Juan Soriano nunca murió
Conocí personalmente a Juan Soriano (Guadalajara, 1920-Ciudad de México, 2006) a mediados de la década de los ochenta, y desde que entablé relación con él —me lo presentó Rafael Solana
Conocí personalmente a Juan Soriano (Guadalajara, 1920-Ciudad de México, 2006) a mediados de la década de los ochenta, y desde que entablé relación con él —me lo presentó Rafael Solana
Apenas cumplidos los ochenta y cuatro años de edad, el deceso del notable pensador y polígrafo italiano Umberto Eco (Alessandria, 1932-Milán, 2016) deja un vacío insustituible en los diferentes espacios de la investigación y la creación donde este pensador brillante y escritor talentoso se creó un prestigio internacional manifiesto. Indispensable en terrenos tan disímiles pero en él complementarios como la semiótica y la literatura, varias generaciones crecimos y nos formamos bajo el cobijo de la obra fulgurante y visionaria de este también destacado filósofo y hombre de letras, autor de un acervo bibliográfico tan variado como prolífico, crítico y analista singular del llamado mundo de la posmodernidad que bajo su agudo escalpelo fue descrito y desnudado con pasión y sin eufemismos.
Autor de la primera traducción ya referencial al español de esa gran novela de culto que es Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, a escasos siete años de la trágica muerte del novelista inglés que vivió en México
Inicialmente periodista y humorista destacado, el notable realizador italiano Ettore Scola (Trevico, 1931-Roma, 2016) trabajó primero como redactor en la mítica revista Mar’Aurelio, antes de reconocer que su verdadera vocación era el cine y empezar a forjarse un prestigio como reputado guionista. Durante la década de los cincuenta y la primera mitad de los sesenta colaboró en múltiples proyectos de libros cinematográficos donde sus habilidades literarias se hacen notar, acentuándose el talento de un joven escritor cuyos recursos lo vinculaban a una fuerte tradición donde la ironía y el sarcasmo finos mantenían una sólida escuela; así empezaría a afinar el ojo con cineastas como Domenico Paulella, Mario Mattoli, Giorgio Bianchi, Antonio Pietrangeli, Dino Rosi y Luigi Zampa.
Una vez más la realidad nos confirma esa constante de que la muerte de los grandes en una especialidad suele venir de tres en tres, porque a escasos días del triste deceso del notable director de orquesta alemán Kurt Masur, hecho igualmente aquí consignado, ahora se ha dado el no menos sensible del francés Pierre Boulez (Montbrison, 1925-Baden-Baden, 2016)
Vi y escuché por primera vez en vivo al gran músico Kurt Masur (Brzeg, Polonia, y entonces Brieg, Alemania, 1927-Greenwich, EU, 2015) en 1991, en el que seguramente fue uno de sus primeros conciertos al frente de la ya histórica Filarmónica de Nueva York (a ella han estado ligados otros músicos de la talla de Mahler, Toscanini, Barbirolli, Rodzinski, Walter, Stokowski, Mitropoulos, Bernstein, Szell, Boulez, Mehta, Maazel, por ejemplo)
Desde hace casi tres décadas conozco y he seguido de cerca, incluso después de que desde hace más o menos quince años se fuera a radicar a Miami, al tenor cubano-mexicano-estadounidense Isaac Salinas.
Resulta paradójico que Franz Kakfa (1883-1924), la primera de las dos “K” de Bohemia, como muy justamente lo denominó Carlos Fuentes en su hermoso prologo a La vida está en otra parte de Milan Kundera (la segunda de estas dos “K”), haya tenido que escribir en alemán. Uno de los narradores cruciales y más leídos del siglo XX, fue creador de un universo literario tan singular como irrepetible, cuya fuerza reside tanto en su condición absurda como en su potencial factibilidad,
Expresión decantada y explosiva de un joven artista plástico de evocaciones diversas, la obra de Héctor Valdivia llama gratamente la atención conforme constituye un universo estético —ya congruente y definido— que suscita un cúmulo de emociones y sorprende por múltiples razones
Agradezco a mi querido amigo Leszek Zawadka el haberme invitado a presentar su más reciente disco Polonia romántica, el pasado miércoles 28 de octubre, en ese siempre sobrecogedor espacio que es el Munal, en las calles de Tacuba.
No soy precisamente lector del murciano Arturo Pérez-Reverte, pero su elocuente y conmovedor libro de estampas Perros e hijos de perra, en una estupenda edición de Alfaguara (con hermosos dibujos ex profeso del extraordinario pintor catalán Augusto Ferrer-Dalmau, que por sí mismos son una belleza), me conmovió sobremanera, más allá del reclamo de plagio que el autor tuvo por uno de los pequeños relatos allí contenidos que le había contado una persona en la ciudad de México.
Hace ya más de treinta años que el deslumbrante sueño de los quebecuas Guy Laliberté y Gilles Ste-Croix se detonó por las calles de su ciudad natal, en una especie de explosiva resurrección contemporánea de esa no menos destellante representación quimérica de la realidad que fue el teatro del arte renacentista italiano.
Premio Nobel de Literatura en el 2006, el turco Orhan Pamuk (Estambul, 1952) es autor, entre otros libros memorables (Me llamo Rojo, El castillo blanco, El museo de la inocencia, Nieve, entre otras narraciones de lúcida creatividad), de un seductor compendio autobiográfico conformado por verdaderas postales de su por demás deslumbrante ciudad natal Estambul, que antes había sido Bizancio y Constantinopla. En Estambul, ciudad y recuerdos, Pamuk se desnuda de cuerpo entero, y lo hace cobijado por un espacio que es torrente de historia, cruce de caminos, tropel de contrastes étnicos y culturales, numen de espiritualidad y de pasión.
El pasado 7 de agosto se conmemoró el centenario del natalicio de Rafael Solana (Veracruz, 1915-Ciudad de México 1992), y exactamente un mes después, veintitrés años de la sensible desaparición física de este notable humanista y escritor. Siendo una de las plumas fundadoras de este semanario, recuerdo todavía con profunda emoción su penúltimo artículo, en realidad una dolorosa despedida: “Con la playa a la vista”; escrita con la lucidez y en el superior estilo que lo caracterizaban —no exento de humor, aun en circunstancias difíciles—, hacía una concentrada retrospectiva de cuanto había sido su paso por este mundo, con el pasmoso valor de quien a distancia se ve vivir —y morir, irremediablemente— desde la otra orilla del Leteo.
Cada quien su vida: El amor es extraño, película de Ira Sachs
Del director británico Simon Curtis, mucho más experimentado y conocido en el medio de la televisión, y del mismo productor del hondo y conmovedor proyecto cinematográfico Philomena, del realizador también inglés Stephen Frears, La dama de oro (The woman in gold, Reino Unido-Estados Unidos, 2015), con un sólido guión de Alexi Kaye Campbell, narra en tres tiempos la historia del famoso retrato homónimo del gran artista plástico austriaco de transición Gustav Klimt.
He vuelto a leer con sorpresa el ya clásico Teoría del texto e interpretación de los textos, donde su autor, el semiólogo argentino Walter Mignolo (Corral de Bustos, 1941), aborda e intenta definir también, por sus características intrínsecas y extrínsecas, el texto ensayístico. Y me volvió a llevar a él la relectura a su vez de la más que reveladora biografía del gran genio del Renacimiento francés Michel de Montaigne (1533-1592), escrita nada más y nada menos que por ese otro gran talento judío austriaco que fue Stefan Zweig (1881-1942), quien ya persegiuido por los nazis concibió este hermoso acercamiento a la personalidad y la obra del considerado padre del género ensayístico como una gran alegoría de la libertad como esfuerzo de actitud creativa, en cuanto expresión personal que especifica entre sus rasgos distintivos ese espiritu de lúcida independencia.
Ha logrado permanecer y trascender fronteras, en una especialidad en la que el don y el rigor son exigidos a un nivel de casi absoluta perfección.
Después de pasar su infancia y su adolescencia en Barcelona, por una suma de circunstancias más bien extrañas, el realizador español Vicente Aranda (Barcelona, 1926-Madrid, 2015) se encontró durante la década de los cincuenta en Venezuela trabajando en sistemas de contabilidad. A su regreso a España, luego de intentar sin suerte ingresar primero en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid, y más tarde al IDHEC de París, terminó por instalarse finalmente en su ciudad natal y convertirse en uno de los puntales de la llamada Escuela de Barcelona cuya refinada estética constituyó una auténtica novedad y un parteaguas en la cinematografía española.
Hace ya más de treinta años que el deslumbrante sueño de los quebecuas Guy Laliberté y Gilles Ste-Croix se detonó por las calles de su ciudad natal, en una especie de explosiva resurrección contemporánea de esa no menos destellante representación quimérica de la realidad que fue el Teatro del Arte renacentista italiano.