la ficción) son crisol de identidades compartidas basadas en la fe y en el pensamiento irracional.
Este año —y no sería la primera vez— se recordó con un sentimiento triste y de enojo, al confirmar el endurecimiento del nada nuevo desprecio presupuestal que sufre el Sector del Medio Ambiente.
Los lastres sociales, políticos, económicos y culturales nos confinaron a ciclos históricos inconclusos (Independencia, Reforma y Revolución), y nos condenaron a ser un país en permanente obra negra.
Si bien algunas universidades, centros de investigación y empresas privadas han tomado diversas iniciativas, lo han hecho por su cuenta, sin más recursos que los propios y guiados en lo general por un sentido de responsabilidad.
Lo ignominioso, sin embargo, en todos estos casos, además del sufrimiento y la pérdida de vidas, son los efectos políticos y sociales posteriores que inevitablemente acarrean estas desgracias.
¿Qué quiso demostrar, o demostrarse, al echar mano de una de las expresiones más fuertes, pero, a la vez, más ambiguas del léxico mexicano?